El exabrupto del cantante Fito Páez -«La mitad de Buenos Aires da asco»- escrito en la contratapa de Página/12 podría haber sido nada más que eso: un exceso de alguien enojado porque casi la mitad de los porteños votó al derechista Mauricio Macri para un nuevo mandato como alcalde de la capital argentina (quien sacó […]
El exabrupto del cantante Fito Páez -«La mitad de Buenos Aires da asco»- escrito en la contratapa de Página/12 podría haber sido nada más que eso: un exceso de alguien enojado porque casi la mitad de los porteños votó al derechista Mauricio Macri para un nuevo mandato como alcalde de la capital argentina (quien sacó una ventaja de 20 puntos respecto al candidato de Cristina, Daniel Filmus). Una frase digna del café de la esquina, entre amigos del mismo «palo» político, que, por azares de la vida, llegó al diario de filiación progubernamental más sofisticado del país. Pero fue mucho más que eso. Primero porque el jefe de Gabinete (equivalente al Ministro de la Presidencia en Bolivia) Aníbal Fernández dijo que cada sociedad tiene el gobierno que se le parece. Y si faltaban precisiones, el director de la Biblioteca Nacional -que ya había metido la pata pidiendo a la feria del libro que desinvitara a Mario Vargas Llosa- explicó que en Buenos Aires ganó una ideología tacaña y egoísta.
Es más: el mismo día que Fito escribía su columna -donde además decía que esa horrible mitad de Buenos Aires carece de swing- la escritora Luisa Valenzuela proponía nada menos que recuperar el proyecto de trasladar la ciudad de Buenos Aires a la patagónica Viedma, una medio delirante idea de Alfonsín en los 80 quien, no obstante, arrasaba en todas las elecciones porteñas. Un razonamiento equivalente, el de la escritora, al del gordito del barrio que, como juega mal al fútbol pero es el dueño de la pelota, se enoja y se retira del juego llevándose -como venganza- el preciado balón.
Pero hay más. Al día siguiente, Página/12 siguió con el tema, e intentó justificar el despiste de sus editores -o su garrafal error de estrategia- con una nueva tapa titulada «La ciudad de los pobres corazones» -parafraseando una canción del roquero- e insistiendo en que Fito había abierto un gran debate. Todo lo cual no deja de ser curioso: en realidad todo este barullo lo único que hizo es hacerle la campaña -gratis- a Macri, y proveerle insumos a su asesor ecuatoriano Jaime Durán Barba para volver al alcalde opositor una suerte de predicador de paz y amor bajo el lema «La ciudad nos une». Incluso su segunda, María Eugenia Vidal, dijo que aunque lo ve difícil, no descartaba votar por Cristina como presidenta.
El polítólogo Marcos Novaro ensaya en La Nación (17-7-2011) algunas explicaciones de esta curiosa actitud de una parte del kirchnerismo cuando aún deben seducir al electorado para que en el balotaje de fin de mes Macri no destroce a Filmus. Dos de ellas:
1. Los indignados viven el comportamiento de quienes los asquean como una injustificada traición porque pertenecen a la misma clase. Como se sabe, la elite kirchnerista en general, y los voceros de la iracundia en particular, se parecen y mucho al prototípico votante porteño contra el que ahora despotrican, tanto por su nivel de vida como por educación y cultura. No poder encontrar mayor sintonía en sus congéneres les resulta particularmente irritante, mucho más que al dirigente peronista promedio del resto del país.
2. El voto porteño cayó como un balde de agua fría sobre la tesis de la hegemonía cultural kirchnerista. Que las grandes ciudades, y en particular Buenos Aires, vuelvan a mostrarse renuentes a apoyar a los candidatos oficialistas, y más aún que prefieran a un conocido neoliberal y reputado «derechista» como Macri, parece retrotraer la situación política a como estábamos en 2007 o, peor, 2008, antes de que el kirchnerismo militante iniciara su seguidilla de «batallas culturales» y se hiciera a la idea de que iba ganándolas una tras otra.
En realidad, la tesis de las dos mitades, una de las cuales da asco, no se sostiene demasiado. Buenos Aires es la ciudad donde se produjo la impresionante rebelión política/social de 2001 que entre otras cosas abrió paso al matrimonio Kichner, es posiblemente el único lugar del país donde medidas como el matrimonio igualitario tiene una popularidad consistente, y quizás lo más importante: es el único lugar de Argentina donde el kirchnerismo tiene una identidad progresista. En el resto, no deja de estar asentado en acuerdos con gobernadores que pasaron por el menemismo, el duhaldismo y ahora adhieren al modelo nacional y popular en base a la misma mezcla de siempre entre pragmatismo, compra de lealtades, clientelismo y política de aparato.
Y posiblemente muchos de quienes derrocaron a De La Rúa y votaron años atras progresistas hoy votan a Macri, y quizás en octubre -según los encuestadores- una parte de ellas votará a Cristina. No hay una ciudad «roja» y una ciudad «negra» como las dos Españas, como mucho, el voto siempre de derecha debe rondar un 30%, no el 50% -ni el 60% que se espera que Macri recibirá en la segunda vuelta como mínimo-. Ahí hay voto volátil, hegemonías provisorias, etc. etc.
Por eso el kichnerismo hace mal en escupir para arriba; aunque estos resultados no pongan en riesgo la reelección de Cristina.
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