En el año 1976, a 165 años de la muerte del revolucionario Mariano Moreno, el primer asesinato político producido en lo que después sería la República Argentina, se producía un golpe de Estado que durante más de siete años impuso silencio, persecución, exilio, cárcel, torturas, desapariciones forzadas de personas y decenas de miles de muertos. […]
En el año 1976, a 165 años de la muerte del revolucionario Mariano Moreno, el primer asesinato político producido en lo que después sería la República Argentina, se producía un golpe de Estado que durante más de siete años impuso silencio, persecución, exilio, cárcel, torturas, desapariciones forzadas de personas y decenas de miles de muertos.
Aquel 24 de marzo el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional terminó con el gobierno democrático peronista que había instalado en su seno a los personajes y sectores más reaccionarios de la derecha, y que ya había comenzado con las prácticas fascistas de persecución y muerte con los grupos parapoliciales y la paraestatal funesta Triple A. Los generales, almirantes y brigadieres genocidas tuvieron a su cargo el diseño del terrorismo de Estado mientras los sectores concentrados del poder industrial, agropecuario y financiero participaban y diseñaban el camino la destrucción de la industria nacional, de la entrega al capital extranjero y la instauración de la especulación financiera.
Vastos sectores de la sociedad nacional acompañaron, de una u otra forma, el período más triste y oscuro de la historia argentina; para muchos connacionales la desaparición de niños, jóvenes, y adultos; estudiantes, trabajadores, militantes políticos, científicos, artistas, periodistas, religiosos e intelectuales encontraba la cómplice respuesta en el «Por algo será». Vaya si por algo sería. Porque gran parte de la juventud argentina, ese generación que hoy hace falta, se oponía al modelo económico, cultural y social impuesto, el que dejaba tras de sí a muchos años de trabajo argentino, de su educación, de su cultura y de encuentros entre ciudadanos.
El contexto latinoamericano por aquellos tiempos no era muy diferente al nacional y los diferentes gobiernos militares contaban con la colaboración, ayuda económica e instrucción militar para la muerte y el miedo de parte de los EE.UU. haciendo que el continente se convirtiera en una terrible cárcel dirigida desde el instaurado Plan Cóndor. No importaba la nacionalidad de los muertos y desaparecidos porque solamente tenía como consigna terminar con aquellos «imberbes», «díscolos», «delincuentes subversivos», cuando en realidad se trataba de revolucionarios dispuestos a impedir con su vida ese nefasto plan continental, que era la impronta de la Doctrina de Seguridad Nacional. Ese mismo modelo que durante los años siguientes fue llevado a los extremos inmorales por todos conocidos, que hundieron en la pobreza y la exclusión social a las mayorías de los 400 millones de hermanos latinoamericanos.
La democracia instaurada en el año 1983, reconociendo algunos de los avances producidos en materia de los Derechos Humanos, no supo -y tampoco quiso- revertir las prácticas económicas y sociales que aún perduran en Argentina. Los avances y retrocesos producidos en el proceso democrático en estos últimos 23 años así lo confirman, y así lo padece el pueblo argentino.
La dependencia del exterior verificada a través de los organismos internacionales de crédito, la destrucción de las empresas nacionales por las concesiones y privatizaciones llevadas adelante durante el menemismo y los gobiernos que le sucedieron, las políticas económicas de entrega y sumisión al capital económico y financiero concentrado en pocos grupos empresarios, junto con el abandono total de las políticas educacionales y de salud hicieron posible llegar al actual estado de pobreza e indigencia, como asimismo a la pérdida de millones de fuentes de trabajo digno.
Esa criminal y aciaga dictadura del terror, más allá de todo lo mencionado, tuvo por finalidad terminar con un estado de movilización y acción política-social que se venía gestando desde la década del 60. Muchos políticos fueron cómplices y acompañaron a las diferentes Juntas Militares socavando el accionar de los militantes que por diferentes razones se fueron alejando de la participación política. Las consecuencias están a la vista por quienes representaron luego a los partidos políticos, personajes vacíos de principios, desconocedores de dogmas, carentes de ideologías, faltos de luchas, adoradores del bienestar económico y del que brinda el poder, de la corrupción, etc., etc., etc.
Fundamentalmente por el agotamiento de los militares en el ejercicio del poder usurpado y la absurda -desde el punto de vista militar y político- guerra contra Inglaterra, EE.UU. y la OTAN en las Islas Malvinas Argentinas, se llegó a una nueva etapa democrática que solo adquirió el carácter representativo de hecho y de derecho. Así se posibilitó que las cúpulas políticas sobrevivientes se hicieran cargo del centro de la acción partidaria, y en consecuencia de la política nacional con los resultados nefastos en lo humano, social, laboral, cultural, educacional y salud pública que se mantienen hasta nuestros días.
Las marchas y contramarchas en materia de los Derechos Humanos, los acuerdos y pactos con los militares y con los sectores reaccionarios, la connivencia con la derecha vernácula por parte de los partidos mayoritarios, el mantenimiento de las políticas económicas que fueron el sostenimiento del andamiaje y las prácticas de la entrega del patrimonio nacional y la especulación financiera, entre otras cosas más, no han sabido dar tributo en lo más mínimo a nuestros desaparecidos, muertos y torturados que lucharon por otra Argentina muy diferente. Esas luchas que debemos recuperar para que nuestros sueños de liberación nacional y continental se hagan realidad.
Por ello que en estos 30 años desde el golpe militar del terror y la muerte el diseño de la dependencia, la injusticia en la distribución del ingreso, la renta y las riquezas, el hambre y la indigencia, el desempleo, el descalabro del sistema educativo, el abandono de la cultura nacional y popular y las políticas de seguridad social han confirmado todo aquello comenzado por el peronismo de derecha que traicionó el voto popular del año 1973 y que diera pie al «Proceso», Una cuestión que hay que volverla a remarcar. No estuvo ausente la complicidad de los líderes sindicales que se mantuvieron en sus sitiales aún después de 1983, cuando poco tiempo atrás habían entregado a cuanta comisión gremial interna pudieron, y con ello la vida de miles de delegados de base, con la consabida ayuda y agradecimiento de la oligarquía nacional interesada y de las empresas multinacionales que veían peligrar sus negocios y negociados.
Las banderas y las luchas de nuestros desaparecidos y vilipendiados hoy siguen vigentes y no permitiremos que sean bajadas, aún a pesar de esta democracia representativa y mentirosa que pretende día a día tapar todas y cada una de nuestras miserias impuestas hasta el hartazgo. Porque tapar es simplemente mantener los criterios de dependencia y sumisión más allá de los discursos de ocasión tan mendaces como impúdicos, y que sólo persiguen seguir ganando tiempo.
No debemos dejarnos llevar y dejarnos cautivar por quienes hoy nos quieren hacer creer que fueron luchadores y que se jugaron en todo y por todos en cualquier momento. Porque sabemos que sus historias, comportamientos y oportunismos políticos en nada hacen honor a quienes hoy no están junto a nosotros en vida. Nosotros no necesitamos de monumentos, museos, feriados ni de discursos baratos y mediáticos para encontrarnos unidos en la lucha y los ideales con aquellos que respetamos, extrañamos, necesitamos y que nunca olvidaremos.
Tener memoria sirve para no olvidar cada una de las entregas perpetradas durante los últimos 30 años. Para no olvidarnos de las leyes de obediencia debida y punto final ni de los indultos a los genocidas. Es indispensable esa memoria para los que luchamos y militamos por otra Nación, Indoamericana sin dudas, más justa, equitativa, igualitaria y solidaria que los argentinos tenemos la obligación de construir todos los días.
Tener memoria es imprescindible para no seguir sometidos a las mentiras y falacias del aquel peronismo, de la asesina y salvaje dictadura y la mezquina democracia representativa sobreviniente y actual. Ésta que cierra política y socialmente cualquier camino de la ciudadanía hacia un esquema participativo en el poder y las decisiones nacionales y provinciales.
Tener memoria es insistir sobre nuestro derecho de participación, el que no por casualidad se conculcó al aplicar los delitos de lesa humanidad contra decenas de miles, con la muerte, la desaparición, el miedo impuesto, los arreglos de las cúpulas políticas partidarias para hacer posible que hoy estén los que están. No es menor la cuestión y no necesita más análisis que recorrer las nóminas de funcionarios y legisladores, las de ayer y las de hoy, a lo largo y ancho de nuestro país.
Tener memoria es necesario para estar atentos de lo que está sucediendo y puede suceder si se mantienen los procesos populares en Latinoamérica, que hoy están intentando romper con años de la lógica imperial capitalista sostenida por las «democracias representativas» y de cuyo devenir muchos estamos esperanzados en que generará una estructuración en Indoamérica donde los pueblos ocuparán el centro de la acción y definición de un nuevo orden de cosas.
Tener memoria es justamente decir ¡Nunca Más!
Tener memoria es exigir sobre los que nos han robado nuestras vidas más queridas y nuestros sueños más profundos su ¡Juicio y Castigo!
Tener memoria es seguir sosteniendo ¡Compañeros Presentes, ahora y siempre!