La posibilidad de acceso y puesta en marcha del discurso legítimo no es casualidad. Se requiere de una posición dominante en la sociedad y una toma de posición con respecto a las relaciones de fuerza que rigen la misma. Pero también se requiere una disposición, es decir, un esquema incorporado en los sujetos que rinda […]
La posibilidad de acceso y puesta en marcha del discurso legítimo no es casualidad. Se requiere de una posición dominante en la sociedad y una toma de posición con respecto a las relaciones de fuerza que rigen la misma. Pero también se requiere una disposición, es decir, un esquema incorporado en los sujetos que rinda a ese discurso plausible.
Este prolegómeno, aparentemente vacío de significado cuando se trata de introducir un breve escrito, no está sin embargo exento de importancia ante un problema que bajo las apariencias de banalidad, es abordado de pasada en ciertas reflexiones críticas contra los mecanismos de dominación simbólica en la sociedad paraguaya[2].
Interés expresivo y opinión pública
Escribir y opinar son dos prácticas cuyo ejercicio no es igualitario ni universal. Muy por el contrario. En la sociedad paraguaya, donde la desigualdad del acceso a la información sumada a la desigualdad del desempeño educativo son hasta hoy día el talón de Aquiles de su democratización política, determinados medios de información hallan sus condiciones de existencia en las extremas distancias sociales que permiten a unos pocos poseer y defender el control de la expresión, y censurar lo que se sitúa fuera de sus intereses de expresión. En este sentido, y para abordar como decía Bachelard, un «caso particular de lo posible», podemos comprender el ejercicio de la prensa paraguaya y la eficacia simbólica de la censura que echa andar, a través de lo que hace un medio informativo como ABC Color[3].
Una polémica reciente, desatada por un «columnista de blog» de ese matutino, me permitió tirar, a modo de «muestra representativa», algunas reflexiones de lo que efectivamente sucede en el campo periodístico y las relaciones que establecen los periodistas con el medio al que pertenecen así como con el público en quién recae la recepción de los mensajes. El protagonista principal de la polémica[4] recurre a la práctica demagógica de exponer para un público cautivo, a saber, los que leen los blogs de ABC Color, las grandilocuencias de un saber dóxico[5], no importa el asunto del que se trate ni la rigurosidad con que se exponga, reforzando con la participación de sus lectores -en gran parte condescendiente- la legitimidad del medio informativo para el cual presta servicios y en que él se reafirma en su rol de «vocero de un pensamiento ajeno».
Ahora bien, la aparente inocencia del circuito del blog, por demás de moda y simbólicamente rentable, presenta problemas cuando el canal «democrático» de las opiniones no se utiliza para condescender con la opinión del «columnista de blog». Y he ahí que, disparatados o no, los comentarios disidentes son disueltos como «anti-democráticos» (el columnista los tildaba en dicha polémica incluso de «fascistas») dejando al destape la posibilidad de la censura unilateral de su propio público lector. Lo que llama la atención es la banalidad con la que lo plantea, dejando escapar una especie de pulsión reprimida de su medio informativo, que basa su prédica de la «libertad de expresión» en su propia práctica de la censura.
Es lo que Bourdieu denomina el «trabajo de eufemización», es decir, el cuidado de las formas por las cuales al mismo tiempo que ciertos agentes tienden a monopolizar las expresiones legítimas, pretenden llevar a los que impugnan su legitimidad hasta el silencio, limite del discurso censurado. Dicho de otro modo, no pueden arrogarse el derecho de censurar sino a condición de que su manera de hacerlo se perciba en el campo de la recepción como dócil o justificada[6].
El «efecto ABC Color», consistente en establecer desde una posición dominante del campo periodístico y a su vez, del espacio social, lo que puede ser o no objeto de publicación, no es sino uno de los principales problemas que aqueja al espacio público paraguayo: la desigualdad entre las personas en el acceso a los medios de información pública, fruto de la desigualdad de acceso a los instrumentos económicos y simbólicos de participación en la vida social. Es lo que Baudrillard en su Crítica de la economía política del signo formula como la lógica distintiva de la comunicación en nuestras sociedades contemporáneas, en que la «no-devolución» del mensaje que lanzan los grandes medios de información se vuelve el fundamento de su dominación social.
Ese efecto es el que lleva a nuestro periodista en cuestión o a cualquier otro con similares posiciones y disposiciones, a aferrarse a su oficio tanto más cuando su existencia como «periodista legítimo» está sujeta a su anulación como sujeto reflexivo. Es decir, cuando se afirma como predicador de la doxa del medio informativo del que es dependiente.
Así, sobre esta connivencia, se estructura sigilosamente bajo el rótulo de «opinión pública», el sentido común sobre temas sociales que los medios quieren reforzar. Es la fuerza de los propietarios de los medios de información docilizada al público gracias a sus periodistas orgánicos. Para ello, unos y otros recurren a toda suerte de mecanismos eufemísticos que permiten a sus intereses particulares disfrazarlos de interés universal y sus opiniones particulares como «opinión pública». Con razón Bourdieu sentenciaba que «la opinión pública no existe».
Además de los artículos de opinión que, un poco a la derecha o un poco a la izquierda, se ajustan al «margen de maniobra» que los medios de información dominantes les permiten, están los dispositivos absurdos como los «sondeos de opinión» en sus páginas web, solicitando un veredicto sobre los asuntos más triviales, allí donde la gente no tiene una opinión o se divierte con inventarlas para complacer el juego electrónico del medio[7]. Ahora bien, esto opera al mismo tiempo que los medios deniegan a sus lectores las condiciones adecuadas de reflexión y divulgación de sus opiniones, sobre todo cuando éstas son incómodas para los intereses que aquellos preconizan.
Este tipo de instrumentos se hace posible gracias a una organización donde, como refiere Weber, al igual que el mensaje de salvación no pasa directamente de la institución religiosa a sus fieles sino a través de un cuerpo sacerdotal que interpreta la doctrina y tamiza su recepción, así también en el campo de la comunicación social el cuerpo periodístico tiene la función de hacer que la recepción sea vivenciada y percibida como experiencia activa por parte del «público». Para ello se valen de los más sofisticados mecanismos de eufemización para presentar una interpretación de la noticia como «neutral, imparcial y objetiva». Nietzche decía: «No existen hechos, solo existen interpretaciones».
ABC Color y los medios de información dominantes, jueces de sanción de lo que es digno de ser debatido e interpretado, utilizan para este cometido todos los instrumentos a su alcance, incluida la casi eclesiástica excomunión editorial, consistente en denegar la palabra a algún «impertinente» que transgrede, en el límite, los intereses políticos del medio. Pero al igual que en el mensaje profético, donde la condición carismática del profeta se basa en la correspondencia de su discurso con las expectativas y prenociones ya existentes en la mentalidad de los fieles, la magia de la opinión periodística no puede ser posible sino a condición de que los funcionarios de la información mediática refuercen lo que en los agentes sociales existe ya como prenociones, expectativas y disposiciones generales. Es decir, que se correspondan con una armonía casi perfecta lo que aquellos escriben y lo que éstos quieren leer.
Disimular la violencia interpretándola
Para traer un ejemplo de esta última consideración, invito a llevar la mirada en la manera en que ABC Color, Última hora y todos los medios de información que ocupan una posición dominante en la sociedad paraguaya, presentan el «problema rural». Para éstos el asunto no consiste tanto en lo que verdaderamente está en juego tras el conflicto, sino que el conflicto mismo se hace insoportable al poner en tela de juicio las relaciones de fuerza actualmente vigentes y que sostienen las desigualdades sociales para ellos beneficiosas.
Para los medios de información, el conflicto inherente a la desigualdad es presentado como una «insostenible situación de violencia», poniendo en peligro «la propiedad privada, la prosperidad y el trabajo», consideraciones todas abstraídas de las condiciones de producción y reproducción de la violencia total en la sociedad paraguaya. Y me refiero a violencia total al conjunto de mecanismos de violencia física y simbólica puestos en marcha por las instituciones legítimas, que dispone a reproducir el uso de la violencia en ámbitos que escapan a esas instituciones.
Así, por ejemplo, la «violencia urbana» ligada a la seguridad pública (con todo lo abstracto que implica el adjetivo «urbano») aparentemente tan disímil en sus motivaciones de la «violencia rural» ligada a las ocupaciones, cuentan en sus bases, no solamente las mismas causales económicas que las rinden plausible, sino también la misma lógica social que les permiten existir. La violencia institucional se transforma en violencia propagada, porque incorporada como habitus, crea disposiciones al uso de la fuerza. Dicho de otro modo, la violencia, sea rural o urbana, se convierte en la base de las relaciones sociales cuando las circunstancias que lo requieren se hacen corrientes y regulares en la vida cotidiana. Y una de estas circunstancias son la extrema desigualdad y pobreza, ante las cuales los grupos de poder -y sus voceros informativos- los presentan como responsabilidad, ni más ni menos que de sus permanentes víctimas (v.gr. campesinos e indígenas), y goza de la aprobación incluso de los agentes sociales más inocuos del espacio social.
Es lo que ABC Color hace posible -sirviéndose de sus periodistas entrenados para la sensación mediática- bajo la más superficial fatuidad, cuando dedica páginas enteras a la violencia de campesinos que enfrentan sistemáticamente el rigor de la carencia material y de la humillación simbólica, mientras que brilla por su ausencia en sus noticias y análisis periodísticos, la relación que se establece entre las violencias publicadas y la violencia total, esa metódica y continua intimidación infligida en las cárceles, en los hospitales, en los psiquiátricos, en las instituciones de enseñanza, en los cuarteles[8], en las instituciones confesionales, y particularmente, en torno a las estancias (haciendas) semi-feudales de ganadería y de plantaciones de soja, cuyos perjuicios sociales y ambientales son amparados casi como «razón de estado».
Justificación y comprensión se hallan en las antípodas de la interpretación de la realidad. Una reflexión profunda acerca de los mecanismos de reproducción de la desigualdad así como de su legitimación se hace urgente, pues podrá discriminar los juicios morales o legales que se esconden tras los acontecimientos que acaecen en el claroscuro del proceso social, al mismo tiempo que permitirá mostrar las prácticas aparentemente inconexas y ex-profeso descontextualizadas como expresiones de las fisuras del sistema institucional existente. Así, la referencia a las distintas aristas de construcción de la realidad social se vuelve un imperativo necesario para explicar el porqué el recurso a la violencia de los sectores marginados y empobrecidos, aparece estigmatizada por la prensa como «agresión» y no como una respuesta desesperada a la crísis. Marx decía que «existe violencia porque existe resistencia». Así pues, tanto más las luchas sociales, fruto del descontento y la insostenibilidad del sistema de dominación, pongan en cuestión la legitimidad de la estructura social vigente, el discurso legítimo de la prensa dominante se fundará en eufemismos más sofisticados, que al mismo tiempo que predica la democracia y la «pacificación social», seguirá sustentando su posición aristocrática y su pretensión al monopolio legítimo de la interpretación de la violencia.
Entre las luchas contra las desigualdades, una que debe tomar un lugar central es el de la transformación del sistema educativo, que haga posible su eficacia, apertura y mejor desempeño, de modo que permita disponer a los grupos sociales más desfavorecidos de los instrumentos cognitivos para contestar las interpretaciones dominantes del proceso social que los excluye. La censura no es sino uno de los dispositivos de los agentes dominantes del espacio social para asegurar una estructura que les asegura sus privilegios, así que su impugnación reflexiva es una vía necesaria para poner en práctica nuevas relaciones, posiciones y disposiciones que hagan posible un avance real en el proceso de democratización.
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Luis Ortiz Sandoval es Sociólogo. Miembro del «Colectivo Paraguay», París – Francia.
[2] Véanse dos sugerentes artículos escritos hace poco por Arístides Ortiz: http://ea.com.py/abc-color-y-la-rearticulacion-de-la-oligarquia-paraguaya/ y por José T. Sánchez: http://ea.com.py/ya-tenemos-candidatos-del-ano-al-premio-goebbels-de-periodismo/
[3] La práctica periodística en Paraguay, en tanto práctica social, requiere ser analizada desde varias aristas posibles, de modo que sus efectos no sean atribuidos ni a la sola voluntad de los periodistas, ni tampoco a lo que la «línea editorial» de un medio de información pública pretende imponer. Ella debe ser explicada como resultado de una disposición que permite comprender lo que los periodistas de medios escritos dicen hacer, se les dice que hagan así como lo que en definitiva hacen.
[4] Jorge Torres, periodista del diario ABC Color, autor del blog «Detrás del papel». Ver: http://www.abc.com.py/blogs/autor/37/jorge-torres-romero.
[5] Doxa, término griego que quiere decir «opinión» así como también «conocimiento por apariencias».
[6] El problema de las condiciones sociales de formación del «campo de recepción» ameritaría toda una reflexión aparte, del que solamente menciono de pasada que no puede recurrirse a la explicación del uso de las denominadas «nuevas tecnologías de información», sin considerar las condiciones sociales del uso de la tecnología. El ejemplo más elemental es el de la desigualdad ante la educación, que deja al descubierto la ingenuidad de actuales políticas orientadas a asignar computadoras personales a diestra y siniestra, pretendiendo borrar con un «click» la asimetrías del uso de Internet según las clases sociales. Es lo que en unas investigaciones con Roberto Céspedes mostrábamos tras la correlación entre las brechas sociales y la «brecha digital. Véase: Céspedes, Roberto L. y Ortiz Sandoval, Luis: «Derechos humanos, sociedad de la información y acceso informacional», en Derechos Humanos en Paraguay 2003, Centro de Documentación y Estudios (CDE)/ Coordinadora de Derechos Humanos del Paraguay (CODEHUPY), Asunción, Diciembre 2003.
[7] A propósito, evoco como ejemplo un sondeo realizado por la Universidad Católica a fines de los años ’90 a propósito de la «credibilidad de los medios de comunicación», y donde en el análisis se constataba que más allá de los porcentajes de las preguntas en torno a las opiniones que los cuestionarios viabilizaban, habían considerables porcentajes de no-respuestas, de errores sistemáticos en la distribución de respuestas dudosas o de «mala» interpretación. Ese tipo de constataciones, posible a condición de una reflexión sobre la práctica del sondeo, muestra que muchos cuestionarios parten de las prenociones que comparten los diseñadores de las encuestas, los encuestadores y los entrevistados acerca de asuntos «sabidos» de antemano. Del mismo modo, en un estudio que hice a propósito de la práctica política de los campesinos paraguayos, mostraba que la «opinión difusa» sobre asuntos que se espera sean de competencia corriente de los campesinos en torno al sistema político y la participación política, termina convirtiéndose en la angustia de los expertos de sondeo de no hallar una correspondencia entre las respuestas de los agentes locales a sus cuestionarios y las problemáticas ajenas a la experiencia social de esos agentes. Cuando se toma como «opinión» lo que no es sino un conjunto de respuestas improvisadas para salir del apuro de la encuesta, el resultado de los estudios es igual a suma de ceros.
[8] De las que trataban las otrora incisivas investigaciones de Julio Benegas, una de las notables excepciones del periodismo de ABC Color.