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Medios para la indiferencia en España

Fuentes: Rebelión

En un conocido ensayo, Antonio Gramsci escribía «odio gli indifferenti». Odio a los indiferentes, en un contexto bélico -La Grande Guerra- y de lucha de clases en 1917, la fórmula resumía cómo en épocas convulsas es más necesario que nunca tomar parte. Lo contrario, mantenerse al margen, dejarse llevar por lo que otros deciden en […]

En un conocido ensayo, Antonio Gramsci escribía «odio gli indifferenti». Odio a los indiferentes, en un contexto bélico -La Grande Guerra- y de lucha de clases en 1917, la fórmula resumía cómo en épocas convulsas es más necesario que nunca tomar parte. Lo contrario, mantenerse al margen, dejarse llevar por lo que otros deciden en nuestro nombre y, en muchas ocasiones, en nuestro perjuicio, nos rebaja a la categoría de minerales pasivos. En tal caso, padeceríamos sin resistencia lo que nos atañe, sufriríamos sin más remisión lo que, como si de una tragedia de Sófocles se tratase, los destinos inapelables ya han estipulado. Sin debate. Sin discusión. Sin democracia.

El aparato mediático, bajo su apariencia de compromiso con una u otra facción política, constituye uno de los factores clave para reproducir la indiferencia. Uno entre otros muchos, como bien podríamos nombrar la educación, que promueve la competitividad y la violencia estructural de unos contra otros con el sistema obsesivo de evaluaciones y ranking. Más que a pensar por uno mismo y a saber identificar problemas, a plantear preguntas incómodas, en el sistema educativo e incluso en el universitario se enseña a obedecer. El sistema educativo premia la obtención de calificaciones y deja en un segundo plano la adquisición de una conciencia crítica. Por lo general, lisonjas, adulaciones mezquinas a los poderes de turno -como los profesores o los cargos directivos de instituciones- y adoctrinamiento a una metodología rigurosa y simplificadora, de origen anglosajón, se oponen a una concepción socrática de lo que es educar mediante un diálogo entre iguales. Castran la creatividad y la iniciativa beligerante. No hay espacio para los matices -le sfumature- sino seguridades y principios bien fundados. Comfortably Numb parafraseando el muro de Pink Floyd. No es «cultivo de la humanidad», como diría Martha Nussbaum, sino adiestramiento a un futuro en el que el Mercado exigirá de igual modo adaptación sumisa a sus presupuestos. Educar para ser dócil, domesticado, arredilado. Es la pedagogía de la obligación de resaltar, de la distinción superficial que se consigue paradójicamente siendo indiferentes, refractarios a cualquier desviación sustancial. El que no acata la forma de ser instituida, es excluido.

A los factores culturales, en sentido amplio, como el llamado «individualismo gregario» -creemos buscar la satisfacción de nuestros egoísmos cuando en verdad nos sometemos a los deseos y ganancia de algunos otros, véase las servidumbres voluntarias de las hipotecas y la ética del exceso en el consumo- hay que sumar el poderoso efecto de los medios de comunicación -en especial la televisión- como reproductor de un modelo de vida pasivo. Los medios despliegan un carácter paternalista en lo que a la formación de los espectadores-lectores se refiere. Por ejemplo, la repetición de determinados argumentos triviales -«vivir por encima de nuestras posibilidades», «no hay dinero»…- para asumir como inevitable el estado de cosas se ha llegado a inscribir de modo casi indeleble en nuestros esquemas de pensamiento. Si continuamente se alaba la capacidad de discernimiento y la inteligencia de los espectadores es porque, quizás sin saberlo conscientemente las propias figuras mediáticas -autoengaño-, nos conciben como recipientes para ser rellenados de ideas sugeridas e impuestas. La retórica de los medios es arrogante y soberbia, a imagen de la de los opinadores profesionales que van dejando su semilla deletérea de plató en plató.

Este discurso fatalista que legitima las iniquidades cometidas por el contubernio entre poder político y poder financiero contrasta con la creciente polarización de medios. Los grandes medios parecen posicionarse a un lado o a otro del espectro político. Los hay que vituperan los innumerables casos de corrupción del partido en el poder -Partido Popular- y otros que defienden el poder dirigiendo sus invectivas contra los sindicatos dependientes del poder o mediante señuelos mediáticos -la enésima crisis diplomática en Gibraltar. En ambos casos, la disyuntiva forzosa entre medios partidarios de PP o de PSOE también, como en el caso de la educación de corte neoliberal, da la impresión de diversidad, de diferencia cuando lo que se reproduce es indiferencia y homogeneidad. Hay una especie de antagonismo simulado entre las dos castas del bipartidismo. Los medios refuerzan la ideología de «o lo uno o lo otro» desde el momento en que privilegian lo que los aparatos propagandísticos de estos dos partidos construyen para favorecer sus intereses. Engaños planificados con mayor o menor sutileza. Me pregunto por qué el caso Bárcenas ocupa tantos minutos de informaciones redundantes, de debates estériles mientras otros dramas cotidianos se silencian y quedan marginados en las agendas de medios auto-denominados progresistas. No se da espacio suficiente en los medios a alternativas a tales dos caras de la misma moneda, que se proclaman con orgullo diferentes pero guardan fidelidad ambas a sus patrones neoliberales, a sus vasallajes respecto al poder financiero. Los medios se coaligan con el poder de hoy y con el poder de mañana, en una victoria asegurada de antemano de una de las dos vertientes del mismo río. El resultado es una sensación de que cualquier discurso es ficticio, un descreimiento que termina por hastiar a los espectadores con un mínimo de capacidad crítica, de distanciación respecto a lo que perciben.

Desde los medios, se nos impele a elegir entre sólo dos alternativas que no presentan distinción sustancial. Entre tantos discursos que se anulan y contradicen entre sí, crece en España la población que se declara simplemente apolítica por desconfianza, por desesperación. No es de extrañar si prácticamente lo único que se alumbra en los medios es la «política» de los dos partidos mayoritarios. Y la indiferencia no es compatible con el libre ejercicio de la ciudadanía. Es el medio más seguro para ser despojados de nuestros derechos más elementales. «El peso muerto de la Historia». «Credo che vivere voglia dire essere partigiani», vivir quiere decir ser partisano, tomar partido advertía Gramsci. Y tomar partido es oponerse a las leyes que se promulgan contra el bienestar. Mientras estamos distraídos por el bipartidismo mediático, concebido y construido como algo natural, se erigen sociedades para la desigualdad y la injusticia. «L’indifferenza è abulia, è parassitismo, è vigliaccheria, non è vita».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.