El caso de Judith Miller, la periodista norteamericana que está presa por no revelar sus fuentes, puede ser leído como el triste resultado de una prensa poco autónoma ante el poder que necesita recuperar credibilidad. Que un periodista, en este caso Judith Miller, de The New York Times, sea condenado a prisión, constituye siempre un […]
El caso de Judith Miller, la periodista norteamericana que está presa por no revelar sus fuentes, puede ser leído como el triste resultado de una prensa poco autónoma ante el poder que necesita recuperar credibilidad.
Que un periodista, en este caso Judith Miller, de The New York Times, sea condenado a prisión, constituye siempre un hecho grave. Sobre todo en un país democrático como Estados Unidos, que se jacta de ser el templo de la libertad de prensa, al punto de haber inventado esa discutible fórmula del «cuarto poder de los medios».
Aunque los medios son un contrapoder indispensable, ya que informan y critican, no es seguro que sean realmente un cuarto poder. Especialmente en caso de guerra, pues este encarcelamiento se produce sobre el fondo de la guerra de Irak. Por primera vez el mundo pudo ver cómo los medios estadounidenses en su conjunto, y contrariamente a la mayoría de los otros medios occidentales, no guardaron la independencia que ellos reivindican habitualmente respecto del poder político.
Justamente esa gran proximidad entre medios y política fue la que resultó perturbadora, tanto más cuanto que los hechos en favor de la guerra de 2003 resultaron finalmente falsos. Algo que los medios estadounidenses tuvieron que reconocer, en una suerte de confesión a medias y tardía.
Es necesario tener presente este contexto para comprender por qué desde hace casi dos años la prensa estadounidense quiere «recuperar» su autonomía frente al poder político y judicial, a riesgo de hacer, en The New York Times, una pulseada con la Justicia negándose a revelar las fuentes de la investigación ligada a la divulgación, en la prensa, de una agente de la CIA.
Este hecho triste permite mencionar tres cosas que están en juego para el futuro del periodismo:
Reafirmar la importancia vital de la libertad de prensa, sobre todo en este tiempo de globalización. Los periodistas son sus eslabones indispensables, pero frágiles. Se trata, en todos los casos, de individuos sobre los cuales -tal como lo muestran los asesinatos, los encarcelamientos, las desapariciones- son posibles todas las presiones políticas, militares, policiales y judiciales.
No hay democracia mundial sin protección de los periodistas y sus medios. Pero en 30 años el contexto cambió. Si los principios generales de esa libertad son universales, los contextos son diferentes. La prensa nacional es vista por los «otros» países. Más allá de la información, están las culturas y las desigualdades globales, sobre todo en esta época de la política exterior enérgica de Estados Unidos y del comportamiento ambiguo de la prensa estadounidense entre 2001 y 2004.
Con la globalización de la información desaparece una visión un poco ingenua de la libertad de prensa idéntica de un extremo al otro del planeta. Esto obliga a los medios a ser más modestos y a tratar de hacer ciertas autocríticas. Los periodistas no siempre tienen razón por ser periodistas. Y definir hoy la independencia de la prensa es mucho más complicado que antes.
Sobre todo porque las opiniones públicas no siempre adhieren, especialmente en los países occidentales, a todos los comportamientos de los periodistas. Y las opiniones públicas son en definitiva la principal fuente de legitimidad de los periodistas. La mayor fuerza de los periodistas para resistir a todas las presiones es la confianza de los públicos. Y los públicos cada vez se dejan engañar menos en cuanto a la complejidad de las condiciones de la libertad de información.
La prensa estadounidense ya no está sola en el mundo y no siempre es, contrariamente a lo que se piensa, la mejor de todas, bajo toda circunstancia. También en esto, cuidado con el efecto bumerán de la información, que refuerza en todas partes el espíritu crítico.
No hay libertad de información sin reflexión sobre las contradicciones del oficio. Los periodistas no siempre son los caballeros blancos de la libertad, el derecho y la información.
Los vínculos cada vez más complicados en el interior de las industrias culturales mundiales entre información, tecnología, economía y política obligan a repensar el combate de la información, mucho más complicado que hace 50 años, entre una «buena prensa» y «malos poderes».
Los ejemplos de esas relaciones cada vez más complicadas entre información – verdad – primicia – mentira – lavado de información – propaganda – concentración económica – justicia y medios son muchos. Los periodistas, frágiles e indispensables, no siempre están a la altura de su misión. Y las opiniones públicas lo ven y no se dejan engañar.
En otras palabras, hay a veces una diferencia entre los discursos y los actos. Y las espantosas condiciones de la prensa en los países autoritarios o totalitarios no pueden servir de «aval» a los comportamientos de los medios en el resto del mundo libre.
Los periodistas en los países libres no están por encima de las leyes, bajo pena de aserrar la rama en la que están sentados. Proteger las fuentes de información es un «derecho» pero con la condición, por otro lado, de imponerse como «deber» no aprovechar esa situación para ejercer en ciertos sectores prácticas más cuestionables. Informar y criticar no crean una excepción al derecho. Y muchos países democráticos han visto las derivas de la prensa cuando ésta se ve a sí misma como única defensa de la democracia.
En un mundo más transparente, los medios deben respetar los códigos de deontología que existen sobre todo para aflojar las tenazas de una información cada vez más volcada hacia la primicia, la velocidad y la competencia.
Esto nos lleva al problema central: reflexionar sobre el status de la libertad de información y de los periodistas, en esta época de globalización, donde se mezclan, para bien y para mal, libertad de información, tecnología, concentración de las industrias culturales, aprendizaje difícil de la diversidad cultural, desigualdades norte/sur, antiamericanismo y a veces antioccidentalismo.
La información occidental, la más libre actualmente, pero cada vez más cuestionada, sólo podrá salvar su dimensión universal mediante un trabajo serio para conjugar universalismo y respeto por la diversidad cultural en un mundo multipolar.
Debe emprenderse un trabajo gigantesco para definir «la información». En la actualidad, todo lo que circula en las múltiples técnicas, desde la prensa a la radio, desde las agencias a la televisión, y en Internet, no tiene el mismo status, ni la misma exigencia respecto de la democracia.
En suma, es indispensable un esfuerzo de reflexión para proteger el status de periodista en un mundo saturado de informaciones, con la condición de que éstos no se refugien en los esquemas del pasado.
En el futuro, para proteger esa frágil libertad de los periodistas será necesario firmar una «convención internacional sobre la libertad de información» entre Estados, actores económicos y periodistas. Como la Convención Internacional sobre Prisioneros de Guerra, que intenta definir un marco mundial para protegerlos.
En el futuro no habrá libertad de información sin esa considerable reflexión y la construcción de un marco internacional. La ley no mata la libertad de prensa, la protege. Sin ley, solamente la ley de la jungla se impone. Y ya conocemos el resultado.
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(*) Sociólogo, Director de investigación y de la revista «Hermes» en el CNRS, Francia