Teóricamente izquierda, medios y derecha vendrían siendo el nuevo espectro ideológico del mundo en el que los medios de comunicación ejercen su función no cual parte de la comunicación objetiva, sino como una formación política. Y no sólo eso: los medios de comunicación se consideran a sí mismos «el centro», que, a su vez, es […]
Teóricamente izquierda, medios y derecha vendrían siendo el nuevo espectro ideológico del mundo en el que los medios de comunicación ejercen su función no cual parte de la comunicación objetiva, sino como una formación política. Y no sólo eso: los medios de comunicación se consideran a sí mismos «el centro», que, a su vez, es juez, el gran elector y la única referencia ética en lo político e ideológico, que exhibe peyorativamente la polarización de dimes y diretes entre una supuesta izquierda y otra derecha de caricatura.
Por diversas razones, tanto partidos como gobernantes alimentan este nuevo esquema y lo subvencionan con prerrogativas, con el erario, con recursos recaudados de la corrupción y dinero proveniente de actividades ilícitas, que de manera creciente se trasladan del ámbito de los negocios a la política a través de los medios. Los gobernantes han creado un monstruo al cual tienen que alimentar con el desprestigio de ellos mismos y pese a que le dan existencia al ostento, éste los convierte en estatuas de sal.
Bajo las reglas de los medios, la política perdió su carácter educativo, de ciencia del pensamiento y las ideas; la política ya no enseña, degrada, pues decidió colocarse en el nivel de los medios y en el contenido de su programación habitual, es decir, en el género de la telenovela, el amarillismo, el linchamiento y el humor de baja estofa. Los políticos ya no piensan para definir, sino para transmitir imágenes, pues los medios han impuesto como condición la velocidad, el impacto, la brevedad, lo que notifica, pero no informa ni analiza.
Todos los medios, a pesar de tener un origen empresarial distinto, constituyen en conjunto, un solo partido político que gobierna sin ninguna responsabilidad y conduce a la sociedad al pesimismo colectivo.
La política social de este partido-medios es la filantropía y se constituye en frentes ideológicos como el teletón o la transmisión incestuosa de los videos, de las cuales, por cierto, nadie reclama regalías ni exclusivas, pues son propiedad del partido-medios. Mientras el sistema de seguridad social vive bajo el prejuicio y la especulación, la filantropía se presenta como «la alternativa» frente a los graves problemas de la población de riesgo derivado de la pobreza, la discapacidad y problemas endémicos derivados del modelo económico y el teletón de los videos, como la respuesta ética ante la corrupción de la clase política y en particular «de la izquierda».
El partido de los medios dice que es lo contrario a la «mordaza» y, por tanto, es «la libertad» que hoy han descubierto frente a la sucia política, la cual es su madre y los parió. Fue esa madre autoritaria, que ahora exhiben como prostituta, la que los enseñó a censurar y autocensurarse y de la cual 12 familias obtuvieron en monopolio todas las concesiones de radio y televisión, que hoy constituye la fuerza del partido-medios. Un ejemplo de su corta libertad se obtiene al recordar lo que no informaron sobre la llamada «cena de la charola» en 1993, cuando un grupo 20 empresarios, ligados al salinismo, aportaron cada uno 25 millones de dólares para la campaña priísta de 1994.
Obviamente de esa reunión no hubo videos ni fajos de billetes, pues debido a las cantidades el delito no existe y tampoco es un hecho sin ética; sin embargo, esa cena de la charola dejó establecido claramente que existe una oligarquía en México que a partir de su fuerza económica, adquirida gracias a las prebendas, subsidios y a la política de privatizaciones, hoy es dueña de la política bajo una fórmula: las empresas son «honestas» y la política es «corrupta». Esta oligarquía sin rostro utiliza al partido sin rostro, que son los medios, a través de una estructura política, sobre todo ideológica, y profundamente centralizada y vertical.
Para el espectro ideológico, el partido-medios «del centro» igualó a la izquierda y la derecha en un solo amasijo pragmático en el que sus miembros, por imitación y sobrevivencia, han hecho de la práctica política una vía para los negocios de poca monta, pues el apotegma de Carlos Hank hoy debería estar en San Lázaro, junto al de Juárez y el de Vicente Guerrero, inscrito en letras de oro: «un político pobre es un pobre político» .
El país vive el gran vacío de las ideas y las alternativas reales y factibles. El poder del partido-medios «del centro» conduce al país a su degradación y descomposición conceptual como nación. Los puntos de referencia ideológica se han debilitado al extremo y todo esfuerzo o denuncia es catalogado de «marginal» frente al gran poder del rating del partido enmascarado que ha impuesto al país y a los ciudadanos una agenda basada en el descrédito de la política.
La tarea de ese partido oligárquico, sin registro, pero que gobierna, es lograr que la sociedad se abstenga y viva en el pesimismo extremo: la oligarquía es fuerte ante un gobierno debilitado y una sociedad fragmentada, escéptica y desconfiada.