Quizá no he leído con suficiente atención estos días nuestros periódicos tradicionales, pero me extraña que la prensa predemocrática no haya dado demasiada importancia a los militares que jalean la necesidad de fusilar a 26 millones de españoles. Ningún periódico de los cuatro grandes, en sus editoriales, ha pedido que se sancione, privándoles de sus pensiones de alto rango, a estos demócratas inversos. Sin embargo, no hace nada se expulsó a militares por criticar en una carta y en redes sociales al régimen franquista.
En noviembre del pasado año fue expulsado del ejército el cabo Marco Antonio Santos Soto, cuyo grave delito fue firmar un manifiesto antifranquista y culminarlo con la insultante y terrorista expresión «salud y república» en un tuit. ¿Quién quiere salud en un país cuyos militares proponen fusilar a 26 millones de españoles?
Aquí se encarcela a Pablo Hásel por cantar en un rap y tuitear que los borbones son unos ladrones (hecho constatado incluso por los historiadores más monárquicos), y unos soldaditos de plomo (en todos los sentidos) seguirán libres y cobrando del erario público después de amenazar al pueblo y hacer exaltación del golpismo franquista. Los firmantes que enviaron la carta a Felipe VI se cuidaron mucho de ser todos retirados, pues un militar en la reserva perdería su condición y privilegios en caso de «expresar públicamente, en cualquier forma, opiniones que supongan infracción del deber de neutralidad en relación con las diversas opiniones políticas o sindicales».
Como nuestra historia está poco estudiada, y estudiada en blanco y negro, la gente no se da cuenta de que, hace 45 años, cuando murió Franco, estos fascistas tenían 20, 30, como mucho 40 años. No son nostálgicos. Son la prueba de que el franquismo continúa vivo y dominador entre las altas jerarquías militares. Varios de los firmantes estuvieron ocupando puestos de alta responsabilidad en el Centro Nacional de Inteligencia hasta hace cinco, siete, nueve años. Gozan privilegios económicos, saben demasiado y son bastante más peligrosos que Pablo Hásel, a mi humilde y pacifista entender.
El silencio del jefe de los Ejércitos (Felipe VI, no el Jemad) y de la magistratura en este nuevo caso, nos da idea de en qué país vivimos. Al referéndum o picnic con urnas de 1-O de 2017, don Felipe respondió en 24 horas. Todavía hay clases.
La retirada de todo privilegio económico –complementos de pensiones como los que beneficiaron al siniestro torturador Billy el Niño hasta su muerte– para estos amenazadores fantasmillas uniformados, es lo menos que debe hacer un estado democrático. Si mi gobierno y mi jefe de Estado están dispuestos a seguir pagando sobresueldos a estos golpistas, por mucho que se consideren viejetes excéntricos e inanes, es que somos un país enfermo.
La polémica no se ubica solo en un chat privado, como nos repiten los contertulios de esos medios que deberían tener su sede en la plaza de Colón. Porque son los mismos que enviaron una carta a Felipe VI incitándolo a parar los pies al «gobierno social comunista». Su declaración al rey habla de: «comprometer nuestra contribución para revertir la peligrosa deriva en que se ha situado nuestra patria». ¿Cómo lo piensan hacer? Eso es lo que se concreta en el chat. Y yo creo que con 26 millones de fusilados, los simpáticos abueletes se quedan cortos.
Ahora que se habla tanto de indultos a los golpistas del procés, que son los únicos golpistas que conozco que quisieron dar un golpe de Estado poniendo unas urnas y unos lacitos amarillos, conviene recordar que el general Armada –inspirador del 23-F y, oh casualidades, preceptor y amigo íntimo de Juan Carlos I– fue indultado en 1988. Al poco de ser juzgado. Y Tejero cumplió cárcel no en una prisión militar, sino en un delicioso castillete gallego en la ría donde tenía varias estancias, vistas al mar, y servicio doméstico.
Yo, quizá por mi escasa formación jurídica, pienso que un golpe de Estado con tanques y pistolas debería de ser menos indultado que una asonada con altavoces, lacitos amarillos y urnas.
Pero Spain is different, como dijo el franquista y luego demócrata de toda la vida Manuel Fraga. A los españoles incluso se nos ve el plumero cuando utilizamos la palabra transición para describir el tránsito de una dictadura salvaje a la democracia. Las democracias no pueden transicionar con las dictaduras. Un demócrata no puede transicionar con un asesino. Ha de romper vínculos. Y, por supuesto, juzgar los crímenes.
Los militares que hoy hablan de asesinar a 26 millones de españoles tenían 30, 40 años en aquel 23-F. O estaban en la academia cuando murió Franco. Allí recibieron, gracias a nuestra modélica transición, la lección de que el fascismo es impune en España. En Alemania, Merkel ha disuelto este mismo verano dos compañías de las Fuerzas Especiales del Ejército por su connivencia y apoyo a grupos neonazis. Y es que Alemania no tuvo una transición tan modélica como la nuestra, y ellos pueden cometer estas excentricidades.
PS: Dedico estas torpes palabras a todos los militares leales a la democracia. No sabéis lo que nos tranquilizáis a los 26 millones de fusilables que hoy nos escondemos tras nuestras mascarillas.
PS bis: A los amantes del estilo: prometo autoflagelarme violentamente por haber utilizado el verbo ‘transicionar’.
Fuente original: https://blogs.publico.es/repartidor/2020/12/05/militares-excentricos-y-raperos-terroristas/?fbclid=IwAR2wy-a0c_9fNc-R2jS4kcLR61UopjTUdbUw2XYsqtWUNs9fuzzM6yDlzw8