El jueves 28 de junio de 2007, cuando los periodistas del Wall Street Journal comprendieron que Rupert Murdoch, el magnate australo-estadounidense de los medios de comunicación, estaba a punto de firmar un cheque de cinco mil millones de dólares para comprar ese diario, decidieron responder con mucha dureza… ¡llegando tarde a la redacción! La huelga […]
El jueves 28 de junio de 2007, cuando los periodistas del Wall Street Journal comprendieron que Rupert Murdoch, el magnate australo-estadounidense de los medios de comunicación, estaba a punto de firmar un cheque de cinco mil millones de dólares para comprar ese diario, decidieron responder con mucha dureza… ¡llegando tarde a la redacción! La huelga no forma parte del metabolismo periodístico de esa institución de la prensa mundial, y -sea cual sea el peligro- es una tradición no perturbar la publicación del diario financiero para no asustar al lector de la City.
Con esa muestra de malhumor, los ciento cincuenta periodistas que participaron de la protesta -es decir, la mitad de los efectivos que el Wall Street Journal posee en suelo estadounidense- deseaban mostrar su desaprobación a la familia Brancroft, propietaria del periódico desde 1902. Esperaban así poder influir en las negociaciones exigiendo la creación de un comité independiente que debería designar a los responsables de la redacción y garantizar la autonomía del diario. Esa garantía recuerda la que Murdoch había ofrecido cuando compró The Times de Londres en 1981. John Biffen, que era el ministro encargado de ese tema en el gobierno de Margaret Thatcher, admitió que el arreglo comparable que se negoció entonces era apenas un taparrabos (fig leaf, en inglés) destinado a permitir la operación.
Un año después de la compra, cuando el vice-director del periódico le recordó a Murdoch las garantías de independencia que había concedido, el propietario le respondió: «Por Dios, no tome todo eso en serio ! ¿Por qué no puedo dar instrucciones al Times, si lo hago con todos mis otros diarios? (1)». De hecho, Murdoch controla un imperio mediático cuya característica es imponer a las redacciones una estricta obediencia, mezclando estrechamente intereses políticos, económicos y financieros (2). En 1986, la Dama de Hierro lo había ayudado enormemente cuando reestructuró sus empresas periodísticas y despidió 5.000 empleados. Once años más tarde, antes de las elecciones británicas de 1997, firmó un pacto secreto con Alastair Campbell, consejero de Anthony Blair. Luego de asegurarse que el librecambismo y el atlantismo del jefe laborista no ponían en tela de juicio la herencia de Margaret Thatcher, Murdoch prometió el apoyo de sus periódicos The Sun, News of The World, The Times y The Sunday Times a la candidatura (victoriosa) de Blair. El apoyo dado luego por los medios de Murdoch (en particular Fox News y Sky News) a la política de George W. Bush en Irak no pudo más que incitar a Blair a seguir siendo un aliado incondicional de Estados Unidos en esa guerra. El grupo News Corporation, de Murdoch, que por otra parte controla el 32% de los lectores de la prensa diaria británica, pudo prosperar en la televisión digital bajo los tres mandatos de Blair a través de su plataforma Sky B.
El proyecto de compra del grupo de prensa francés Les Echos por Bernard Arnault, primera fortuna de Francia y dueño del líder mundial de productos de lujo Vuitton-Moët-Hennessy (LVMH), presenta numerosas similitudes con el caso Murdoch. Arnault, que fue testigo de matrimonio del actual presidente francés, Nicolás Sarkozy, con quien además festejó su victoria en el restaurante parisino Fouquet’s la noche de su elección al Eliseo, recibió el apoyo político inmediato del gobierno: «Lo que me parece extraordinario -ironizó a comienzos de julio el presidente francés- es que los periodistas de La Tribune hagan huelga para que ese periódico no sea vendido por Bernard Arnault, y que los de Les Echos hagan huelga el mismo día para que su diario no sea comprado por Bernard Arnault» (3). Entre los 600 firmantes del llamado de la redacción de Les Echos para apoyar la independencia del periódico, los grandes empresarios y los políticos considerados cercanos a Nicolás Sarkozy brillan por su ausencia. La unción presidencial que goza el dueño de LVMH se ve subrayada por la presencia a su lado de Nicolás Bazire, director general del grupo Arnault.
Bazire, ante quien los empleados de La Tribune fueron a pedir ayuda el 11 de julio, fue director de gabinete del Primer ministro francés entre 1993 y 1995. Por entonces compartió con Sarkozy la tarea de difundir la prédica de Eduard Balladur ante los principales medios parisinos. Por lo tanto, fue a un compañero de luchas políticas del presidente actual que los empleados de La Tribuna confiaron sus temores de que ese periódico fuera vendido a alguien decidido a no inquietar al nuevo propietario de Les Echos.
Igual a Murdoch, aunque de forma diferente, Bernard Arnault tiene fama de intervencionista, de manera directa o indirecta, cuando la prensa toca asuntos que lo conciernen de cerca. En septiembre de 2006, el director de la redacción de La Tribune, François-Xavier Piétry, censuró una encuesta según la cual Ségolène Royal resultaba más creíble en el terreno económico que Sarkozy. La redacción votó una moción de retiro de confianza. ¿Censura de Arnault o demasiado celo del jefe de redacción?
Y no fue un hecho excepcional. En mayo de 2003, la Sociedad de periodistas había renunciado en forma colectiva cuando la publicación de un corrosivo artículo de dos páginas sobre la situación del grupo enemigo Pinault-Printemps-Redoute fue aplazada para que coincidiera con la asamblea general de los accionistas de LVMH, durante la cual se distribuyó una copia del texto… Philippe Mudry, ex director de la redacción de La Tribune y autor en 2000 de un célebre artículo sobre la Torre LVMH, había afirmado anteriormente que «en ningún lado las relaciones con el accionista son normales», y que sus intereses «no deben ser cuestionados por un diario que está bajo su control». Además, había reivindicado su derecho a intervenir «aún a detrimento del lector» (4).
Habiendo guardado en la memoria esa filosofía, los periodistas de Les Echos, algunos de los cuales provienen de La Tribune, decidieron actuar. ¿Podrán seguir hablando de LVMH -citada 124 veces en el periódico durante 2007- sin temor a causar disgusto… o a ser acusados de tratar de complacer? ¿Cómo garantizar la credibilidad de las informaciones del diario sin preservar la redacción de semejante oligarca? Arnault posee no solo unas setenta marcas de lujo, sino también intereses cruzados con el financista belga Albert Frère; una participación de 9,1% en el grupo de distribución Carrefour, y es miembro del consejo de administración del grupo Lagardère. Pero sobre todo, es el propietario de la séptima fortuna del mundo. Las solas ganancias netas de LVMH en 2006 (1.900 millones de euros) le permiten realizar inversiones determinantes en el mundo de los negocios.
Antes que resignarse a la ley del más fuerte dentro de la economía capitalista, los periodistas decidieron resistir en nombre del deber de informar. Junto a sus colegas de La Tribune no dudaron en hacer huelga, impidieron la aparición del diario durante dos días, y utilizaron sus columnas para exponer los motivos de su lucha… Esa lucha, que no hubiera generado de su parte más que una mirada distante si hubiera concernido a los trabajadores de una PME amenazados por un nuevo dueño no deseado, permitió gestos muy audaces: pedido de ayuda al gobierno, al Eliseo, al patronato, conferencia de prensa en compañía de los líderes del Partido Socialista (François Hollande) y de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (François Chérèque)…
Lejos de tender puentes con los trabajadores de las imprentas y de la distribución, que también contribuyen a la fabricación de la información, los periodistas invocaron el «valor» que posee el periódico para el accionista, que se vería afectado en caso de atentar contra la independencia del medio. La dirección de la redacción de Les Echos, preocupada por «santuarizar» su presencia, fue en busca de un proyecto alternativo, propuesto por el financista Marc Ladreit de Lacharrière, propietario de la agencia de notación internacional Fitch Ratings, que concede o resta puntos a las empresas reunidas en el CAC 40, el índice de la Bolsa parisina.
A pesar de presentar una oferta ligeramente superior a la de Arnault, de contar con la aprobación unánime de los periodistas, de comprometerse a mantener el empleo y la independencia editorial del diario (la designación del director de la redacción sería sometida a la aprobación del 55% de los redactores) Marc Ladreit de Lacharrière depende de la evolución de la negociación exclusiva en curso hasta fines de octubre con LVMH. Y el gigante de los productos de lujo, que dice ser víctima de «acusaciones prejuiciosas», confirmó el 12 de julio «su voluntad de concluir la adquisición del grupo Les Echos».
¿Un periódico económico y financiero puede quedar entre las manos del primer grupo económico y financiero del país? El llamado de veintiocho sociedades de periodistas, que reclaman garantía legislativa a través de una ley sobre las sociedades de redactores, no cambia en nada esa eventualidad. Al menos de prever en los estatutos un derecho a veto sobre la designación del director -como ocurre en Le Monde- en el sistema mercantil capitalista un periódico es un producto que se vende libremente a los intereses confesados (u ocultos) del mejor postor. La adquisición de Le Figaro por el fabricante de aviones y senador de la UMP Serge Dassault, es revelador al respecto: el alcance de la intervención política del propietario depende totalmente de su relación con Nicolás Beytout, el muy sarkozysta director de la redacción. El millonario no tuvo que convencerlo para obtener el alineamiento del diario tras el candidato Sarkozy. A cambio, recibió del nuevo gobierno medidas que reducen los impuestos a las sucesiones y limitan al 50% de las ganancias el monto de todos los impuestos a pagar.
Poco después que el diario Liberation pasara bajo el control de Eduard de Rothschild, la sociedad de empleados del mismo tuvo que abandonar (en noviembre pasado) su derecho a veto sobre «las grandes decisiones del periódico». El nuevo presidente y director general, Laurent Joffrin, se opone con «gravedad» a los «cortes en artículos aparentemente menores pero que contravienen los principios de independencia» (5) -en referencia a un artículo censurado en el Journal du Dimanche- pero ello no le impide, al mismo tiempo, utilizar procedimientos que dice combatir. Así, cuando su cronista Pierre Marcelle se negó a asociarse personalmente a las condolencias por el fallecimiento del barón Guy de Rothschild (un aviso en el diario daba cuenta de la «tristeza» del «equipo de Liberation») Joffrin utilizó las tijeras…
La prensa diaria nacional, poco protegida de las leyes de la economía capitalista de la información, a partir de ahora corre peligro de perder su crédito bajo la influencia de los mercaderes de influencia. Alain Minc es uno de sus representantes eminentes. Expulsado en julio por la Sociedad de redactores de Le Monde, cuyo consejo de vigilancia presidía entonces, el ensayista utilizó el aura de ese diario, poniéndola al servicio de sus intereses de asesor financiero de los principales empresarios del CAC 40, los que lo remuneraban. Más aún que su cercanía con Sarkozy, es esa confusión de roles -que Minc practica desde hace mucho- lo que ya no soportan los trabajadores de Le Monde. Así fue que, de manera unánime, exigieron su exclusión. Saben que el poder de influencia de ese hombre se desarrolló a expensas de la pérdida de independencia del grupo de prensa, muy endeudado, que hizo entrar en su capital a capitanes de la industria, a veces clientes de negocios de Minc. Más aún, el lanzamiento del diario gratuito Matin Plus fue convenido en 2006 entre Le Monde y Bolloré, mientras que el ensayista cobra un porcentaje por las operaciones concluidas por ese gran patrón.
Le Monde, que acaba de despedir de la presidencia de su directorio a Jean‑Marie Colombani, se manifiesta decidido a no agravar su dependencia respecto de accionistas externos susceptibles de limitar su capacidad para elegir su destino. ¿No será demasiado tarde? En lugar de aceptar, Minc habla de «putsch» en su contra y de un «clima pre-termidoriano» que enfrentaría los representantes del diario a los administradores externos al grupo de prensa.
A pesar de todo, las redacciones ya no siempre esperan, resignadas, que otros decidan en su lugar sobre el futuro de sus periódicos. Su audacia no es universal. «Es como si los periodistas pensaran que el derecho de propiedad debe acompañarse necesariamente de la prohibición absoluta de ejercerlo» protestaba Jean Pruvost, propietario de Le Figaro, en mayo de 1969 (6). Treinta y ocho años más tarde, los diarios del grupo Amaury, 25% del cual está en poder de Arnaud Lagardère, amigo y «hermano» del presidente de la República, no se inmutaron cuando un artículo sobre Sarkozy y los medios de comunicación «fue a parar al cesto» (7).
NOTAS: 1. «The Times, la marca de Murdoch», Les Echos, París, 9-7-2007 2. Véase los antecedentes detallados de las intervenciones de Murdoch en la línea redaccional de sus diarios:» Rupert Murdoch’s hands-on style «, The Wall Street Journal, Nueva York, 6-6-07. Véase también: Jean-Claude Sergeant, » M. Murdoch, empereur des médias», Le Monde diplomatique, París, enero de 1999. 3. Entrevista en el Journal du dimanche, París, 8-7-07. 4. Libération, París, 6-5-98. 5. Laurent Joffrin, » Gravité «, Libération, París, 28-6-07. 6. Pierre Rimbert, «Periodistas franceses al borde de la rebelión», Le Monde diplomatique, edición chilena, abril de 2007, y «Sociedad de Redactores», Le Monde diplomatique, edición chilena, julio de 2007. 7. Marianne, París, 7-7-2007.
* Marie Bénilde es periodista, autora de On achète bien les cerveaux: la publicité et les médias, Raisons d’agir, París, 2007.
Traducción del francès: Carlos Alberto Zito