Según todos los estudios de referencia de los últimos años los medios de comunicación ostentan, junto a políticos y empresarios y casi en el mismo grado, el «honor» de ser uno de los sectores que los españoles consideran más corruptos. Aunque solemos vincular la corrupción a sobornos, cobros ilícitos y fraudes fiscales, la ciudadanía no […]
Según todos los estudios de referencia de los últimos años los medios de comunicación ostentan, junto a políticos y empresarios y casi en el mismo grado, el «honor» de ser uno de los sectores que los españoles consideran más corruptos.
Aunque solemos vincular la corrupción a sobornos, cobros ilícitos y fraudes fiscales, la ciudadanía no duda a poner en ese saco también a los medios y los periodistas que resignan su independencia, se ofrecen al servicio de los distintos poderes y/o fraguan informaciones falsas por el mero afán de aumentar las ventas del medio.
Si entendemos o creemos que empresas e informadores conocen, que deberían, su obligación de veracidad está claro de que todas esas conductas constituyen irrefutables delitos de prevaricación.
Lo que me sigue sorprendiendo (quizá sea un ingenuo) es que gran parte de la profesión confunda estas conductas corruptas con el ejercicio de la libertad de expresión. Recientemente hemos oído en el programa La Sexta Noche como su conductor se asombraba de que el catedrático Juan Torres abandonara el plató, en plena emisión, ante las petulantes faltas de respeto de dos de sus tertulianos.
Lo curioso es que el conductor de este programa dijera que no entendía esa actitud del profesor Torres porque en su programa, según dijo, se imponía el respeto por la libertad de expresión de todos los participantes. Está claro que el tal Iñaki López no tiene ni pajolera idea de lo que eso significa; lo que me lleva a suponer que tampoco conoce las bases del Derecho a la Información ni los documentos que las definen.
Me atrevo a recordarle el párrafo del Código Deontológico Europeo de la Profesión Periodística que señala: «Si bien es cierto que en la expresión de opiniones por ser subjetivas, no debe ni es posible exigirse la veracidad, sin embargo se debe exigir que la emisión de opiniones se realice desde planteamientos honestos y éticos.»
No todo vale ni valió nunca
En estos días comienza a ventilarse en sede judicial una acusación contra los periodistas Eduardo Inda, Esteban Urreiztieta, Santiago González y Casimiro García Abadillo y el diario El Mundo por los supuestos delitos de injurias y calumnias con publicidad en torno al caso conocido como Cuadrifolio.
Me temo que no serán pocas las voces corporativas que se levantarán para acusar a la magistrada actuante de estar cometiendo un ataque a la libertad de prensa. A estos desinformados también convendría recordarles que la veracidad en la información no es una entelequia ni algo de definición opinable.
Ya hace casi treinta años que la justicia española, a través de un fallo del Tribunal Constitucional luego refrendado en otros, dejó bien asentado que «Cuando la Constitución requiere que la información sea «veraz» no está tanto privando de protección a las informaciones que puedan resultar erróneas -o sencillamente no probadas en juicio- cuanto estableciendo un específico deber de diligencia sobre el informador a quien se le puede y debe exigir que lo que transmita como «hechos» haya sido objeto de previo contraste con datos objetivos, privándose así de la garantía constitucional a quien defraudando el derecho de todos a la información actúe con menosprecio de la verdad o falsedad de lo comunicado. El ordenamiento no presta su tutela a tal conducta negligente, ni menos a la de quien comunique como hechos simples rumores o, peor aún, meras invenciones o insinuaciones insidiosas, pero sí ampara, en su conjunto, la información rectamente obtenida y difundida, aún cuando su total exactitud sea controvertible.« (Sala 1º del Tribunal Constitucional 6/1988, de 21 de enero).
Por desgracia, estamos viviendo un momento donde algunos profesionales de baja catadura y menor formación intelectual se empeñan, desde la ignorancia, en sostener que todo es opinable, aunque eso represente subvertir derechos fundamentales.
Y llegó la podrida «post verdad»
La primera conferencia de prensa del electo presidente de los Estados Unidos ha servido para mostrarlo ante los informadores en estado puro. Con su habitual tono Donald Trump se negó a responder a las preguntas del representante de la CNN y acusó de mentir a la web Buzzfeed -que es propiedad en parte de la NBC. Estos dos medios fueron los más notables en la difusión de un supuesto dossier confidencial sobre la posibilidad de que Rusia tuviera ‘información sensible’ sobre su persona y pudiera extorsionarlo.
Entiendo que la catadura del señor Trump es carnaza de fácil digestión; por lo cual no me extraña que el acento de nuestros grandes medios dependientes se pusiera en el gesto supuestamente descomedido del personaje.
Sin embargo, han pasado de puntillas sobre la calidad del material publicado por esos dos medios. Se trata, por si no lo saben, de un pretendido informe que afirma que la KGB tiene vídeos comprometedores que recogerían las supuestas perversiones del electo presidente, captadas en la suite de un hotel ruso.
Este papel inmundo y anónimo había estado circulando por las redacciones estadounidenses durante meses, sin que nadie se atreviera a publicarlo, hasta que la NBC le dio credibilidad y publicó dos páginas del mismo.
Esto provocó que Ben Smith, editor de BuzzFeed se sintiera facultado para publicar la totalidad del mismo aclarando que el pretendido dosier, «es una colección de memos escritos durante un periodo de meses, incluye acusaciones específicas, no verificadas y potencialmente no verificables del contacto entre asesores de Trump y agentes rusos, y acusaciones gráficas de actos sexuales documentados por los rusos».
Para justificar esa difusión Smith dice que lo hace «para que los estadounidenses puedan sacar sus propias conclusiones frente a las acusaciones sobre el presidente electo que han circulado en los más altos niveles del gobierno de EE.UU» y añade «así es como yo veo la labor de los periodistas en 2017», confesando así su adicción a la post verdad.
También publicó en twitter que su objetivo era «ser periodísticamente transparente y compartir la información que tenemos con nuestros lectores». Pero, es que no tenía ninguna información; solo era un anónimo cuyo contenido él mismo reconocía que no era verificable.
La post verdad es simple mentira
Si los grandes medios españoles minimizaron esta trastienda corrupta es, simplemente, porque esta praxis de la mentira y la difamación es lo que gran parte de ellos vienen practicando desde hace años.
Sin embargo, medios estadounidenses como The New York Times, Politico, The Financial Times o The Washington Post, entre otros cientos, evitaron la publicación de ese mensaje anónimo y explicaron a sus lectores que no lo hacían porque ese documento recogía afirmaciones sin contrastar.
Dean baquet, the New York Times, ha explicado que «Yo, como otros, investigué las afirmaciones y no pude corroborarlas. Y pensamos que no era nuestro negocio publicar cosas que no se sostienen.»
Brad heath, de USA Today se interrogó «cómo los estadounidenses van a formarse una opinión del asunto, si no hay ni confirmación ni pruebas de los hechos publicados» y sostiene que «no debe publicarse nada si no se sabe si es cierto». Wikileaks, por su parte, ha señalado: «No apoyamos la publicación del documento de Buzzfeed, porque es claramente una tontería».
Sin embargo, no es extraño que en nuestro entorno se sostenga la «obligación profesional» de difundir cualquier rumor o infamia interesada con el mismo pretexto bastardo del señor Ben Smith. Cuando no, la difusión como verdaderos de documentos falsos o trucados como posteriormente han corroborado distintos fallos judiciales ante la demanda de los perjudicados.
Basta ya de eufemismos miserables; no hay «post verdad» sino pura y dura mentira podrida. La misma de siempre.
Fuente original: http://www.revistaelobservador.com/opinion/35-me-quieren-oir/11931-no-hay-post-verdad-solo-es-mentira-podrida