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No se puede cambiar el mundo sin eliminar la propaganda occidental

Fuentes: ZSpace

Traduccion del inglés al francés Estelle y Carlos Debiasi y traducción del francés por Susana Merino

A veces me persiguen pesadillas: estoy en medio de un campo de refugiados arrasado por los bombardeos, puede ser en el Congo (RDC) o en otro desesperado país en la periferia del interés de los medios. Los chicos corren a mi alrededor con los vientres hinchados, acusando claramente su desnutrición. Muchas mujeres tienen también el vientre hinchado en el campo, pero no por causa de una acto de amor, sino por una violación de algunos meses atrás. Se siente una descarga de artillería que llega desde las colinas y las tropas de la ONU no pueden impedirla.

Algunas veces me despierto y el sueño se desvanece. O consigo rechazarlo; expulsarlo de mi inconsciente.Pero a veces permanece conmigo el resto del día. Y a menudo no es un sueño sino una realidad. Estoy en efecto en lugares como Kibati (Congo) enfrentando, los ojos desesperados de los niños, los ojos resignados, rojos e hinchados de las mujeres, el caño de un fusil. Hay dos fuegos diferentes en el horizonte y ruidos de artillería que vienen del matorral. Y en lugar de la almohada aprieto el obturador de mi Nikon profesional o el capuchón de mi lapicera.

Lo que escribo y lo que fotografío aparece regularmente en las páginas de los diarios o de las revistas. A veces una o dos imágenes en los muros de los museos o de las galerías. Pero siempre es una lucha persuadir a los redactores, a los editores, a los distribuidores o a los curadores que acepten mostrar, al menos una muestra edulcorada de la realidad, al gran público.

La era de los cronistas valientes y de los redactores decididos parece haber terminado. Los corresponsales que cubrieron la guerra de Vietnam que ayudaron efectivamente a terminar la guerra de Vietnam, han envejecido. Escriben memorias y publican libros pero apenas atestiguan los actuales conflictos. Existen todavía algunos periodistas corajudos y abnegados – Keith Harmon Snow o John Pilger para mencionar solo dos – pero son la excepción que confirma la regla de lo que normalmente sucede.

Y las valientes voces alternativas son hoy más necesarias que en ningún otro momento de la historia reciente. Como el control de las empresas sobre los medios se ha vuelto casi absoluta, casi todos los grandes medios están actualmente al servicio de la instalación de los intereses económicos y políticos. Más lo hacen y más hablan de libertad de prensa, de objetividad, de reportajes imparciales: pero en otra parte, no en la propia casa.

Mientras que la mayor parte de los medios en lengua inglesa ejerce una represión sin precedentes sobre la información, sobre, por ejemplo, la brutalidad de la política exterior occidental en el Africa subsahariana o sobre el genocidio indonesio en Papua Occidental (dos regiones del mundo con enormes reservas de materias primas explotadas por compañías mineras multinacionales) los titulares de los medios de las clases dirigentes de los EE.UU., del Reino Unido y de Australia intensifican sus ataques sobre los puntos de vista alternativos que proceden de Pekin (RPC), Caracas o La Habana. La más importante toma del poder de los fundamentalistas de mercado, la retórica más anti-china o anti Chávez aparece en las cadenas de los medios occidentales – cadenas en las que la propaganda actualmente alcanza a cada rincón del globo.

Yo me crié en Checoeslovaquia y aunque no recuerde de pequeño el desfile de los tanques soviéticos por las calles de Praga en 1968, me acuerdo muy claramente de las consecuencias – la colaboración, las mentiras y el cinismo del llamado «proceso de normalización». Lo que me llena de consternación ahora – como ciudadano naturalizado de los EE.UU: – no es solamente que lo que aquí describo está llegando, sino la indiferencia que acompaña a todos estos terribles acontecimientos.. Y sobre todo que la mayoría de la gente en el llamado «Primer Mundo de habla inglesa» creen realmente lo que dicen los diarios y lo que ven en las pantallas de la televisión. ¡Las mentiras y la parcialidad parecen ser demasiado evidentes para ser ignoradas! Pero la mayoría lo son Describiendo el léxico del poder occidental Arundhati Roy escribió una vez: «Actualmente lo sabemos. Los caballos son cerdos. Las chicas son muchachos. La guerra es la paz» Y admitimos que lo son.

En cierto modo sabemos que el control de la información es mucho más prolijo ahora en los EE.UU. o en el Reino Unido o en Australia que lo fue durante los años 1980 en Cheoeslovaquia, Hungria y Polonia. No existe ninguna «sed de verdad» – de miradas alternativas – en cada panfleto que osa desafiar al régimen y en el político doble mensaje de libros y películas. No existe tal sed intelectual ni en Sidney, ni en Nueva York ni en Londres como era corriente ver en Praga, Budapest o Varsovia. Los escritores y los periodistas occidentales escribe como mucho «entre líneas» y los lectores no esperan, ni buscan mensajes ocultos.

Todo eso continúa sin oposición: propaganda y falta de visiones alternativas. Parece que nos hubiéramos olvidado de cuestionar las cosas. Parece que hemos aceptado la manipulación de nuestro presente y de nuestra historia: que nos volvemos contra esas especies raras que están todavía de pié a la izquierda defendiendo el sentido común y la verdad y lo que puede verse con toda evidencia pero que se niega en nombre de la libertad, la democracia, la objetividad (las grandes palabras que son tan usadas actualmente al punto de perder su sentido) ¿Somos nosotros los del Oeste los que estamos a punto de entrar en una era en que señalaremos con el dedo a los disidentes, estamos por convertirnos en alcahuetes y en colaboradores? Hemos conocido muchos períodos como este en nuestra historia. Hace poco tiempo – no hace demasiado tiempo!

Mientras tanto nuestros intelectuales colaboran con el poder y sus esfuerzos son recompensados, regiones integras del mundo se bañan en sangre, en hambre o en ambas. La colaboración y el silencio entre los que saben o deberían saber es ahora parcialmente culpable del actual estado del mundo.

El propósito perfecto, políticamente correcto está anclado en los textos, los discursos y también en la siquis de muchos de nuestros pensadores, Dios lo prohíbe, no ofenderán jamás a la gente de los países pobres (que puede ser masacrada y alentada a destriparse, pero que no debería «ser ofendida» especialmente sus jefes políticos y religiosos corruptos y que sirven a los intereses occidentales y de las multinacionales). Concretamente – los límites del debate permitido en las pantallas de TV o en las páginas de nuestros diarios han sido definidos. Y se podría creer que la derecha y las clases dirigentes han ridiculizado lo «políticamente correcto» para desafiar los límites de la discusión, tanto como el de la difamación. Si eso conviene al establishment eso define la dictadura feudal en los lugares lejanos (tanto tiempo como sirvan a los intereses como parte interesada de la cultura de este o aquel país que se controla o se quiere controlar. Si la religión sirve a los intereses geopolíticos de Occidente (leer: si la religión nos ayuda a matar a los jefes Progresistas de izquierda y sus discípulos) el Oeste proclamará su profundo respeto a esa religión, y aún el apoyo, como Inglaterra apoyó el Wahabismo en Medio Oriente, tanto tiempo como creyó que el Wahabismo reprimiría los conflictos por una sociedad igualitaria y la equitativa distribución de los recursos minerales.

Mientras desprestigiamos a Cuba por la violación de los derechos humanos (algunas docenas de presos, muchos de los cuales habrían sido acusados de terrorismo en el oeste, porque buscan abiertamente desobedecer la constitución y al gobierno) y la China por el Tibet (glorificar evidentemente al antiguo señor religioso feudal justo para contrariar y oponerse a la China, principal objetivo de nuestra política exterior – un enfoque ciertamente racista) hay millones de víctimas de nuestros intereses geopolíticos pudriéndose o ya enterradas en el Congo (RDC) y en el Africa subsahariana, en Papua Occidental, en Medio Oriente y aún más allá.

Nuestro palmarés de los derechos del hombre (si consideramos a todos los seres humanos «humanos» y admitimos que violar los derechos de un hombre, una mujer o un niño en Africa, América Latina, Medio Oriente, Oceania o Asia es tan deplorable como violar los derechos del hombre en Londres, Nueva York o Melbourne) es tan espantoso tanto hoy en día como en el pasado – que es inimaginable que nuestros ciudadanos puedan creer que nuestros países constituyen una palanca moral y que deberían estar autorizados para arbitrar y para ejercer un juicio moral.

Mientras que la propaganda post-guerra fría (el aniquilamiento de todo lo que fue dejado por los movimientos progresistas) o sea comparar la Unión Soviética con la Alemania nazi: la misma Unión soviética que al precio de 20 millones de vidas salvó al mundo del fascismo) se omite decir que los primeros campos de concentración no fueron construidos por los rusos, sino por el Imperio británico en Africa; y que ningún gulag puede equipararse con los horrores del terror colonial ejercido por los poderes europeos entre las dos guerras mundiales.

La propaganda está tan anclada en los E.UU. y en Europa que no surge ninguna discusión al respecto, ni se reclama o está simplemente permitida o tolerada. Mientras que la revolución soviética y más tarde el gulag son utilizados como prueba dudosa de que un sistema socialista realmente no puede funcionar (mientras que Stalin era claramente paranoico, no existe ningún desmentido referente al complot por dirigir a los nazis hacia el este – el hecho de que Francia y Gran Bretaña sacrificaran a Checoeslovaquia en la Conferencia de Munich de 1938 es una clara prueba de ello) el holocausto de Occidente en Africa (por ejemplo la exterminación belga de decenas de millones de congoleses durante el reinado de Leopoldo I) no se presenta como un ejemplo de que las monarquías de estilo occidental y el fundamentalismo de mercado son esencialmente peligrosos e inaceptables para la humanidad, ya que ha asesinado a centenares de millones en todo el mundo.

Evidentemente todo deriva del dinero y de la avaricia europea – de las materias primas – por las que decenas de millones de habitantes del Congo debieron morir hace cien años (entonces era por el caucho). Las razones no son diferentes actualmente, aunque los asesinatos son ahora realizados por las fuerzas locales y por los ejércitos vecinos y ahora por la fiel y pro-estadounidense Ruanda, tanto como por mercenarios. Tampoco son diferentes las razones en Papua occidental, solo que allí las muertes son ejecutadas por las tropas indonesias que defienden los intereses económicos de las corruptas élites de Jakarta y de las compañías multinacionales occidentales; o en Irak.

Y sin embargo no nos sentimos indignados. Los ciudadanos legalistas de nuestros países que no tiran su basura a la calle mientras dócilmente esperan el semáforo en verde para cruzarla. Pero no se oponen a las masacres que se ejecutan en nombre de sus intereses económicos. Esas masacres son bien aderezadas por los medios y el aparato de propaganda de modo que nadie explica claramente que el asesinato sirve para mantener el mundo de los negocios, pero también el relativamente alto nivel de la mayoría de los llamados «países desarrollados» aunque oficialmente se habla de los derechos del hombre, la democracia y la libertad. Una de las razones por las cuales aceptamos tan fácilmente esa propaganda oficial es porque nos ayuda a tranquilizar y calmar nuestra mala conciencia.

Las élites intelectuales y la universidad tampoco están al margen de aceptar y reciclar y aún inventar mentiras. En el transcurso de los últimos años, fui invitado a disertar en varias universidades de la élite del mundo angloparlante – desde Melbourne a la Universidad de Hong Kong, Columbia y Cornell, Cambridge y Auckland. Me di cuenta entonces que las recusaciones a las tesis existentes no significan que se defienda la integridad intelectual: muy por el contrario. Más aun que los medios, la universidad es profundamente hostil a discutir los clichés establecidos. Trate de estar en desacuerdo con la tesis de que Indonesia es un estado tolerante, que hace esfuerzos por ser democrático y no sé qué más que es el convencimiento de muchos profesores y será etiquetado como un extremista o mejor aún como un provocador. Y será muy difícil que pueda evitar los insultos directos. ¡Trate de oponerse a los monolíticos enfoques anti-chinos!

En la universidad anglo-sajona expresar la propia opinión es indeseable, casi inaceptable. Para empezar, se espera que un escritor o un orador cite a otro: «Ha dicho el señor Green, que la tierra es redonda» «El profesor Brown confirmó que ayer llovió» Si nadie lo dijo antes es dudoso de que haya sucedido. Y el autor o el orador son fuertemente desalentados a expresar su propia opinión. En resumen: se espera, que no importa el tema, o el punto de vista de la información, sea confirmado por el «establishment» o al menos por parte de él. Es decir que debe pasar por la censura informal.

Largas listas a pié de página adornan casi todos los libros de no-ficción, así como muchos grupos universitarios y muchos autores de libros de ensayos en lugar de formar parte de sus propias investigaciones o trabajos en el terreno, se citan sin descanso y se re-citan. A Orwell, Burchett o Hemingway les hubiera sido muy difícil evolucionar en este ambiente.

Los resultados son a mendo grotescos. Dos casos en Asia son grandes ejemplos de esa cobardía y servilismo intelectuales no solamente del cuerpo diplomático sino también de la comunidad universitaria y periodística: Tailandia e Indonesia.

Los clichés creados por los medios anglosajones y la universidad se repiten hasta el cansancio en los principales medios incluidos la BBC y CNN y por casi todos los diarios influyentes. Cuando nuestros medios habla de Camboya, por ejemplo, raramente olvidan mencionar el genocidio «comunista » del kmer rojo. Pero habría que buscar el samizdat para enterarse de que los kmmers rojos accedieron al poder solamente luego de que los EE.UU. tapizaran con bombas los campos de la región. Y cuando Viet Nam echó al Kmer Rojo, los EE.UU. pidieron a las Naciones Unidas el «regreso inmediato del gobierno legítimo»!

Nada existe o casi nada en las ediciones «on line» de los diarios occidentales que pueda representar los horrores desencadenados por el Oeste contra Indochina, Indonesia (2 o 3 millones de personas muertas desde que los EE.UU. apoyaron el golpe de estado que llevó al general Suharto al poder) y a Timor oriental por mencionar solo algunos pocos.

Nunca escuché a ningún hombre público del oeste recurrir a los medios para llamar a un boicot a nada indonesio por los continuos asesinatos de los papúas (aunque algunos parecieron indignados durante los años 70 y 80 por el genocidio en Timor oriental) El Tibet es un asunto diferente. La crítica a China por su política en el Tibet es épica. La crítica a China es en general monumental y desproporcionada.

Cada vez que la China fracasa es porque «es todavía comunista» cuando es exitosa «es porque ya no es más comunista» Como lector quiero saber por los propios chinos si su país es o no comunista. De lo que sé, lo es todavía y aún más la gran mayoría quiere que siga siéndolo.

Pero eso no es suficiente. No podemos confiar en la descripción que de sí misma haga las más antigua cultura del planeta: ese trabajo debe ser hecho por interlocutores nativos ingleses, por las únicas personas elegidas o seleccionadas para influenciar y formar la opinión pública mundial.

Quiero tener informaciones de mis colegas de Beijing. Quiero que ellos sean capaces de discutir abiertamente con los que acusan (absurdamente) a su país de ser responsable de todo, desde Sudán hasta Birmania y del deterioro del ambiente. ¿Cuántos informes hemos visto en la BBC world mostrando fábricas chinas eructando humo negro y cuantos hemos visto sobre la contaminación generada por los EE.UU. que sigue siendo el mayor contaminador del mundo?

O ¿cuáles son los pensamientos de los universitarios japoneses, los escritores y los periodistas sobre la Segunda Guerra Mundial? Todos sabemos que los periodistas de lengua inglesa establecidos en Tokio creen lo que piensan sus colegas japoneses pero ¿Por qué nos impiden leer habitualmente traducciones directas de los trabajos escritos por quienes llenan las páginas de los diarios más grandes del mundo, publicados en Japón o en China? Por qué tenemos que ser guiados por una mano invisible que conforma el consenso global?

Como hablo bien el español, me doy cuenta hasta que punto las actuales tendencias de América latina están tan poco representadas en las publicaciones de los EE.UU., Gran Bretaña y Asia. Mis colegas latinoamericanos se quejan porque es imposible discutir sobre el presidente venezolano Hugo Chávez o sobre el presidente boliviano Evo Morales en Londres o en Nueva York con quienes no leen el español – sus opiniones aparecen uniformizadas y estúpidamente parcializadas.

En estos días la izquierda es evidentemente el tema principal – el verdadero tema – en América Latina. Mientras que los periodistas británicos y usamericanos y los escritores analizan las recientes revoluciones latinoamericanas a la luz de las directivas políticas de sus propias publicaciones, los lectores de todo el mundo (a menos que lean español) no saben casi nada de las opiniones de quienes en estos precisos momentos están escribiendo la historia de Venezuela o de Bolivia.

¿Cuántas veces ha aparecido en las páginas de nuestras publicaciones que Chávez ha introducido la democracia directa, permitiendo a la gente influir en el futuro de su país mediante innumerables plebiscitos mientras que los ciudadanos de nuestras «democracias reales» deben callarse y hacer lo que se les dice? O se les permitió a los alemanes pronunciarse sobre la unificación; no se les preguntó a los checos ni a los eslovacos si querían su «Divorcio de terciopelo»; los ciudadanos británicos, italiano y usamericanos debieron ponerse las botas y marchar a Irak.

Los diarios de lengua inglesa están llenos de reportajes sobre la China sin que se permita a los chinos hablar por sí mismos También están llenos de reportajes sobre Japón, en los que se citan a los japoneses pero no se les confía compartir sus artículos sobre su propio país – artículos que deberían ser escritos por ellos desde el principio al fin.

Hasta ahora, el idioma inglés es el principal instrumento de comunicación en el mundo, pero no para siempre. Sus escritores, sus periodistas, periódicos y casas editoras no facilitan una mejor comprensión entre las naciones. Fracasan totalmente en la promoción de la diversidad ideológica.

Los medios utilizan el inglés como un instrumento al servicio de los intereses políticos, económicos y hasta intelectuales. Una cada vez más importante cantidad de locutores no nativos, son obligados a utilizar el inglés para formar parte del único grupo de influencia: el grupo que importa – el grupo que lee, comprende y piensa del «modo correcto». Además de la ortografía y de la gramática, los recién llegados de este grupo aprenden a sentir y a reaccionar hacia el mundo que les rodea, al mismo tiempo que deben considerarlo objetivamente. El resultado es la uniformidad y la disciplina intelectual.

Cuando en medio de la noche me despierto, perseguido por las pesadillas y las imágenes que conservo, desde hace mucho tiempo, cargadas en mis aparatos fotográficos, comienzo a soñar en la organización de un mundo mejor y más justo. Pero siempre aparece y me hago la misma pregunta: ¿cómo lograrlo?

Pienso en todas las revoluciones exitosas del pasado – todas incluyen una condición previa: educación e información. Para cambiar las cosas la gente debe saber la verdad. Debe conocer el pasado.

Lo que le ha sido repetido muchas veces a los habitantes de Chile, de Argentina y de Sudáfrica. Ningún porvenir podrá ser mejor, ninguna reconciliación honesta y justa podrá lograrse mientras no sean analizados y comprendidos el pasado y el presente. Será por eso que Chile triunfó e Indonesia fracasó. Es por eso que Sudáfrica con todas sus complejidades y problemas están en camino de exorcizar sus demonios y de evolucionar hacia un futuro mejor.

Pero el oeste, Europa y Estados Unidos y en gran medida Australia – viven todos en la negación. Jamás han aceptado completamente la verdad del terror que han derramado y derraman aún sobre la mayor parte del mundo. Son siempre ricos: los más ricos y viven del sudor y de la sangre de los otros. Son todavía un imperio – un Imperio – cohesionado por la cultura colonialista: un tronco y las ramas: todo uno.

No habrá nunca paz sobre la tierra, una verdadera reconciliación hasta que no desaparezca esta cultura de control. Y la única manera de hacerla desaparecer es enfrentando la realidad, hablando y recordando el pasado.

Esa es la responsabilidad de los que conocen el mundo y comprenden el sufrimiento de la gente por decir la verdad. Poco importa el precio, poco importa la cantidad de privilegios que desaparecerán con cada frase honesta (todos sabemos que el Imperio es vengativo) No por decirle la verdad al poder (no la merece) sino contra el poder. Descuidar las instituciones existentes desde los medios hasta la universidad, como no son la solución pero forman parte del problema, son corresponsables del estado del mundo en que vivimos! Solo una multitud de voces repitiendo lo que sabe todo el mundo, menos los países dirigentes, parecen saber: las voces amalgamadas de un «Yo acuso» derrotarán a los actuales errores que gobiernan el mundo. Pero solo las voces verdaderamente unidas y solamente en multitud. Con determinación y enorme valentía!

La página » ZSpace» de André Vltchek, EE.UU., 18 de junio de 2009