«Basta recordar la reacción mediática ante la crisis, y sus recetas neoliberales comunes, para entender los estragos en la libertad de expresión.» -Enrique Bustamante, en el prólogo de Traficantes de información– Como hace tiempo que somos consumidores antes que ciudadanos o trabajadores, hemos ido tomando conciencia de nuestros derechos como tales, y los exigimos casi […]
«Basta recordar la reacción mediática ante la crisis, y sus recetas neoliberales comunes, para entender los estragos en la libertad de expresión.»
-Enrique Bustamante, en el prólogo de Traficantes de información–
Como hace tiempo que somos consumidores antes que ciudadanos o trabajadores, hemos ido tomando conciencia de nuestros derechos como tales, y los exigimos casi con más ardor que los derechos humanos. Tenemos trabajos precarios y la vivienda es un artículo de lujo; pero a veces parece que nos sulfura más que nos vendan un cartón de leche caducada o nos molesten la siesta con la venta telefónica.
Como consumidores conscientes, exigimos cada vez más transparencia: queremos saber qué comemos, dónde se fabrica, y si lleva grasas hidrogenadas, maíz transgénico o demasiados conservantes. Así, el etiquetado de alimentos es cada vez más estricto. Ahí está, por ejemplo, el huevo: cada uno trae un código impreso que nos dice dónde vive la gallina, cuándo lo puso, y si está hacinada en una jaula o corretea libre.
Pero no somos igual de exigentes con todos nuestros consumos. Por ejemplo, con la información. Somos consumidores -algunos hasta bulímicamente- de noticias, nos comemos a diario unos cuantos platos de datos, sucesos y opiniones, pero no sabemos si son noticias de corral o de jaula, ni con qué las alimentan para que engorden así.
La mayoría engullimos sin pensar demasiado, pero hay quien no se conforma y decide ir a la granja, para ver cómo crían las noticias, y si son fiables o están hormonadas. Es el caso de Pascual Serrano, periodista amigo que lleva años cuestionando el sistema mediático, denunciando los intereses ocultos y las manipulaciones -que serían el equivalente a la intoxicación alimentaria-.
Pascual piensa que las noticias también deberían llevar un código impreso para saber de dónde vienen, y así decidir si nos las tragamos o no, si alimentan, son chuchería o están podridas. Para ello acaba de publicar un libro: Traficantes de información. Una guía tipo «Quién es quién» sobre los grandes grupos de comunicación en España, sus propietarios, su origen, y sus intereses económicos y políticos.
Traficantes es un libro práctico, con el que entendemos muchas cosas. Deberíamos tenerlo a mano cada vez que nos comamos una noticia.
http://blogs.publico.es/trabajarcansa/2010/12/08/noticias-de-corral/