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Nuestro territorio teñido de azul

Fuentes: Rebelión

Eran las 20 hs del 28 de julio y yo esperaba el colectivo como habitualmente hago los días miércoles en ese horario. Esas esperas eternas suelen ser la excusa perfecta para dedicarle tiempo a la lectura, procesar mil datos desordenados en la cabeza, o bien observar atentamente a cada peatón. Ese día me había decidido […]

Eran las 20 hs del 28 de julio y yo esperaba el colectivo como habitualmente hago los días miércoles en ese horario. Esas esperas eternas suelen ser la excusa perfecta para dedicarle tiempo a la lectura, procesar mil datos desordenados en la cabeza, o bien observar atentamente a cada peatón. Ese día me había decidido desganadamente por la última opción.

De manera casi inmediata a mi decisión, aparecieron desde lejos por la avenida Vélez Sarsfield, aquellas temidas luces azules y giratorias de los vehículos de la policía de la provincia. No me sorprendieron. La parada de colectivo en la que me encontraba se ubica a solo dos cuadras de la Comisaría X, donde los movimientos, llegadas y salidas de móviles de la policía son permanentes. Además, la omnipresencia policial resalta entre las características de la fotografía urbana de Córdoba, de modo que esas luces, esos colores, ya no significan alarma.

La falta de asombro me llevó directamente hacia la segunda de las opciones posibles durante una larga espera por el transporte público: seguir procesando datos que desde hace ya largo rato están dando vueltas por aquí y por allá, inconexamente. Y como puñaladas me vinieron a la mente algunos de los últimos hechos referidos a esa acechante «sombra azul» que amenaza a los sectores populares y/o organizados de nuestra sociedad.

Siempre hace falta volver a repetir, a denunciar, que nuestra ciudad está siendo progresivamente convertida en un espacio exclusivo y clasista, que cada vez menos los sectores populares pueden acceder al centro de la ciudad y sus inmediaciones, que cada vez más estamos siendo disciplinados y adecuados a pautas únicas de estar y habituar nuestro territorio. Pretenden convencernos de que Nuestra ciudad es de otros y para otros: para el negocio inmobiliario, para el turismo, para los estudiantes de Nueva Córdoba, para la gente de traje, bien vestida y blanca, en fin, para los de arriba.

De ahí el aumento indiscriminado del personal y el presupuesto policial. De ahí la creación de la policía turística, aquellos «soldados del patrimonio» destinados a preservar la imagen de la Córdoba docta, de las buenas costumbres, la alta cultura. Y por supuesto que siguiendo esta línea no es casual el -recientemente aprobado por la legislatura de la provincia- «Plan de Modernización de los Inmuebles de la Policía», consistente en la venta de nueve locales de seccionales policiales ubicados en zonas privilegiadas por los rubros de la construcción y el negocio inmobiliario (Bº Centro, Bº Nueva Córdoba, Bº General Paz, Bº Villa Belgrano).

Todas estas «reformas» (y otras cuestiones que sería redundante mencionar) apuntan en el sentido de esta aberración que las organizaciones sociales llamamos criminalización de la pobreza y que en términos prácticos se traduce en detenciones arbitrarias y casos de gatillo fácil, se traduce en barrios-ciudades y el traslado de las comisarías céntricas hacia barrios periféricos, en la «acción preventiva» y las consignas de «saturación». El pan nuestro de cada día.

Inesperadamente, ese miércoles a la noche el hecho naturalizado de ver móviles de la policía tuvo su cuota de imprevisión. Obviamente las relucientes camionetas pertenecían a la flota de un centenar que fueron entregadas frente al lujoso Paseo del Buen Pastor, en un acto presidido por el gobernador Juan Schiaretti y el jefe de policía Alejo Paredes, el día anterior. Pero esas siete camionetas no eran cualquier móvil del Comando de Acción Preventiva. Sobre su camuflado de guerra llevaban la atemorizante inscripción de «PATRULLA RURAL», que me produjo el mismo escalofrío que había sentido, en pleno verano el febrero pasado, al ver tanta policía junta en un pueblo del interior.

Todxs sabemos que la saturación policial no es un problema capitalino, sino que afecta a las demás ciudades de la provincia, lo novedoso (al menos para quienes estamos demasiadx centradxs en pensar las dinámicas urbanas) es el avance represivo hacia el ámbito rural. Porque resulta -según pude leer en el sitio oficial de la policía de la provincia después del inesperado hecho- que el 80% de la nueva flota será destinado al interior de la provincia para ser utilizado en Patrullas Rurales (algunas próximas a crearse), mientras que el 20% restante será distribuido entre la policía caminera y el CAP rural de Córdoba capital (aquel que controla el «cinturón verde» de la ciudad).

El territorio patrullado no se limita al espacio urbano. La apropiación desigual de los espacios y de nuestra tierra, requiere de garantías, de herramientas puestas al servicio del mantenimiento del orden público y el resguardo de la propiedad privada. Estas funciones que ponen en evidencia el carácter clasista de la institución policial, adquieren características específicas en el ámbito rural. Desde la institución policial se enuncia como principal delito rural a combatir el abigeato, pero bien sabemos que la real comprensión del modelo de seguridad requiere la comprensión de las dinámicas del capital en lo rural, las formas culturales y sus sujetos sociales y políticos.

Así como lo urbano y lo rural están integrados en términos de producción y acumulación, han de estarlo los discursos y dinámicas para su «seguridad». El patrullaje territorial permanente y extendido debe funcionar como alerta para la sociedad toda: de la privatización de los espacios públicos, del ocultamiento y exclusión clasista, del control sobre nuestros cuerpos, de una provincia cada vez más militarizada.

Que podamos aprender de nuestra historia: el desconocimiento, el acatamiento, el silencio, el miedo jamás nos han llevado a buen puerto. Porque queremos estar y habitar libremente en un territorio que nos pertenece, porque no aceptamos que el imperialismo y sus séquitos nacionales nos impongan modos de pensarnos y de «cuidarnos», porque creemos en nuestrxs vecinxs, en nuestro pueblo y en el cambio: no callemos, denunciemos, luchemos, nos organicemos. Así podremos leer tranquilxs en la parada del colectivo, o pensar, u observar, o cuanto mejor dialogar y encontrarnos.
 
Mercedes Ferrero es integrante del Colectivo de investigación «El llano» y militante del Colectivo Villa La Lonja en el Encuentro de Organizaciones de Córdoba.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.