El aparatoso, lamentable, naufragio de El País,  tiene a la profesión periodística en suspendido ánimo y a la casta  política preparando el abordaje del pecio que quede. Hay un resplandor  de extraña premonición en el horizonte: justo cuando la Constitución de  1978 pasa por sus peores momentos hace aguas el que fuera (junto al  extinto Diario 16) su único baluarte en momentos de zozobra. Es  la España de la transición, la de la segunda restauración, la que parece  presta a abandonar la escena. Los dos partidos dinásticos solo reúnen  una intención de voto del 50%.
 Tampoco hay que exagerar, viene a decirse. Solo es un ERE. La empresa continúa, igual que lo hizo El Mundo  hace un tiempo. Sí y no. Sí porque, en efecto, la empresa dice querer  continuar; no porque ya no es la misma empresa y porque no está claro  por qué y para qué y hasta cuándo pretende continuar. Pero sobre todo no  porque El País, para mucha gente, es más que una empresa, es una  forma de vida, un modo de enfocarla, un auxiliar importante en el  proceso de socialización. Una leyenda viva. Y eso es lo que está  quedando destrozado con esta lenta cuanto sórdida agonía.
 Decir El país es decir Juan Luis Cebrián, sobre todo desde el  fallecimiento de Polanco padre. A partir de ese momento, la  identificación entre el periódico y la persona de Cebrián, que ya fue  fuerte desde el comienzo, se hizo indiscutible. En la medida en que los  complicados tejemanejes de los órganos directivos de estas empresas y  sociedades son inteligibles para el común de los mortales, la imagen que  emergía era la de que Cebrián tomaba las decisiones estratégicas del  grupo PRISA. Y esas decisiones han llevado al grupo a la situación en  que se encuentra, siendo la responsabilidad exclusiva, por decisión  propia, del primer director del diario. Aquí se rompe un mito que se  había conservado indiscutido desde los tiempos de Polanco: el de que  Cebrián era un buen gestor. No lo es, no lo ha sido y el resultado a la  vista está.
 Pero en esta confesión de ineptitud que hay en el ERE de El País  (aplicado, por lo demás, en las condiciones de la reforma laboral  actual) resalta un dato que deja anonadado a cualquiera, el sueldo de  Cebrián de 11 o 13 millones de euros en un año. ¡Caramba! Esto pasaba en  las cajas, que están todas en manos de presuntos mangantes, pero no en El País,  conciencia honesta del país. ¿No? Taza y media. Parece que el periódico  tiene una cantidad de altos cargos equivalente a la de trabajadores  ordinarios. Los primeros, sin embargo, cobran una pasta que ni siquiera  osan hacer pública mientras que los segundos, mileuristas o poco más,  tienen que encajar el ERE. 
 No, no es un asunto normal. Es un cataclismo de autoconfianza de un  sector importante de la intelectualidad española. La fragmentación del  ídolo de barro. Como empresa, El País, el grupo PRISA, parece  responder a los mismos criterios de enchufismo, clientelismo y  corruptelas que las cajas o cualquier otro lugar en que una casta de  privilegiados pueda hacer lo que le dé la gana.
 Sobre todo un cataclismo porque, además del mito de Cebrián buen gestor  se rompe en añicos el de Cebrián intelectual crítico, comprometido con  la democracia y la regeneración ética del foro. Que levante la mano  quien no haya leído algún sermón cebrianesco sobre los anteriores  aspectos. ¡Cuánta regañina moralizante! ¡Cuánto desdén intelectual!  Sobre todo con los presidentes del gobierno. En el verano de 2011  publicó un artículo poniendo a Zapatero de botarate y exigiendo  elecciones anticipadas, hablando implícitamente en nombre de los  sectores más avanzados y progresistas de la sociedad.
 Todo eso hay que contraponerlo ahora sobre el trasfondo de un hombre que  dice que un millón de euros al mes es un salario dentro de los usos y  costumbres del mercado. No un saqueo de una empresa sino una retribución  condigna y equitativa, una que era mil veces el salario de bastantes  empleados de la empresa en cuestión. 
 Palinuro es consciente de que Cebrián es persona que genera muy  extendida animadversión y se afirma en su idea de que gran parte de esta  está movida por la envidia. Pero no toda. Hay en la actitud del primer  director un elemento torcido que nada ni nadie puede enderezar.  Asignarse una retribución disparatada en una empresa en dificultades una  de las cuales es lo disparatado de las retribuciones de los cargos  directivos, no es compatible con ningún criterio ético de ningún tipo.
 Hay un elemento final que Palinuro encuentra especialmente deplorable y  es el hecho de que, en su obra ensayística, Cebrián insista desde hace  años en que los periódicos de papel no tienen salida, están condenados a  desaparecer. Eso lo decimos muchos otros también desde hace años. Pero,  en el 99,99% de los casos no somos responsables de la edición de uno de  ellos, del más importante. Con este dato, el asunto aparece en toda su  cruda realidad: ¿cómo va a dirigir bien una empresa alguien que no cree  en ella? Palinuro tiene especial debilidad por quienes luchan  desinteresadamente por causas en cuyo triunfo final no creen. Pero  cuando se entera de que eso se hace por un millón de euros al mes, ya no  lo tiene por lucha sino por saqueo. Lo que da la auténtica dimensión de  Cebrián.
 Los trabajadores le piden que devuelva cuando menos parte de los  millones. No se sabe si lo hará o no, pero lo que no podrá devolver  jamás es la fe en un modo de gestionar la empresa de acuerdo con  criterios de eficiencia y equidad.
Fuente original: http://cotarelo.blogspot.com.es/2012/10/paistanic.html