Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
¿Dónde se fija el límite entre el derecho de un periodista dedicado a cerner la verdad de la ficción e informar y la sed de sangre de un asesino por silenciarlo?
El secuestro y asesinato del jefe del buró Pakistán de Asia Times Online, Syed Saleem Shahzad, sólo días después de haber sacado a la luz un posible vínculo entre al-Qaida y militares paquistaníes [1] en el macabro pero ensangrentado drama de la base Mehran de aviación naval de Karachi, invadida el 22 de mayo por un puñado de terroristas, plantea esa obvia pregunta.
Yo había escrito un artículo para Asia Times Online, radicada en Hong Kong, sobre ese incidente y me habían informado que el artículo aparecería el jueves 26 de mayo. Pero mi opinión sobre el impudente acontecimiento no fue publicada porque ese mismo día Saleem presentó un copioso artículo «en dos partes», sobre lo que había ocurrido realmente y quién podría haber estado involucrado en esa obvia ruptura de la seguridad en una prestigiosa base naval en el corazón de la mayor ciudad de Pakistán.
Me dolió que mi artículo haya sido desestimado, pero aprecié la obligación del editor de hacerlo. Saleem era el hombre en el lugar de los hechos, mientras que yo era un observador distante a miles de kilómetros de distancia.
Pero cuánto ansiaría, ahora, que Asia Times Online no hubiera publicado la denuncia analítica sin ningún tipo de restricciones de Saleem de lo que es sin duda una historia de capa y espada de la que, todavía, no sabemos todo.
Saleem, de 40 años, desapareció en camino a una entrevista en la televisión en Islamabad el domingo por la noche. El martes, la policía dijo que había encontrado su cuerpo en Mandi Bahauddin, a unos 150 kilómetros al sudeste de la capital. Había señales de que había sido torturado. Lo sobrevive su esposa, Anita, y dos hijos de 14 y 7 años, y una hija de 12.
Los asesinos que lo silenciaron para siempre pueden no haber leído lo que escribió. Pero una vez que un hombre deja su marca en su radar, se queda ahí, en sus puntos de mira, hasta que lo liquidan. Saleem no es el primero, ni será el último periodista paquistaní o extranjero cuya vida haya sido o sea extinguida por los mercaderes de la muerte que al parecer se desplazan por el país y ejercen su oficio con virtual impunidad. Pakistán tuvo la mayor cantidad de muertes de periodistas en el mundo en 2010 -44- y ni un solo asesino ha sido llevado ante la justicia.
Human Rights Watch citó a un «interlocutor confiable» quien dijo que Saleem había sido secuestrado por el ISI. «Este asesinato tiene los indicios de asesinatos anteriores perpetrados por agencias de inteligencia paquistaníes», dijo un investigador de Human Rights Watch en el Sur de Asia, Ali Dayan Hasan. Pidió una «investigación y procedimientos judiciales transparentes».
A mediados de octubre, Saleem envió un correo electrónico al editor de Asia Times Online, Tony Allison, que contenía parte de una conversación suya con un funcionario del ISI. El oficial le dijo: «Le quiero hacer un favor. Recientemente arrestamos a un terrorista y recuperamos muchos datos, diarios y otro material durante el interrogatorio. El terrorista llevaba una lista. Si encuentro su nombre en la lista, le aseguro que se lo haré saber.»
Saleem dijo a Allison que lo había interpretado específicamente como una amenaza directa. Había sido citado a la sede del ISI por la publicación de un informe exclusivo de que Pakistán había liberado al comandante supremo de los talibanes en Afganistán,
Mullah Abdul Ghani Baradar, para que pudiera jugar un papel esencial en conversaciones secretas con Washington a través del ejército paquistaní. (Pakistan frees Taliban commander, 16 de octubre de 2010.)
El ISI exigió que Saleem revelara sus fuentes, y que escribiera un desmentido. Saleem se negó, lo que causó el evidente desagrado de los funcionarios del ISI, que incluían al contraalmirante Adnan Nawaz y al comodoro Khalid Pervaiz, ambos de la armada.
En ese momento, Allison sugirió a Saleem que guardara un perfil bajo por cierto tiempo. Su respuesta fue abrupta y resumía al hombre: «Si me retengo y no hago mi trabajo, igual podría hacer dedicarme a hacer té».
Saleem comenzó su carrera de periodista como un pequeño reportero a principios de los años noventa en la ciudad portuaria de Karachi en el sur de Pakistán, cubriendo el trabajo municipal. Comenzó a escribir para Asia Times Online hace diez años y mediante su tenacidad y su ardiente deseo de llegar a la verdad, que se convirtieron en símbolo de su carrera, llegó a ser internacionalmente conocido como destacado experto en al-Qaida y la militancia. Su libro Inside Al-Qaeda and the Taliban. Beyond Bin Laden and 9/11 fue publicado por Pluto Press la semana pasada.
La secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton, comentó sobre el asesinato de Saleem: «EE.UU. condena enérgicamente el secuestro y el asesinato del periodista Syed Saleem Shahzad. Su trabajo informando sobre temas de terrorismo e inteligencia en Pakistán sacó a la luz los problemas que el extremismo plantea para la estabilidad de Pakistán.» El presidente paquistaní Asif Ali Zardari expresó su aflicción y ordenó una investigación inmediata.
El viaje de Saleem lo llevó a los páramos que cubren la frontera entre Afganistán y Pakistán, la región montañosa que alberga a combatientes de todos los tipos. En noviembre de 2006 fue cautivo de los talibanes en Afganistán durante seis días, pero dentro de días volvió a trabajar, transpirando literalmente, como dijo en broma, subiendo y bajando por los valles en Waziristán del Norte y del Sur. (Vea A ‘guest’ of the Taliban Asia Times Online, 20 de noviembre de 2006.)
Entrevistó a algunos de los dirigentes combatientes más notorios, incluidos Sirajuddin Haqqani, importante protagonista en la insurgencia talibán en Afganistán, e Ilyas Kashmiri, combatiente paquistaní quien dirige la Brigada 313, el brazo operativo de al-Qaida. (Vea
Entrevista con jefe de guerrilla de al-Qaida, Rebelión, 16 de octubre de 2009.)
Asesinar a sangre fría a un hombre de letras como Saleem equivale a una declaración de guerra abierta contra los principios fundamentales del Islam y un desafío a las enseñanzas de su Mensajero, el Profeta Muhammad, quien confirió los mayores honores a un buscador de la verdad al aludir a que «la tinta de un letrado es más sagrada que la sangre del mártir».
El problema central en el contexto de Pakistán es la incapacidad del Estado en su conjunto -lo que incluye a su elite gobernante, la dirigencia militar y la sociedad civil en general- de afrontar el desafío de los fundamentalistas y sus compañeros del alma, los terroristas.
Con la excepción de un pequeño segmento de la intelectualidad que deplora la corrupción de los fundamentos de Pakistán, apenas hay alguna reacción evidente contra el daño corrosivo que los fundamentalistas están haciendo a su orden social. El silencio del clero contra la desfiguración del Islam es simplemente ensordecedor. Las pocas voces que se han pronunciado contra los terroristas han sido brutalmente silenciadas.
La elite gobernante se ha convertido en casi irrelevante ante la angustiosa necesidad del país de una dirigencia sabia e ilustrada para detener el inexorable deslizamiento hacia la anarquía. Su única preocupación es permanecer en el poder por cualquier medio, incluso si subcontratan a Pakistán a los planes de EE.UU.
La dirigencia militar, por su parte, no ha logrado controlar la propagación del enconado cáncer del fundamentalismo y del radicalismo en sus filas – un legado condenatorio de los 11 años en el poder del general Zia ul-Haq, y luego el régimen del general Pervez Musharraf hasta agosto de 2008. La última contribución de Saleem a Asia Times Online enfocó intencionalmente ese «agujero negro» de Pakistán.
Y lo pagó con su vida.
Los mandamases militares de Pakistán se mantienen perdidamente enzarzados en su obsesión con la igualdad con India en el equipamiento militar y por lo tanto tienen que congraciarse con EE.UU. para mantener bien abastecido su arsenal. Su reciente decisión de alistarse con la demanda de Washington de acción militar en Waziristán del Norte – un punto central en la visita de Clinton a Islamabad el 27 de mayo – evidencia que los planes de EE.UU. en la región reinan en Islamabad. Una guerra relámpago en Waziristán del Norte llevará, inevitablemente, a una reacción terrorista más virulenta en el resto del país y a más derramamiento de sangre inocente como la de Saleem.
Nota
[1] Al-Qaida había advertido de ataque en Pakistán
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Karamatullah K Ghori es ex embajador de Pakistán. Para contactos escriba a: [email protected]
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/