Estos últimos días he barrido con la prensa comercial e independiente en internet buscado información sobre los acontecimientos en los suburbios franceses y lo único que he conseguido es la confirmación de cómo una o dos o a lo sumo tres versiones sobre un mismo hecho parecen repetirse hasta el fastidio. Las clásicas explicaciones y […]
Estos últimos días he barrido con la prensa comercial e independiente en internet buscado información sobre los acontecimientos en los suburbios franceses y lo único que he conseguido es la confirmación de cómo una o dos o a lo sumo tres versiones sobre un mismo hecho parecen repetirse hasta el fastidio.
Las clásicas explicaciones y respuestas de una izquierda con ideas de derecha: marginalidad a consecuencia de la pobreza o aplicación de planes sociales para contener el descontento, resultan inútiles para interpretar el origen, magnitud e incontinencia de una explosión social liderada por jóvenes pobres hijos de inmigrantes.
«Está complicado porque es un paro al corazón de todos los analistas franceses, se les está desbordando de la manera más estúpida y no saben qué decir. El único que ha adoptado una postura clara ha sido Le Pen, y eso es peligroso» , comenta Carlos Ramírez Powell, corresponsal de PORLALIBRE en México y director de Radio Universidad de Guadalajara.
El líder del ultraderechista Frente Nacional francés, Jean-Marie Le Pen, acaba de decir que estas son «las premisas de una guerra civil» y esa también parece ser la lectura de las autoridades galas, que hace unas horas decretaron para esta noche el primer toque de queda -en Le Raincy- desde el inicio del levantamiento.
En el ’68, apunta Ramírez Powell, «cuando los motines de negros en Watts, surgió la oportunidad de Richard Nixon de ganar bajo la plataforma de ‘Ley y Orden’. En un punto de quiebre como éste, o limpias la casa o la conviertes en prisión, que fue lo que pasó en USA» .
Pero acá no sólo se trata de «negros», sino de mano de obra musulmana, que con 5 millones nada más en Francia doblan la población de París, lo que revela una vez más el fracaso de las políticas migratorias diseñadas por gobiernos occidentales para contrarrestar en sus países los efectos «indeseables» pero inevitables de la implementación de su propio salvajismo económico y cultural en el resto del mundo.
A diferencia de la Europa histórica que observa pasmada la irrupción de las masas y reclama a sus gobernantes el pronto restablecimiento de una ficticia normalidad, «los otros», de tanto perder, evidentemente ya perdieron hasta el miedo.