La crisis desatada en los últimos meses a raíz del lockout de la burguesía y la pequeño burguesía agraria, ha dividido a la sociedad argentina. No sólo a los contendientes en el campo político sino también las cenas familiares y las reuniones de amigos. No hubo lugar de trabajo o estudio que no haya sufrido […]
La crisis desatada en los últimos meses a raíz del lockout de la burguesía y la pequeño burguesía agraria, ha dividido a la sociedad argentina. No sólo a los contendientes en el campo político sino también las cenas familiares y las reuniones de amigos. No hubo lugar de trabajo o estudio que no haya sufrido los coletazos de semejante polarización. Asistimos al resurgimiento de las pasiones políticas. El carácter e incluso la intensidad de semejantes pasiones no son similares a las del pasado, aunque la fractura política no ha dejado de calar en las más diversas organizaciones sociales, para no hablar de los partidos políticos y sindicatos, como lo evidencia el debate en el propio partido de gobierno y en la CGT pero también en la izquierda y la CTA.
Dos fuerzas principales se mueven bajo el suelo de la crisis actual: el ascenso de la fracción agraria que rompe el bloque dominante surgido en 2003 y su confluencia con tradiciones políticas y culturales de clases medias que se fueron inclinando hacia la oposición de manera creciente. Esa asociación de factores catalizó con el anuncio de las retenciones el 11 de marzo y permitió la alianza de la burguesía rural y la pequeño burguesía urbana que en estos cuatro meses de intensa polarización, ya tiene sus símbolos, líderes y programa. La coalición exitosa que el kirchnerismo había logrado conformar durante su gobierno, se fracturó por su costado derecho, hiriendo al modelo neodesarrollista y el sistema político concomitante sobre el que cabalgó la crisis pos 2001. Y se rompió definitivamente. El rechazo a la resolución 125 en la Cámara de Senadores es el corolario de ese proceso, mientras la derecha sale fortalecida y los ecos de aquellas jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 se hacen más débiles todavía. El gobierno sufrió la primera pero abrumadora derrota política. Y lo hizo a manos de fuerzas conservadoras y reaccionarias. Una nueva etapa se ha abierto.
Una derecha popular
Los ruralistas y la oposición de derecha hace cuatro meses que saltaron del reclamo corporativo a la lucha hegemónica por ganar las mentes y los corazones de las mayorías. En su discurso el campo no representa ya los intereses sectoriales de la fracción agraria de la burguesía sino el interés general de toda la nación. «El campo es la patria». Entre el argot de argumentos, los líderes gauchos han elegido aquellos que los identifican con el trabajo duro «de sol a sol» y aquel según el cual el campo da de comer a la ciudad, mientras el «estado parásito» con su corte de políticos corruptos y burocracia administrativa vive, como langostas, del trigo ajeno. Esta mezcla de «anarquismo gaucho» anti-estatal y liberalismo mal disimulado, adopta como sus banderas por lo menos dos principios del conservadurismo liberal de Edmund Burke: profunda desconfianza hacia el poder del estado y libertad por sobre la igualdad. Se trata, claro, de la libertad de mercado sobre el plano inclinado del ascenso meteórico de los precios internacionales de materias primas. La cara libertaria siempre oculta la liberal, por eso ciertos sectores de la izquierda pueden confundirse cuando gente como Alfredo De Angelis denuncia que el gobierno quiere la plata del campo para «pagar la deuda externa» y «repartírsela entre los políticos». De esa confusión nació ese sublime disparate de ver imágenes de Lenin y Trotsky sobre la avenida Libertador, rodeados aquellos rusos atónitos, de lo más granado de las clases medias altas de la Argentina. Los héroes del moderno agrarismo y la oposición de derecha no se han privado incluso de denunciar la pobreza y la mala distribución de la riqueza, aunque sin capacidad para disimular su exigencia de base: «Que el lomo lo paguen a 80 pesos», como dijo asaltado por un soplo de sinceridad el dirigente entrerriano. El liberalismo de tradición gorila, y en esto resulta como prender fuego sobre leña seca entre importantes estratos medios de Capital, no ha dejado de manifestar su rechazo racista a los «negros acarreados», con los cuales contrasta el republicano «de pensamiento autónomo», que «vota con su propia cabeza» y agita las banderas del campo «por convicción». También han florecido alusiones a la condición «montonera» de la pareja presidencial, así como a su «revanchismo». El heterogéneo conglomerado que clamó por la eliminación de la resolución 125, ha sido potenciado con la colaboración de la gran prensa argentina. Asistimos desde hace cuatro meses a una oleada reaccionaria que caló incluso en algunos estratos populares, que supo cabalgar sobre los errores, carencias y límites del modelo actual y su gobierno y se dispone a una batalla de largo plazo. La derecha política, que estuvo arrinconada y a la defensiva durante más de cuatro años, salió fortalecida, dividió al partido oficial y lanzará nuevos desafíos.
La presión de la burguesía agraria entró dentro de los cánones convencionales del lobby económico y político. Se trata de un sector capitalista de creciente rentabilidad que puja por sus propios intereses, en un horizonte internacional de alza de los precios de las materias primas que parece se mantendrá por varios años más. Cuando en sus actos gritaba que «el campo es el corazón de la patria» o «el campo es la nación», se daba expresión no tanto la realidad tal como es sino la que la burguesía agraria desearía que fuera, como a fines del siglo XIX y principios del XX. Y aunque todavía no se ha escuchado, la lógica consecuencia del lobby rural es la consigna contra «la industria ineficiente». En esta puja intercapitalista transcurrió la historia argentina del siglo XX. Teniendo como corolario inevitable la reprimarización de la economía, la coalición sojera apunta a una reformulación de la estructura productiva que daría empleo sólo a un tercio de la fuerza de trabajo. El intento de equilibrio entre las fracciones capitalistas y entre ellas y las clases subalternas, asegurado por el crecimiento económico, llegó a su fin. No se rompió por achicamiento de mercado o recesión, sino al revés, por crisis de abundancia, por exceso de ingresos de una de las fracciones que, gracias a su alta productividad, puede retener con éxito la renta internacional generada localmente. La burguesía agraria no posee la fuerza social y estratégica que en tiempos pasados le dio un poder de desempate político esencial, cuando de ella dependía en exclusiva el ingreso de divisas en una economía cerrada. Por eso tampoco pudo arrastrar a otras fracciones del gran capital industrial o de servicios, pero retiene un poder, ahora acrecentado por el mercado internacional, de condicionar los ingresos, la política fiscal e incluso el patrón de producción basado en las «ventajas comparativas» del suelo pampeano. En el debate Rodríguez Saa leyó, igual que Reuteman, una frase de Perón del año 73 en relación a los alimentos: «Nosotros somos los ricos del futuro». Esa fuerza social introdujo una brecha profunda en las clases urbanas, donde el patrón de consumo de las clases medias y altas imita al de países centrales y la acumulación de renta es considerada fruto del éxito individual que reclama derecho soberano sobre cualquier otra consideración. El tópico liberal exhibido en la revuelta sojera, es el fruto de una derrota ideológica y política que los moderados cambios, ni siquiera reformistas, operados desde el 2001 no han podido modificar y que tiene sus consecuencias en un estado incapaz de ejecutar políticas públicas efectivas, desmanteladas desde hace mucho por la lógica del gobierno de la tecnocracia «neutra», sin ideología y de «gestión».
La ciudad de la soja
En la República, Platón habla de tres ciudades o constituciones políticas. En el tipo oligárquico, donde domina un selecto grupo de ricos, los deseos son absorbidos en la pasión exclusiva de las riquezas, domina allí el espíritu de codicia y avaricia. La pasión se duplica entre el odio de los ricos contra los pobres y viceversa. Los ricos no sólo honran la riqueza a la que se consagran plenamente sino que manifiestan con respecto a los pobres un sentimiento de rechazo. «Alaban al rico, desprecian al pobre». A una estructura social desigual corresponde una estructura de las pasiones que la refuerza. La ruindad, el apetito desenfrenado, los peores instintos de apropiación se conectan con ciertas formas sociales. Platón enfoca la psicología de los ciudadanos a imagen de la morfología de la ciudad. Freud, Marx, Elías entre muchos, retomarán esta reflexión. El «régimen afectivo» que supimos conseguir es consecuencia de un largo proceso de mercantilización de todos los espacios de la vida. Se han privatizado no sólo los recursos naturales sino el seguro de retiro, la salud y segmentos crecientes de la educación. El sistema impositivo regresivo que nos gobierna refuerza las desigualdades y, en el país de las vacas y el trigo, segmentos de la población pasan hambre. La naturalización de la indigencia y la pobreza, el hambre y la desnutrición infantil en un país donde se consume con furor desde hace cinco años legitima la codicia sojera y vuelve sentido común el eslogan «dejen en paz al campo». El piquete y el corte de ruta, expropiado al saber de las luchas populares, se volvió un método genuino para que los «nuevos ricos» despotriquen contra la «expropiación fiscal» a la que consideran tan «comunista» como en décadas pasadas lo era el «impuesto a la renta presunta» .
El chacarero que tienen 200 hectáreas en Santa Fe o Buenos Aires, corazón de la protesta, y que obtienen una rentabilidad neta luego de las retenciones superior a los 260 mil pesos por campaña, exige que el estado no intervenga en la fijación de precios, abrazado a la posibilidad de legar una fortuna a su prole y aprovechar una oportunidad de excepción. El gringo exige que el estado saque sus manos del oro verde y cuando oye hablar de impuestos monta en cólera y se mofa de las «sanguijuelas» de la administración pública de una manera que recuerda al farmer norteamericano del medio oeste denunciando al «privilegiado y afeminado Departamento de Estado» que mora entre lujos en Washington DC. El gaucho local apela a la tradición populista. El arquetipo no es Llambías ni Buzzi sino De Angelis, con el que las clases medias y altas de los centros urbanos que cacerolearon en Recoleta, Palermo y Vicente López, pueden sentirse parte del pueblo: «si este no es el pueblo, el pueblo donde está». Ellos son un componente fundamental de la revuelta de los satisfechos, de los más beneficiados por las políticas kirchneristas. La Argentina conservadora toma y tomará banderas populares, lenguajes corrientes y hará culto del sentido común, como lo hacen las clases dominantes en todas partes desde que la sociedad de masas exige que se gobierne no sólo con la fuerza sino también con legitimidad. Algunos segmentos progresistas identificaron por eso mismo los cortes de lucha con puebladas populares, a las que añadían el ejercicio de la «democracia directa», confundiendo la forma asamblearia con el contenido reaccionario del propósito de la protesta.
Opciones
En Venezuela, una clase media enriquecida con el alza del precio del petróleo no ha dejado de golpear rudamente al gobierno de Chávez, a pesar de los gestos y medidas que el gobierno bolivariano ha tomado para desactivar esa furia opositora. Nada ha resultado. Aun así, en el país caribeño el gobierno posee en su haber una fuerza social movilizada y activa que le ha dado sustento frente a una derecha que lo intentó de todo, desde el golpe hasta la intervención electoral para desalojar un gobierno que no es el suyo y que siente ocupado por plebeyos peligrosos. En esa dinámica Venezuela y también Bolivia se han visto empujados, en mayor o menor medida, a recortar los derechos de las clases propietarias y a desvincular sus compromisos con fracciones enteras de las clases dominantes. Nada de eso ocurre hoy en nuestro país, a pesar de que se ha querido asociar a los Kirchner con aquel proceso. A su vez, proyectos como el tren bala o la destrucción del Indec empujaron a sectores progresistas al campo de la derecha, que es la que capitaliza semejantes desatinos y la artífice de la derrota gubernamental.
Para desmontar la Constitución socio-política neoliberal de la «ciudad de la soja» hace falta mucho más que retenciones móviles. En los hechos el modelo que lo puso en pie no estuvo, durante los 120 días de conflicto, en discusión. Se han comenzado a reclamar la eliminación del IVA a la canasta básica de alimentos e impuestos progresivos a las ganancias como primer demanda inmediata, urgente, además de subsidios universales para eliminar la pobreza y la recuperación de los recursos naturales, así como la revisión completa de la explotación minera y la aplicación de tributos a las ganancias y transacciones financieras. Queda pendiente también la orientación estratégica de la industria, los servicios y la agricultura.
El triunfo de la coalición verde dólar sólo hará más viva y crispada la polarización. Después de semejante triunfo irán por más, mientras la oposición partidaria se preparará para arrebatarle al oficialismo en las elecciones legislativas del próximo año, la tenue mayoría parlamentaria. Para afrontar las pasiones políticas que desató la más amplia y dinámica pueblada de la derecha económica y política, de una envergadura sin precedentes y consecuencias aún incalculables, se requiere de medidas radicales y efectivas que puedan hacerle frente y sean capaces de activar el apoyo popular. La administración actual parece obstinada en su política de alianza con las fracciones de la burguesía industrial y en cobijarse en el seno del aparato del PJ. La lucha de clases aparece de la forma más insólita, intrincada y laberíntica posible, mofándose de todos los esquemas que teníamos previamente.
El equilibrio exitoso entre fracciones de la clase dominante y de ellas con las clases populares, incluidas ciertas concesiones democráticas y expansión del empleo, se logró en base a una economía en crecimiento y una base de poder reconstruida con epicentro en el PJ. La crisis política rompió ese equilibrio, que afectará al sistema político y a la estabilidad gubernamental a pesar de que la bonanza económica le deja márgenes todavía generosos.
Para enfrentar consecuentemente a la derecha se requiere la activación política de masas, que sólo puede conseguirse mediante la ejecución de medidas de carácter popular, redistributivas y democráticas de fondo, algo que hasta el momento el gobierno no ha abordado. Algunos balances ya hablan de la «idiosincrasia derechista del pueblo argentino» sin reparar en que el gobierno ha sido incapaz de generar una identificación entre las masas populares porque nunca abordó una agenda social que rozara siquiera los logros del peronismo clásico. En todo caso las organizaciones populares, los sindicatos y movimientos sociales deben conservar su plena autonomía, no asistir pasivos a la impotencia oficial y no esperar de brazos cruzados el retorno triunfal de las fuerzas reaccionarias en ascenso. Políticas sociales, energéticas y de transporte ferroviario, de empleo, salario, creación de vivienda y obra pública entre otras medidas deben ser los ejes de una agenda democrática y anticapitalista a enarbolar frente a los agoreros del libre mercado.
La crisis agitó como hace mucho no veíamos las pasiones políticas dormidas en un soporífero fin de las ideologías y una narcotizante administración de las cosas por una tecnocracia eficiente. Los movimientos sociales fueron los grandes actores de las luchas de resistencia del período previo, aunque la carencia de proyecto político disipó parte de sus fuerzas, repartidas entre una participación subordinada en el gobierno de Kirchner y un intento de autonomía que no pocas veces pagó con aislamiento e incluso pérdida del sentido de realidad. La crisis actual ¿permitirá que las pasiones políticas alimenten también un proyecto político autónomo, popular, anti-capitalista y de izquierda que parta de la situación política concreta, que pise el suelo seguro de la lucha que se debate hoy en día, para proyectar desde allí una alternativa superadora del tibio neodesarrolismo oficial y darle cauce y capacidad de poder a las aspiraciones populares y a un proyecto realmente transformador? Ese será el desafío del próximo período.
Jorge Sanmartino es integrante de Economistas de Izquierda (EDI), de la Asociación Gramsciana y de la Corriente Praxis.