Acabamos de pasar un momento delicado, el homenaje a los más de 20 millones de víctimas rusas de la Segunda Guerra Mundial. Un momento delicado, como digo, porque la gente puede hacer una asociación peligrosa entre la lucha de los rusos contra los nazis y la lucha por el bienestar social. Es menos rebuscado de […]
Acabamos de pasar un momento delicado, el homenaje a los más de 20 millones de víctimas rusas de la Segunda Guerra Mundial. Un momento delicado, como digo, porque la gente puede hacer una asociación peligrosa entre la lucha de los rusos contra los nazis y la lucha por el bienestar social. Es menos rebuscado de lo que parece; funciona así: rusos buenos, rusos comunistas, comunismo bueno, capitalismo malo, destrucción del capitalismo, apocalipsis.
Para cortar de raíz esa cadena razonamientos diabólicos, los medios de comunicación se han aplicado prestamente y al unísono. En efecto, basta con consultar cualquier periódico de difusión masiva del pasado 10 de mayo de 2005, para ver cómo se ha aprovechado el homenaje a las víctimas rusas para demonizar al fantasma comunista (y así la cadena no llega a «comunismo bueno»)
El que mejor expresa estos temores es el ABC, que en su editorial nos explica que se trató de «un homenaje exclusivo para el pueblo ruso y que en absoluto es transferible al extinto régimen soviético». Por si no queda claro, un poco más allá lo repite: «es importante separar el enaltecimiento que merece el pueblo ruso de cualquier tentación apologista del régimen soviético.»
Esta misma lógica no opera, sin embargo, cuando la «tentación» se refiere a la apología del régimen de Estados Unidos o al régimen de Israel, por ejemplo. En esos casos parece que no sólo no es malo caer en la tentación sino que uno debe tirarse de cabeza en ella. Claro, estamos hablando de los buenos.
Así que si usted ve un reportaje sobre el desembarco yanqui en Normandía, por ejemplo, hará bien si lo asocia a una «misión libertadora» de Estados Unidos en el mundo. Y si ve un reportaje sobre el Holocausto, déjese llevar por sus emociones y acabe simpatizando con el estado de Israel, aunque siga masacrando a los palestinos. Ah, y no se preocupe si un día se pierde esos programas, que los repiten con cierta frecuencia.
Para que ese razonamiento selectivo sea eficaz es necesario apoyarlo en una memoria histórica igualmente selectiva. El mismo editorial del ABC destaca que «el rigor histórico debe ser suficientemente audaz para no pasar por alto la cooperación activa del Estado soviético con el nazismo entre 1939 y 1941 (…) En 1939, Stalin prefirió aliarse con Hitler antes que con Francia o Gran Bretaña». En La Razón, el reconocimiento de ese hecho se convierte casi en una condición para aceptar el homenaje: «A mí me parece de perlas que se celebre el sesenta aniversario de la victoria aliada sobre los nazis siempre y cuando se recuerde a las nuevas generaciones (…) que Hitler y Stalin estuvieron aliados durante dos años en plena Guerra Mundial» (dice Anson en la página 3)
Es una pena que el «rigor histórico» se detenga ahí. Porque es cierto que Stalin firmó con Hitler un pacto de no agresión y la repartición de Europa Oriental. Pero no es cierto que Stalin prefiriese aliarse con Hitler, porque ya desde 1934 había llamado a una alianza occidental para contener a Alemania, y sólo unos días antes del pacto con Hitler había intentado lo propio con Francia y Gran Bretaña. Por desgracia, éstos no se mostraron receptivos. (1)
De hecho, si se examina la secuencia de acontecimientos políticos desde 1933, lo que hubo es una serie de acuerdos con Hitler, unos tácitos y otros formales, para que éste pudiera hacer su política expansiva tranquilamente: primero se rearmó, luego ocupó Renania, se anexionó Austria, después la región checa de los Sudetes y finalmente el resto de Checoslovaquia. Sólo cuando llegó el turno a Polonia se dijo basta, para sorpresa (comprensible) de Hitler. Y mientras tanto tuvo lugar la represión interna nazi, los campos de concentración, los crímenes contra los judíos, etc.
Pero sigamos refrescando la memoria. ¿Qué hay de la colaboración económica con Hitler? Tal como explica J.R. Pauwels,
«el dictador alemán y sus ideas fascistas fueron particularmente admirados por los propietarios, directivos y accionistas de las grandes empresas americanas, que ya en los años veinte habían hecho considerables inversiones en Alemania o se habían asociado con empresas alemanas. Las subsidiarias o asociadas alemanas, como la planta embotelladora de Coca-Cola en Essen, la factoría Opel de General Motors en Russelheim, cerca de Mainz, la fábrica Ford en Colonia, la sede de IBM en Berlín o el socio alemán de la Standard Oil, IG Farben, fueron florecientes industrias bajo el régimen de Hitler» (2)
Esto conviene también recordarlo, sobre todo a la hora de preguntarse de dónde sacó Hitler tanto potencial industrial-militar.
He citado a dos periódicos situados muy a la «derecha» del espectro político, pero esa actitud ante el homenaje en Rusia es algo generalizado. Por ejemplo La Vanguardia, un poquito menos a la derecha que los otros, dice en su editorial que «puede afirmarse que el fin de la Segunda Guerra Mundial no llegó hasta la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética». Sin duda eso puede afirmarse; la prueba es que se ha hecho. Y es que hoy en día los medios pueden afirmar lo que les viene en gana, tenga sentido o no.
Si nos movemos un pelín menos a la derecha y miramos un par de editoriales más, El Periódico también nos recuerda que la derrota de Hitler no llevó a una liberación sino al «inicio de una nueva y larga servidumbre bajo la URSS», y El País nos cuenta cómo «Moscú ha utilizado el supremo sacrificio de 27 millones de rusos (…) como argumento definitivo de su superioridad moral. Pero nunca ha reconocido las iniquidades de su propio pasado».
En este punto sería interesante recordar otro aniversario que ha pasado mucho más desapercibido, sin grandes homenajes televisados ni la presencia de los gobernantes occidentales: el fin de la guerra de Vietnam (1975). En esa guerra murieron millones de personas gracias a la benevolencia libertadora de los gobiernos de Estados Unidos (empezando por el de San Kennedy). A estas alturas aún no han pedido perdón por aquella matanza ni por ninguna otra de las muchas que ha perpetrado Estados Unidos desde 1945, ya sea directamente o a través del dictador de turno. Pero de todo esto apenas se dice nada.
Cuando los medios de comunicación muestren un tratamiento equilibrado de los crímenes e informen de ellos provengan de donde provengan, entonces estarán legitimados para hablar de rigor. Mientras tanto que no pretendan venderse como algo más que simples marionetas de la propaganda.
(1) E. Hobsbawm, «Historia del siglo XX», pág. 156
(2) Jacques R. Pauwels, «El mito de la guerra buena», pág. 36