En las entrevistas publicadas con motivo de su visita a España, Gay Talese, el gran periodista norteamericano, se lamenta de la situación que atraviesa el periodismo de su país. «El 11-S acabó con el buen periodismo -afirma Talese-. Con la excusa de la seguridad nacional, la prensa estadounidense dejó de hacer preguntas, ya no cuestiona […]
En las entrevistas publicadas con motivo de su visita a España, Gay Talese, el gran periodista norteamericano, se lamenta de la situación que atraviesa el periodismo de su país. «El 11-S acabó con el buen periodismo -afirma Talese-. Con la excusa de la seguridad nacional, la prensa estadounidense dejó de hacer preguntas, ya no cuestiona el poder. Los periodistas de hoy siguen haciéndole el juego al Gobierno, son como funcionarios. Falta curiosidad y escepticismo en el tratamiento de Irak, Afganistán o incluso Siria. Y el ciclo de noticias de 24 horas que impone la red no ayuda porque los convierte en animales carroñeros».
Hacer buen periodismo es difícil. El periodista -el buen periodista- vive en una permanente tensión con el poder, que intenta dominar a la prensa por cualquier medio. En contra de lo que algunos creen, Internet ha hecho más difícil el trabajo del periodista al imponer como norma la inmediatez de la noticia. Aquello que no se cuenta en el momento pierde valor para el público; pero esa misma inmediatez -no podría ser de otra manera- va en contra de la calidad de la información. «Con la prisa por ser el primero, por tener una entrevista exclusiva, no hacemos bien el trabajo», afirma Maha Akhtar.
Ejercer el periodismo exige una fortaleza de espíritu que no todo el mundo posee. Edward Kennedy, un periodista de la Associated Press, que fue corresponsal en Europa durante la II Guerra Mundial, la tenía. Puesto en la disyuntiva de obedecer a los mandos del ejército norteamericano o a los lectores, Kennedy no dudó y dio la noticia del fin de la guerra, que el ejército había embargado por razones políticas. «Durante cinco años habéis justificado que la única razón de la censura era salvar vidas. La guerra ha terminado. Yo mismo he asistido a la rendición ¿Por qué no debe saberse?», les dijo Kennedy a los militares. La noticia se publicó al día siguiente y el escándalo fue tremendo. La Associated Press despidió a Kennedy. Sesenta y siete años después, la agencia ha pedido disculpas; un libro publicado recientemente en los Estados Unidos, Ed Kennedy’s War: V-E Day, Censorship & The Associated Press, cuenta la historia.
Contra la neutralidad
Apenas guardo algún recuerdo valioso de mi paso por la facultad de Ciencias de la Información, donde cursé Periodismo. Las asignaturas que hube de estudiar durante cinco años, tenían poco que ver con la profesión que ya entonces ejercía. La distancia entre lo que aprendíamos en las aulas y la tarea a la que me enfrentaba cada día era excesiva. Joven y, por lo tanto, ingenuo, no alcanzaba a entender las razones de esa diferencia. Pensaba que la Universidad estaba al servicio de los estudiantes, y no de los profesores, como he sabido después. A lo largo de los cursos, aquellos catedráticos nos repetían, una y otra vez, que el periodista debía de ser imparcial y objetivo. Quien aspirase a convertirse en un buen profesional, debía poseer esas dos condiciones. Ser imparcial es fácil, si uno se respeta a sí mismo; pero, ¿cómo podríamos ser objetivos?
La objetividad es uno de los grandes mitos del periodismo y, con frecuencia, enemiga de la verdad. Esa «honestidad de espíritu» que Camus reclamaba para el periodista en los artículos de Combat, tiene poco que ver con la vacía pretensión de ser objetivo que enseñan en las facultades. Kapuscinski, John Reed, Robert Capa o Edgar Snow, no pretendieron nunca ser objetivos. Ese no era su estilo. Pero hicieron algo mejor que fue tomar partido por su trabajo y tratar de ser honestos con ellos mismos. Eso es lo que nos recuerda Pascual Serrano en un libro reciente, Contra la neutralidad.
Fuente original: http://www.diarioinformacion.com/arte-letras/2012/07/26/periodistas/1278769.html