Cuando hay hechos que nos impactan, muchas veces, nos dejamos llevar por esa primera impresión, y actuamos conforme al sentimiento que nos invade en ese momento (horror, felicidad, tristeza, rabia, etc.). Y el caso de la desaparición de Julio López es uno de esos hechos. Impacta. Nos llena de bronca, de rabia, de tristeza. Y […]
Cuando hay hechos que nos impactan, muchas veces, nos dejamos llevar por esa primera impresión, y actuamos conforme al sentimiento que nos invade en ese momento (horror, felicidad, tristeza, rabia, etc.). Y el caso de la desaparición de Julio López es uno de esos hechos. Impacta. Nos llena de bronca, de rabia, de tristeza. Y también, por qué no decirlo, de miedo.
Entonces, las sombras del pasado sobrevuelan nuestro día a día y dudamos en mirar hacia arriba, hacia los costados, hacia el frente; es que tememos que el fantasma de las 3 A esté sobrevolando nuevamente. Y ya conocemos la historia, sabemos que luego las 3 A terminan siendo parte del aparato represivo de Estado, y que la confusa cuenta:
3 A + E (de Estado, de Ejército) = Capitalismo neoliberal, al ser despejada y simplificada, nos da una que es mucho mas entendible (y quizá por eso mismo, más insoportable):
3 x 10.000 desaparecid@s (torturad@s, violad@s, y un largo etc.) = Capitalismo neoliberal.
Después de esto, nunca más sumamos ni multiplicamos, sólo aprendimos a restar y a dividir, restar y dividir. Y el resultado siguió siendo el mismo, neoliberalismo (que no es, sino, otra forma de llamarle al capitalismo mas concentrado).
Don León (Trotsky), es de esos que saben poner en palabras las cuentas. La democracia burguesa sólo es un envoltorio más bonito de la dictadura del capital. Tremendamente cierto, aunque quizás muchos no entendieron en los ´70 el valor político de ese «sólo». Pero eso son dos mangos aparte. Porque demonio hubo uno sólo (que sigue siendo el mismo, eso es lo que dice Trotsky cuando lee la cuenta) y su nombre es capitalismo -y sus agentes-, mas allá de que errores cometimos a montones desde este otro lado, y eso es lo que debemos tratar de evitar nuevamente.
Hay que poder ver, y entender, la dinámica entre democracia burguesa y dictadura militar a lo largo de la historia Argentina. Del desplazamiento que ocurre desde las 3 A como agentes paramilitares a integrantes del aparato represivo de Estado, y de ahí a la vuelta de la democracia, y la continuación por parte de esta de la política económica impuesta sobre ríos de sangre; en esta trayectoria hay una dinámica que debe ser visualizada, comprendida, y, por qué no, derrotada.
No debemos dejar que este temor, este miedo, este verdadero horror ante la posible vuelta del fantasma nos nuble la vista. Pensar cada hecho particular de la vida política y social de nuestro país es lo que nos va a permitir, o no, avanzar en la liberación de nuestros pueblos. Análisis concreto de situaciones concretas decía Lenin. Veamos.
La vigencia de un autor pasa por la capacidad que tienen sus categorías de análisis para ser usados en otras realidades y en otros tiempos, y eso sucede con Gramsci y la categoría de Bloque histórico, entre muchas otras que desarrolló el gran pensador y militante italiano. Así nos dice que «para que se forme un bloque histórico es necesario que la estructura y la superestructura de este bloque estén orgánicamente ligadas» . Lo que quiere decir que: 1) «Todo acto o ideología orgánica debe ser ´necesaria` a la estructura; esto significa que las ideologías deben organizar los grupos sociales y dirigirlos en conformidad con las condiciones socio-económicas: ´En cuanto históricamente necesarias, éstas tienen una validez que es validez ´psicológica`; ´organizan` las masas humanas, forman el terreno en medio del cual se mueven los hombres, adquieren conciencia de su posición, luchas, etc.`; 2) De ahí que -y este es su segundo aspecto-, los movimientos superestructurales orgánicos tengan un carácter permanente. Representan ideología, la política de distintos grupos sociales y, en este sentido, ´dan lugar a la crítica histórico-social que se dirige a los grandes agrupamientos, más allá de las personas inmediatamente responsables y del personal dirigente`. Sólo en la medida en que los movimientos superestructurales respondan a estas condiciones orgánicas, serán el ´reflejo` de la estructura y formarán con ella un bloque histórico.»
Sin embargo, no todos los movimientos en la superestructura son un «reflejo» de la estructura, es decir, no todos los movimientos de la superestructura son orgánicos. Una afirmación en sentido contrario nos encerraría en un callejón sin salida, en un estructuralismo radical que clausuraría cualquier posibilidad de cambio, idea, que está de más agregar, es completamente ajena a Gramsci y a cualquier noción no mecanicista del marxismo.
Así, Gramsci describe de manera esquemática, cuatro fenómenos que se oponen a los movimientos orgánicos de la superestructura:
1) en primer lugar, «en el estudio de una estructura es necesario distinguir los movimientos orgánicos (relativamente permanentes) de los movimientos que se pueden llamar «de coyuntura» (y se presentan como ocasionales, inmediatos, casi accidentales). Los fenómenos de coyuntura dependen también de movimientos orgánicos, pero su significado no es de gran importancia histórica; dan lugar a una crítica política mezquina, cotidiana, que se dirige a los pequeños grupos dirigentes y a las personalidades que tienen la responsabilidad inmediata del poder.»
2) «el segundo tipo de actos, sin ninguna vinculación orgánica directa con la estructura, consiste en lo errores políticos de los representantes de la clase dirigente».
3) En este caso se refiere a actos que responden a una ordenación/lucha de poder interna en la superestructura. Un ejemplo claro para Gramsci es la iglesia católica «si a cada lucha ideológica en el interior de la iglesia quisiéramos encontrarle una explicación inmediata, primaria, en la estructura, estaríamos aviados… Es evidente, en cambio, que la mayor parte de estas discusiones son debidas a necesidades sectarias de organización».
4) «el último tipo está formado por las ideologías que Gramsci califica de arbitrarias, es decir, sin vinculación orgánica, ni siquiera indirecta, con la estructura; sin importancia histórica, son la antítesis de las ideologías orgánicas: «En cuanto son arbitrarias, no crean más que ´movimientos` individuales, polémicas, etc. (tampoco son completamente inútiles, porque son como el error que se contrapone a la verdad y la afirma)».
Ninguna clasificación, por más exacta que sea, es totalmente abarcadora, ni totalmente estanca. La historia no puede ser pensada como fotos estáticas, que encuentran un lugar determinado en el álbum de fotografías, sino, por el contrario, debe ser pensada como una película siempre en movimiento. Esta es la razón por la que un hecho histórico puede compartir rasgos de más de una de estas clasificaciones, puede desplazarse de uno a otro a lo largo del tiempo, o incluso puede cambiar completamente de efecto por un movimiento, no sólo interno del fenómeno, sino también por un cambio brusco en la estructura misma. Comprendemos entonces que esta clasificación puede llegar a servirnos como orientación general, pero no más que eso. Además, se entiende que lo que vale de los grandes teóricos no son las respuestas sino las preguntas que se plantean. Es esta la razón por la que no es tanto la respuesta que Gramsci da, sino sus preguntas lo que nos hace volver una y otra vez a él.
Igualmente antes de entrar a definir si un suceso determinado es orgánico o no, y en caso contrario, a qué tipo de fenómeno responde, necesitamos definir qué es lo orgánico en determinado momento histórico.
Observaremos, primero, la estructura social (de clases) que depende directamente de las fuerzas productivas, y a continuación la superestructura ideológica y política para poder entender los componentes del bloque histórico de la etapa actual.
El fuerte crecimiento económico que se registra en los últimos años en Argentina sólo puede ser entendido teniendo en cuenta dos fenómenos: por un lado, la profunda crisis que atravesó el país durante los últimos años de los noventa y principios del nuevo siglo, lo que permite que un funcionamiento «normal» del capitalismo represente posibilidades de crecimiento infinitamente mayores que durante lo peor de la crisis; y por otro parte, este crecimiento se basó en el gran margen de ganancia de los sectores exportadores dados por los precios favorables en el mercado internacional de sus productos (tanto del sector agro-exportador, como del petrolero) por un lado, y la devaluación de la moneda por el otro, lo que significar vender en dólar y pagar en pesos devaluados.
Así mismo, esta «ventaja competitiva» (léase: mano de obra barata) permitió un repunte de parte de la industria nacional (o lo que queda de ella), basada no en nuevas inversiones, sino en la utilización de la gran capacidad ociosa ya instalada que estaba en desuso en las industrias. Sin embargo, este crecimiento no sólo se ve estancado por la falta de inversión de los empresarios locales, sino también por la falta de infraestructura suficiente en el país, causada por la falta de cumplimiento de los contratos de privatización por parte de las privatizadas (transnacionales que se hicieron cargo de los sectores estratégicos de la nación, como luz, gas, agua, petróleo, etc.), lo que provoca que Argentina esté caminando hacia un «cuello de botella» energético, lo que implica una crisis energética que ya se está empezando a sentir, y que se intenta paliar reduciendo, por medio de multas, el consumo residencial de energía y gas.
El sector financiero también logró obtener ganancias, ya que no sólo se le permitió, durante la crisis del 2001, girar las reservas en dólares a sus casas matrices en el exterior, sino que luego fueron compensados por el estado Argentino, saldando cualquier tipo de deuda, y obteniendo además, jugosas ganancias a costa de todos y todas los argentinos y argentinas.
El imperialismo, representado (y representando) principalmente por las privatizadas (Suez, Telecom, Telefónica, etc.), las empresas de extracción de reservas petrolíferas y mineras (Repsol, Petrobras, Shell, Esso, empresas mineras principalmente norteamericanas, sudafricanas y chinas) y los sectores financieros, por un lado; y por los organismos multinacionales de crédito por otro (FMI, Banco Mundial, BID, etc.), sigue, de diversas maneras acrecentando su peso en la estructura económica Argentina.
Este análisis muy somero de las fuerzas productivas o los sectores económicos principales sobre los que se asienta la economía del país, nos abre el camino a un análisis de las clases que componen la estructura social de esta Argentina neoliberal.
Es visible que la desocupación sigue siendo un problema (que ya parece ser estructural) de la economía nacional. Son estas franjas los sectores que se mostraron mas dinámicos en cuanto a organización y lucha desde la crisis en adelante. Sin embargo, en parte por el crecimiento económico, y en otra por cooptación de muchos de esos movimientos por parte del gobierno, el movimiento piquetero ha perdido, en la coyuntura, parte de la fuerza que mostrara hace apenas unos años atrás. Sin embargo, al contrario de los que muchos creen, el movimiento piquetero no está muerto ni agonizando, sino por el contrario buscando nuevas formas de organización y resistencia.
Los trabajadores, luego de un gran letargo, despertaron ante la drástica disminución de su calidad de vida producida por la devaluación y la inflación que se mantiene a niveles constantes, pero crecientes desde hace unos años. La disminución de los niveles de desempleo permitió sacarse de encima el fantasma de la desocupación, lo que sumado a la devaluación y la inflación, hizo que los trabajadores volvieran a ocupar un lugar protagónico en el escenario de la lucha de clases, actuando mucha de las veces por arriba o de espaldas a la burocracia.
La burguesía nacional y todos los sectores que integran el capitalismo Argentino, dejaron durante un periodo las luchas intestinas de lado para cerrar filas detrás de la normalización del capitalismo, bandera que levantó el actual gobierno nacional de Kirchner. Sin embargo, una vez pasado el terremoto, las distintas fracciones que se disputan la hegemonía dentro del campo del capital, están entrando nuevamente en conflicto, ya por razones económicas, ya por razones ideológicas, y en la gran mayoría, por ambas.
Se sabe que este repaso extremadamente reducido de la estructura social no puede estar completo en un país latinoamericano (sobre todo), si no nos ocupamos del Estado, como uno de los agentes determinantes en la vida económica de nuestros países. Se puede sostener sin el menor temor a equivocarse que el Estado argentino mantiene intacta la estructura que poseía previa al estallido del 2001. Mas allá de pequeños retoques por medio de «cambios de figuritas» (en la Corte Suprema y en las primeras líneas de las Fuerzas Armadas), la estructura y el funcionamiento del Estado no ha cambiado sus componentes ni dinámica. Este puede ahora sí, ser un resumen extremadamente reducido de la estructura social Argentina.
El gobierno de Kirchner supo hacer una lectura de los reclamos populares del 2001 y apropiarse de parte de ellas desactivando sus planteos mas radicales e institucionalizando los otros. Así, por medio de cambios desde arriba y cosméticos, fue como canalizó la bronca que había estallado el 19 y 20 de diciembre de aquel año. También logró el apoyo del aparato peronista, sobretodo del bonaerense, y por otro lado, el de la burguesía en su conjunto que cedió algo ante la posibilidad de perderlo todo. Sin embargo «el éxito» que la administración Kirchner logró en la estabilización relativa en el normal funcionamiento del capitalismo fue su mayor logro y el comienzo de su pérdida de poder. Es a partir de la reactivación económica que los distintos sectores de la burguesía (sobre todo) y de los sectores populares (en menos medida) que empieza la pelea por obtener una mayor parte en el reparto del excedente.
Para canalizar parte de estos reclamos populares y mostrarse distinto a los que según el pueblo debían irse (que se vayan todos fue el reclamo que mas se escuchó en las calles argentinas por esos días), el gobierno debió adoptar un discurso progresista y contra la impunidad. Esta fue una de las razones de que el gobierno haya usado su política de derechos humanos como una de las puntas de lanza en las que apoyó su popularidad. Ante este marco el gobierno concedió e hizo suya (en forma discursiva) una de las luchas más sentidas del pueblo argentino, luego de mas de veinticinco años de lucha de los organismos de derechos humanos y la izquierda en general, como era el juicio y castigo a los genocidas del último golpe militar que azotó al país. Para esto derogó las leyes del perdón (leyes de obediencia debida y punto final, que impedían juzgar a la gran mayor parte de los militares que violaron derechos humanos durante los ´70), y la justicia declaró inconstitucional los indultos dictados por Menem durante su gobierno a las cúpulas militares de aquel entonces. Sin negar la importancia de lo simbólico, es preciso aclarar que todo lo actuado fue sin tocar en lo más mínimo la estructura socio-económica que nació de la dictadura, y que fue la causa de su instauración, es decir, el neoliberalismo.
El comienzo de los juicios a los genocidas se producen en el siguiente contexto: luchas intra capitalistas (el gobierno intenta apoyarse en los sectores petroleros y en parte de la industria nacional, se enfrenta fuertemente al sector agro-exportador por cuestiones económicas -retenciones- y sobre todo ideológicas, y entre medio una gran cantidad de sectores económicos oscilan entre el apoyo y la crítica, pero siguen mirando con desconfianza cierta verborragia anti-imperialista por parte del gobierno. Aunque no afectó ninguno de sus intereses, muchos de estos sectores no lo sienten su gobierno); reclamos salariales (que en muchos casos obtuvieron por respuesta una brutal represión, siendo el caso más saliente el de los petroleros de Las Heras en la provincia de Santa Cruz, que luego de una pueblada con enfrentamientos armados entre trabajadores y policía, la ciudad entera fue ocupada por la gendarmería nacional); una criminalización cada vez mayor sobre los militantes sociales; problemas estructurales como los de la pobreza o el empleo sin resolver; ningún cambio en la estructura estatal ni una limpieza profunda en las fuerzas armadas ni policiales; enfrentamientos internos entre distintos sectores del peronismo -que no son otra cosa que el reflejo de los sectores capitalistas en pugna-; conflictos entre las cúpulas de las burocracias sindicales; un movimiento piquetero mermado pero que sigue en lucha; gobiernos provinciales que no responden al central, o lo hacen a regañadientes como el caso de la segunda provincia más importante del país: Córdoba; fuertes enfrentamientos con la iglesia, tanto por derecha (sobre todo) como por izquierda (los sectores que le reclaman una política más activa para terminar con la pobreza y la distribución de la tierra); entre otros muchos conflictos. Todo hace un coaktil conflictivo, que genera cierta inestabilidad política que, a pesar de las altas tasas de popularidad que adjudican las encuestas al gobierno, preanuncian posibles conflictos sociales y políticos importantes.
Es en esta situación que los sectores de la derecha procesista encuentran todavía lugar para actuar. Ante lo que ellos entienden como una ofensiva izquierdista, es decir, ante el avance de los juicios que permitirían luego de treinta años de lucha, conseguir la cárcel efectiva a los militares y policías golpistas, estos sectores están recurriendo a todo resquicio de poder que les queda para impedirlo. Hay que volver a insistir que no hubo ningún tipo de purga dentro de las fuerzas armadas o policiales que retire de sus cargos a aquellos que cumplieron funciones durante la dictadura, lo que implica que siguen teniendo un peso importante dentro de las fuerzas represivas. Tampoco hubo un cambio en la formación de los nuevos sujetos que integran la policía y las fuerzas armadas. Esto trae como consecuencia no sólo grandes tasas de corrupción dentro de las fuerzas, sino que hasta el día de hoy militares y policías se cuadren y saluden al ya destituido general Menendez, quien fuera gobernador de la provincia de Córdoba durante los años de plomo. Las policías (tanto federal como las distintas provinciales) poseen un gran desprestigio social por la gran corrupción con que se desempeñan. Además de concentrar en contra suyo un gran odio por parte de las clases populares, tanto por los abusos e impunidad con los que cotidianamente actúan, como por los mas de 5000 casos de gatillo fácil que hay actualmente en la Argentina (se denomina gatillo fácil a las muertes provocadas por el accionar policial que suceden en circunstancias sumamente dudosas, que hacen pensar más en acciones irresponsables, o cometidas bajo el efecto del alcohol o estupefacientes, o simples ajustes de cuentas).
Muchos de aquellos pocos que dejaron las fuerzas se dedicaron a la seguridad privada, habiendo incluso casos paradigmáticos como la del cabo Hugo Alberto Cáceres, cuya agencia de seguridad se llamaba «Los tres ases», en clara alusión a «las tres A» (Asociación Anticomunista Argentina), y durante los ´90 funcionó como escuadrón de la muerte en la zona bonaerense de Don Torcuato. Esto es importante señalar para tener en cuenta que son sectores que tienen, lo que se denomina, poder de fuego.
Sin embargo el desprestigio social del que son acreedores, y las aspiraciones «democráticas» que mantiene gran parte de la sociedad argentina, no permite que estos sectores puedan apoyarse, al menos por ahora, en ningún tipo de base social de masas. Sin embargo, su estrechas relaciones con una parte de la iglesia católica, con un sector del agro y del empresariado, en otras palabras el sector mas duro del capitalismo argentino, le da cierto margen de maniobras. Esto sin descontar el peso específico propio que tienen como fuerzas armadas y policiales, y los contactos y arreglos con los grandes narcotraficantes, redes de prostitución, de desarmaderos de automóviles y demás redes criminales, como quedó demostrado más de una vez por estudios periodísticos o de la propia justicia.
Luego de esta visión general de la situación volvemos a Gramsci (aunque nunca nos fuimos, sino que tratamos de caracterizar cada sector que él entiende necesario para seguir nuestro análisis).
De lo descrito se desprende que el hecho del secuestro y desaparición de Julio Lopéz no es un hecho orgánico al bloque histórico, aunque no por eso deja de tener importancia. Es un hecho a contramano de la historia, sin casi ningún tipo de aceptación social, que se apoya en sectores que tienen cierto peso relativo en la estructura y superestructura, pero que a la vez son sectores altamente desprestigiados (tanto las fuerzas armadas como policiales, como también la iglesia católica, la oligarquía agro-exportadora y cierta complicidad del imperialismo que organizó e impulsó el golpe de 1976). Sin embargo, que tengan en sus manos lo que Gramsci, siguiendo a Maquiavelo, denominaba el núcleo duro del estado, es decir la fuerzas represivas, no debe hacernos despreciar a estos sectores de poder.
Aceptando, como ya lo hicimos, que las clasificaciones tienen la limitación de encorsetar la realidad que es mucho mas compleja, rica y colorida, trataremos de definir qué clase de movimiento no orgánico es el que realizó, según se presume, el secuestro de Julio López.
Cuando se analizan hechos tan recientes, y de los cuales no hay casi ninguna certidumbre, fenómenos que están transcurriendo, se corre el riesgo de tener una visión restringida de lo que se intenta interpretar por la cercanía con dicho hecho, sin contar las pasiones que agita el tema y lo ideologizado que puede ser un análisis, incluso a costa de la voluntad de su autor. Sin embargo, si tenemos en cuenta las vinculaciones que parecen existir entre estructura y superestructura, por la existencia de intelectuales pertenecientes a estos sectores conservadores, por importancia de los lugares que ocupan estos sectores en la economía y en la estructura estatal y para-estatal, y ante la posibilidad de que ante ciertas circunstancias muy particulares este movimiento pueda volverse orgánico, el análisis parece indicar que este movimiento no es otro que lo que Gramsci le llama movimiento de coyuntura. Decir esto no niega, sino que se complementa, dado la complejidad de la situación, que el movimiento de coyuntura contenga o produzca fenómenos típicos, según Gramsci, de otros tipos de movimientos.
Conforme a lo dicho, es indudable que al ser un sector con un gran rechazo social, este hecho sirve también como «el error que se contrapone a la verdad y la afirma» . De ahí el intento del gobierno para capitalizar en su beneficio el hecho, dividiendo aguas, aportando a la polarización social y agitando el fantasma de «la derecha». Esta función que Gramsci clasifica como típico del que denomina como movimientos individuales está más que presente en la actual coyuntura. También están presentes, en menor medida, elementos del segundo y tercer tipo, como puede ser cierta puja interna entre facciones de las fuerzas armadas, aunque como ya dijimos la estructura no cambió en lo sustancial desde la dictadura a esta parte; y también hay errores por parte del gobierno que permitió este «resurgir» de la derecha procesista, como puede ser el que un testigo clave no tuviera seguridad, haber «enfrentado» discursivamente a estos sectores sin realizar ningún tipo de acto efectivo que socave el poder económico y político que tienen dentro de ciertas estructuras, poniendo demasiado peso en lo simbólico y poco en lo económico-político, y, en última instancia, despreciando el poder que estos grupos aún poseen.
Sin embargo, un movimiento debe caracterizarse por sus rasgos sobresalientes, aquellos que los estructuran. Esto es lo que lleva a la definición de la actual situación como parte de un movimiento de coyuntura. Ante una situación política de tanta inestabilidad en lo profundo, aunque en la superficie las aguas estén relativamente calmas, no podemos dejar que la derecha procesista siga actuando tranquilamente. Asumir la responsabilidad que nos cabe como intelectuales, papel en el que Gramsci tanto insistía, en tratar de comprender lo que nos sucede, tratar de detenerse entre tanta vorágine, poner un paño frío, ver los matices de situaciones tan complejas y alertar contra los cultores de la simplificación y la histeria generalizada (sean del gobierno, sean de la derecha procesista, sean de la izquierda académica o partidaria), ese es nuestro deber. Comprender cuanto depende lo que suceda de una correcta caracterización, y la responsabilidad que tenemos en eso. Luego, mejor dicho, a la par, debe ser el pueblo en su conjunto el que salga a defender la democracia (para profundizarla y cambiarla, para llenar de contenido lo que no es más que forma) rompiendo el silencio, movilizándose, exigiendo cárcel efectiva a los represores. El miedo no puede ganar otra vez. Esta historia está abierta, se está escribiendo todavía en los editoriales de los periódicos, está en cada uno de nosotros, en los que somos pueblo que los libros del mañana recuerden este hecho como el puntapié inicial para que, por reacción, hayamos construido un país que no sólo acabe con los efectos mas indignantes de una estructura inmensamente corrupto y una economía terriblemente injusta, sino también con sus causas.