En las buenas y en las malas y cada día con mas frecuencia los políticos, los politólogos, la academia y hasta los comunes mortales le atribuyen casi todas las virtudes y defectos de la política a la comunicación. Ya asume condiciones casi mágicas. Las elecciones se ganan y se pierden casi exclusivamente por la comunicación, […]
En las buenas y en las malas y cada día con mas frecuencia los políticos, los politólogos, la academia y hasta los comunes mortales le atribuyen casi todas las virtudes y defectos de la política a la comunicación. Ya asume condiciones casi mágicas. Las elecciones se ganan y se pierden casi exclusivamente por la comunicación, se gobierna desde la imagen y ahora incluso la política de la izquierda también se define desde la comunicación y el manejo de la imagen.
En un Foro muy interesante realizado recientemente en Panamá y convocado por la Fundación FES con la participación de la gran mayoría de las fuerzas políticas progresistas de Centro América, y donde vimos cuanto ha cambiado el panorama político de esta región – antes asolada por las guerras – y cuan poco cambió la realidad social trágica de estos pueblos, recibimos un material sobre «Comunicación y gobernabilidad» «Las imágenes como política de izquierda» de Omar Rincón del Centro de Competencia en Comunicación para América Latina de la Fundación FES, con sede en Bogotá, Colombia. Este material fue publicado en la edición anterior de Bitácora (haga click para acceder a la edición).
En el Foro manifestamos nuestra profunda discrepancia con ese material. Y queremos profundizar en su crítica, no por razones académicas – no podríamos hacerlo – sino políticas y democráticas.
«La izquierda latinoamericana no solo está gobernando sino reinando en la política de las imágenes». Esta es la afirmación primera y principal del material y de allí deriva un serio cuestionamiento hacia la actitud democrática de los presidentes progresistas. Según el autor. «..tanta comunicación está convirtiendo a estos presidentes en popstars que tienen interlocutores y no seguidores» refiriéndose a Kichner, Chávez, Lula, Lagos y Lula.
En cuanto al presidente de Uruguay se despacha con esta breve frase: «Vásquez en Uruguay ha encontrado que la gobernabilidad se juega en los conflictos mediáticos.»
Los presidentes mencionados, metidos todos en una misma bolsa en cuanto a la tendencia dominante de tratar de manejar el poder desde los medios y las imágenes son condenados con una frase final implacable: «Es más, nunca se habían quejado tanto los medios comunitarios y locales de la represión del Estado como ahora con los gobiernos de izquierda. Lástima, quieren seguidores no interlocutores. Así es muy difícil diferenciar derecha de izquierda en comunicación.»
No es un debate cualquiera, es un tema central de la democracia y de la estrategia de la izquierda, no sólo en la comunicación sino en un tema mucho más amplio: su relación con la sociedad y con el cambio.
Estoy radicalmente en contra de esa visión de la comunicación, no sólo referida a la política sino a temas muchos más amplios porque la considero un agravio y un menosprecio de los ciudadanos. Nos trata a todos como borregos, como pasivos receptores de imágenes y mensajes. Y la experiencia de nuestros países y de muchas otras sociedades demuestra que la relación entre política, medios y ciudadanía es mucho más compleja articulada y contradictoria.
Los uruguayos tenemos en ese sentido algunas experiencias ilustrativas, le ganamos un plebiscito a la dictadura en 1980, con todos los medios de prensa en contra y con una campaña abrumadora a favor de la reforma constitucional de la tiranía. Y podríamos hacer referencia a muchos otras experiencias nacionales y en otros países. El socialismo en el este europeo se cayó a pesar del monopolio absoluto de la prensa. Las relaciones mecánicas en la información y en la comunicación no existen. Ni antes ni en la sociedad de la información actual.
La primera diferenciación de la comunicación desde la izquierda debe ser el respeto por el ciudadano y el artículo de Rincón, nos menosprecia, nos reduce a la escala más baja de la ignorancia y la pasividad. La gente no vota ni apoya gobiernos por malabarismos comunicacionales, sino en primer lugar por esa compleja relación entre la política y su capacidad de contacto con la sociedad.
Ni en Argentina, Brasil, Chile, Venezuela o Uruguay con sus enormes diferencias en cuanto a políticas, a personalidades la relación entre estos gobiernos y los ciudadanos es la que describe y simplifica el autor.
Por otro lado además de la sustancia hay un problema de formas, sus temerarias afirmaciones, sus acusaciones muy duras y sus descalificaciones democráticas no se sustentan más que en sus opiniones, no hay datos, no hay información. Es un dogma que todos tenemos que asumir, porque últimamente cualquiera que erija un monumento sobre el ultra poder de la comunicación y sus pases mágicos se transforman en una verdad indiscutible.
No hay duda que la izquierda en el tema de la comunicación como en otros temas tiene retrasos en su elaboración teórica y política y que en muchos casos estamos aprendiendo sobre la marcha, a confrontarnos con una parte fundamental del poder y a construir alternativas democráticas donde el eje central es el derecho del ciudadano a la información y la pluralidad de voces.
Después de décadas de sufrir el poder – incluyendo el de los grandes medios – es un camino lleno de trampas y de tentaciones peligrosas, pero la visión que aporta Rincón si bien tiene la virtud de impulsar el debate lo hace de mala manera, reduciendo el sujeto principal de un proyecto democrático y progresista de comunicación a un juguete en manos de la nueva manipulación de la imagen desde la izquierda.
No ganamos las elecciones manipulando imágenes, aunque aprendimos a comunicar mucho mejor y a no tener el complejo histórico de la queja y el lamento y aceptamos el reto de batirnos en las primeras divisiones, en cotos donde la derecha se creía imbatible.
Y no estamos gobernando a través de episodios minúsculos de fricción con los medios o con la comunicación, sino a través de políticas que en muchos casos adolecen de dificultades en su comunicación. Y las asumimos y las analizamos críticamente.
Las realidades no son tan lineales y simples como las presenta Rincón. Yo no creo que la mayoría de los votantes venezolanos – para tomar el caso más notorio y comentado – manifestaron su apoyo al Presidente Chávez en diversas oportunidades por sus aciertos en comunicación y su manejo de la imagen. No es el «encuentro entre el héroe y los espectadores». Esa si es una visión que descalifica a los ciudadanos, su capacidad de entender, de participar, de opinar y de definir las situaciones.
Por otro lado asistiendo a la presentación de las técnicas de comunicación en el Foro de Panamá por parte del mismo Centro de Competencia en Comunicación de la FES anotamos la hipertrofia de la técnica en relación a la política. Un camino peligroso pues deposita en ciertos mecanismos técnicos aspectos que son totalmente políticos, aún en este mundo actual donde los limites son tan sutiles. Mao decía allá en los rugientes 60 que la política debía comandar al fusil, y ahora conviene recordar que es la política la que debe mandar a las técnicas de la comunicación y que los lenguajes no pueden devorarse los contenidos.
Sin mencionar ejemplos concretos para no herir a nadie, cada vez que la comunicación ha comandado a la política las consecuencias han sido nefastas, para la izquierda pero incluso en una mirada histórica para toda la política.
El artículo tan concluyente y terminante de Rincón tiene muy poco que ver con el espíritu y la práctica que conocemos de la FES en Uruguay y en el propio Foro de Panamá, con la participación de varios de sus representantes de Centro América que abrieron el debate, crearon marcos y condiciones para que los protagonistas nos expresaramos y evitaron vender modelos y esquemas políticos. Junto con la capacidad de iniciativa es el mérito principal que le reconocemos todos a la FES, su aporte a abrir el debate. Las sentencias no ayudan.
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Esteban Valenti es periodista. Coordinador de Bitácora. Uruguay.