Me refiero a esos grandes medios de comunicación que se dicen informativos, que presumen de veraces y honestos, que se jactan de manejarse con pulcra objetividad e independencia, y que no creen, porque no las practican, esas virtudes que aseguran propias. Por ello es que no yerran cuando mienten. Simplemente, cumplen con su papel. Cada […]
Me refiero a esos grandes medios de comunicación que se dicen informativos, que presumen de veraces y honestos, que se jactan de manejarse con pulcra objetividad e independencia, y que no creen, porque no las practican, esas virtudes que aseguran propias.
Por ello es que no yerran cuando mienten. Simplemente, cumplen con su papel.
Cada vez que dan por buena y reproducen cualquier burda patraña, así sea la carta de un preso servida por el correspondiente ministerio de fabulación, están cumpliendo con su papel de engañar a la opinión pública.
Cada vez que un helicóptero estadounidense es derribado en cualquiera de sus guerras y los medios avalan la versión del «accidente», están cumpliendo con su papel de minimizar la beligerancia de la resistencia.
Cada vez que una familia en Faluya o Kabul es masacrada por las tropas de ocupación y los medios respaldan la versión del «enfrentamiento», están cumpliendo con su papel de hacer comprensibles los desmanes.
Cada vez que cae un misil sobre una boda afgana o sobre una aldea iraquí y los medios resaltan la versión del «popular tumulto», del «lamentable error», están cumpliendo con su papel de exonerar culpas y culpables.
Cada vez que publican épicas crónicas de soldados por la causa de la libertad y la democracia, cumplen con su papel de transferir su pinta de ramplona patriotería a las venas de la ignorancia general.
Cada vez que reiteran los conceptos puestos a su servicio, como daños colaterales o guerras preventivas, están cumpliendo con su papel de sosegar conciencias y esconder el crimen con nuevos eufemismos.
Cada vez que juegan a la prestidigitación con la crónica del día y sacan de su chistera famosas agonías mientras desaparecen cementerios; y descubren los ecos y silencian las voces, cumplen con su papel de restaurar orden y pensamiento.
Cada vez que distinguen, según sean propios o ajenos, entre disidentes o terroristas, entre artefactos o bombas, entre acciones o atentados, entre golpes de estado o destituciones inevitables, entre mandatos que se cumplen o resoluciones que se ignoran, entre elecciones democráticas o votaciones palestinas, entre el entorno de unos y el congreso de otros, entre el comercio de los míos y el tráfico de los suyos, entre mis víctimas y sus bajas, o confunden niños con insurgentes, piedras con fusiles, luchas con matanzas, también entonces los medios cumplen con su papel de tergiversar la realidad para hacer creíble la mentira y confinar al olvido la verdad.
Cuando llaman al expolio, operación; retención al secuestro, maltrato a la tortura; pandemia al negocio; cuando en lugar de crimen ecológico hablan de desarrollo sostenido y sustentable; cuando la destrucción del planeta la definen como progreso, también cumplen con su papel de desinformar.
Y no hay perdón ni disculpa que justifique el yerro porque no se trata de un problema moral o ético, de la corrección de un criterio errado, de una línea de trabajo inexacta… Los grandes medios de comunicación son parte del negocio y, como accionistas, también van a la guerra.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.