Cuando uno lee evaluaciones de un acontecimiento cualquiera, el G20 en este caso, tan alejadas de la realidad, tan sesgadas, tan escamoteadoras de lo acontecido y el autor de semejante estropicio es un medio periodístico no propio del país anfitrión pero sí de tal vez el estado más próximo, cultural, histórica, idiomática y geopolíticamente considerado, […]
Cuando uno lee evaluaciones de un acontecimiento cualquiera, el G20 en este caso, tan alejadas de la realidad, tan sesgadas, tan escamoteadoras de lo acontecido y el autor de semejante estropicio es un medio periodístico no propio del país anfitrión pero sí de tal vez el estado más próximo, cultural, histórica, idiomática y geopolíticamente considerado, como es el caso del Uruguay ante Argentina, inmediatamente se atropellan hipótesis sobre el porqué de semejante acto. ¿Pretende ser una información apenas o existe algún elemento que desde el país analizado descontrola totalmente a los autores de la «evaluación», los vuelve literalmente locos, los enajena de la realidad…?
El editorialista de El Observador [en adelante El O] [1] sostiene que la realización del G20 en Buenos Aires «ha logrado poner a Argentina en la escena mundial«, como si Argentina fuera desconocida fuera de fronteras. Argentina, nos pese o no, es uno de los países periféricos más conocidos y reconocidos del mundo entero.
Pero de inmediato se ve el hilo rojo del autor: «[…] poco a poco, empieza a dejar de ser considerado un paria en los mercados internacionales luego de vivir décadas a espaldas de la realidad por las políticas de la versión kirchnerista del peronismo que erosionaron las reglas de juego inherentes a un estado de derecho.»
La tirada deja en claro el planteo: para el autor los mercados internacionales no son, ciertamente los mercados internacionales sino los mercados regidos por la idea de «estado de derecho» que tiene la elite gobernante de EE.UU. y direcciones próximas y satélites. El gobierno kirchnerista resistió y cuestionó el latrocinio organizado desde los centros financieros internacionales, aunque lo hizo con un estilo peronista, sin cuestionar al establishment financiero que lo vertebra. La deuda externa argentina fabricada durante la dictadura desaparecedora y el menemato era lo que el gobierno de EE.UU. a principios del s. XX calificara como «deuda odiosa» refiriéndose a la deuda contraída por Cuba ante España. «Pongamos un ejemplo más reciente: Tomemos el caso de Indonesia. En este momento la economía está destruida por el hecho de que la deuda es algo así como el 140% del PNB. Si Ud. rastrea la deuda hacia atrás, parece ser que los que pidieron prestado son unos 100 o 200 individuos del entorno de la dictadura militar que nosotros [EE.UU.] sustentamos, y sus adictos. Mucha de esa deuda está ahora socializada. Los prestamistas eran bancos internacionales. Mucha de esa deuda ha sido ahora socializada a través del FMI […] ¿Qué pasó con el dinero? Se enriquecieron ellos mismos. […] los que pidieron prestado no son tenidos por los responsables; es el pueblo de Indonesia quien tiene que pagar. Y esto significa vivir bajo programas de opresiva austeridad, pobreza severa y sufrimiento. […] ¿Qué pasa con los prestamistas? Los prestamistas están protegidos del riesgo. Ésta es una de las funciones principales del FMI, proveer seguro de riesgo gratis a gente que presta e invierte en préstamos riesgosos. […]. El sistema total es uno en el cual los que piden prestado están liberados de responsabilidad. […]. Hay opciones ideológicas, no económicas.[…]. [2]
Chomsky remata aclarando que deuda como las contraídas en Argentina, como la de Indonesia, son claramente «deuda odiosa».
Hubo economistas argentinos que analizaron y fundamentaron la impugnación a semejante endeudamiento. [3] Pero Néstor Kirchner «simplificó» el asunto y le ofreció a todos los acreedores un pago reducidísimo. La jugarreta habría sido brillante si hubiera aceptado el 100% pero un puñado siguió la conducta Singer, teniendo siempre, claro, el amparo de las instancias del «mundo desarrollado».
Todo eso parece escapársele al editorialista de El O. Porque para este editorial «el estado de derecho» es el que establece el FMI, EE.UU., la Reserva Federal, el BM y redes afines.
Con el segundo párrafo, lo que fue escamoteo y negación en el primero se convierte en una simplificación que nos presenta un mundo de ficción, apenas parangonable con las tradiciones del estalinismo o el nazismo: «la organización impecable de un encuentro». Aunque parezca mentira para quien vive en Buenos Aires, el editorialista califica al encuentro de «impecable», cara expresión de los uruguayos.
¿No le llama la atención a semejante descriptor de la realidad que en el enkilombado país de enfrente no haya pasado nada pero nada nada durante los días del G20? Si uno escucha los informativos radiales o lee los diarios, cada día hay decenas de bloqueos de calles o rutas, encuentros callejeros en plazas y parques, protestas diversas, y sin embargo, ante la presencia de presuntos representantes del 85 % de la economía mundial, todo el caudal protestatario se llamó a silencio… ¿no es extraño?
No lo es porque el gobierno y su seguridad montó un cerco de control tan ceñido y amenazante (la ministra Bullrich de Seguridad convocaba a los vecinos a abandonar la ciudad esos tres días al tiempo que advertía que cualquier enturbiamiento sería tratado con guante de hierro) que desanimó a muchos de acercarse. Y los que lo hicieron, organizaciones como partidos políticos de izquierda, lo hicieron introduciéndose en el anillo de seguridad de las diversas fuerzas de seguridad (decenas de miles de policías, gendarmes, prefectos), quedando totalmente rodeados, con puertas de salida y entrada entre las vallas, controladas ceñidamente por la «seguridad». No es de extrañar que «no haya pasado nada, no se los escuchó ni chistar….
Rafael Spregelburd, en su crónica «Dónde estamos sentados» confronta dos situaciones humorales del presidente argentino: ‘Macri no lloró ante miles de ocasiones pintadas para la ocasión: la muerte de Santiago, el dolor de los familiares del submarino, el cierre de los ministerios, el ajuste. Y sin embargo, una representación teatral patética, un bailando por un sueño flúo y for export, una broma regional de identidad y cachivaches lo pudieron.«
Spregelburd se refiere a la fiesta de presentación de Argentina ante el G20. Al editorialista de El O esto le parece tan ajeno como la presencia de un entendido en contaminación en un cónclave empresario.
Los resultados que el editorialista tanto realza brillan por su ausencia: Argentina debió abdicar de construir dos centrales nucleares, una con tecnología rusa, otra con china, por el diktat estadounidense. Pero no porque la tecnología rusa pueda no ser la mejor o porque la energía nuclear no sea aconsejable; de ninguna manera. Porque sencillamente situaría a Argentina menos dependiente de EE.UU.
El editorialista sigue pintando su mundo: «Hace casi tres años, cuando Macri llegó a la Casa Rosada, Argentina era un país prácticamente quebrado […]». Penoso ejercicio proyectivo: el país está AHORA casi quebrado, porque Macri y sus acólitos gerentes de industria (generalmente ajena) lo han endeudado como pocas veces antes. El gobierno de CFK tampoco presentaba grandes auspicios, pero al menos no tenía la deuda tremenda que ha sido contraída en estos últimos tres años.
Lejos de ser el encuentro del G20 un éxito argentino, un analista de ese mismo país, [4] informando para la BBC, concluye que se espera apenas: «divergencias sustantivas maquilladas como ‘avances graduales’.»
Viendo el papel de dueño de estancia del sr. Trump, arrastrando al apichonado Macri a que lo siga, afirmando que la actividad económica china es «depredadora» (otra vez lo proyectivo; ¿qué es sino depredador el avance de las empresas estadounidenses en el mundo?), hay que ser ciego o cómplice para festejar este cónclave. Como El O.
[1] 8 dic. 2018.
[2] Entrevista radial de D. Basanian a Noam Chomsky transcrita por The Nation, 24/4/2000.
[3] Alejandro Olmos, entre otros.
[4] Juan G. Tokatlian.
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