Escribo esto con la experiencia de juventud de haber sufrido como periodista/trabajador el cierre de cinco periódicos. En unos casos más que otros se contemplaba al periodista con gran corporativismo, como un tipo de trabajador distinto al resto de compañeros que trabajaban en la empresa, a los que se ignoraba con una altivez intolerable. Se […]
Escribo esto con la experiencia de juventud de haber sufrido como periodista/trabajador el cierre de cinco periódicos. En unos casos más que otros se contemplaba al periodista con gran corporativismo, como un tipo de trabajador distinto al resto de compañeros que trabajaban en la empresa, a los que se ignoraba con una altivez intolerable. Se recurría entonces, y se recurre estos días más que nunca, a denunciar que el cierre de un periódico de información general era un problema para la libertad de expresión y todas esas tonterías. Con el tiempo comprendí que la libertad de expresión nunca había existido en los periódicos, y que los periodistas escribíamos lo que convenía al poder, al mismo poder que podía cerrar y abrir periódicos a su antojo. Por eso no me van a ver ustedes defendiendo a las empresas periodísticas cuyos empleados principales, los periodistas, no tienen reparos en ser el brazo armado/escrito del actual modelo económico, un modelo de explotación salvaje de los que menos tienen que sólo se puede sostener por el engaño sistemático a la misma audiencia de los medios de comunicación: hemos convencido a la audiencia de que puede estar en crisis un país en el que, sin embargo, el fraude fiscal es hipermillonario y en el que el dinero público sigue desviándose a manos llenas a los lobbies privados más corruptos del país. Si lo que nos preocupa es la libertad de expresión, que cambien los periódicos cuando la empresa todavía está abierta. Y si no, que se sometan a la dura vorágine del modelo económico que propugnan.
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