Tal que ayer, la gran mayoría de los grandes medios de comunicación se hacía eco de la supuesta noticia: un niño de seis años de Denver (Colorado, EE.UU.) sufría una dramática y accidentada travesía a bordo de un globo aerostático de factura casera en el que se habría introducido a escondidas cuando aún estaba amarrado […]
Tal que ayer, la gran mayoría de los grandes medios de comunicación se hacía eco de la supuesta noticia: un niño de seis años de Denver (Colorado, EE.UU.) sufría una dramática y accidentada travesía a bordo de un globo aerostático de factura casera en el que se habría introducido a escondidas cuando aún estaba amarrado en el jardín de su casa, ante la desesperación de sus padres. Prácticamente todos los telediarios interrumpían su curso habitual para retransmitir en riguroso directo la señal procedente de las agencias estadounidenses, con el globo de marras sobrevolando las áreas desérticas que rodean la capital del Medio Oeste. Un aparatoso e inmediato despliegue de helicópteros, unidades móviles de TV y servicios de emergencia -que ya hubieran querido para sí los ciudadanos de Luisiana cuando ocurrió el desastre del huracán Katrina- seguía minuto a minuto el vuelo del aerostato con el supuesto niño en su interior.
Un insulto a la inteligencia
Desde un primer momento -y a la vista de las imágenes- todo esto parecía más un insulto a la inteligencia que una sensacional noticia en directo. El aerostato, de unas dimensiones más que modestas, se desplazaba a una velocidad endiablada, lo que me hizo pensar de forma casi instantánea que carecía de lastre alguno (párvulos incluidos); en caso contrario, era más que improbable que ni siquiera hubiera levantado el vuelo, dado el escaso volumen de gas (suponemos que hidrógeno) que contenía: así, a ojo, el suficiente para su propia sustentación, aunque no para elevarse demasiado, como se comprobaba visualmente en nuestras pantallas. Para mayor abundamiento, el aparato estaba hecho de una pieza y carecía de cesta o acceso alguno a su interior; para que alguien se hubiera introducido en él habría tenido que romper su cobertura, el gas interno escaparía y jamás se habría sustentado y, aún menos, elevado. Dicho lo anterior, la noticia más sensacional y sorprendente no es la que se retransmitió: es que en ningún medio nadie utilizara sus neuronas (o si esto es mucho pedir, sus ojos) para cuestionar la veracidad de lo que transmitían.
Hoy los medios transmiten que, una vez aparecido el nene sano y salvo en su propia casa, el suceso puede tratarse de un montaje por parte de los padres del pequeño: que cuando desapareció el niño, los padres llamaron a la TV antes que a los servicios de emergencia; que la familia había participado en un reality show; que hay serias contradicciones en las declaraciones que han realizado ante la prensa; que ya están vendiendo merchandising en Internet del viaje en globo (¡gorras y camisetas en el mercado global en menos de 24 horas!), que…
Independientemente de las dudas que este tipo de noticias siembran sobre el papel actual de los medios de comunicación en la sociedad (algo que merecería un capítulo aparte), sería bueno que sus profesionales recapitularan sobre el trabajo que desarrollan y su más que cuestionable utilidad para la gran mayoría de los ciudadanos. En un sector en el que los periodistas, con honrosas pero escasas excepciones, se limitan a ser la voz de su amo -las grandes corporaciones privadas o los gobiernos de turno al servicio de éstas-, el descarado incumplimiento del exigible principio de veracidad por parte de los medios -ya sean públicos o privados- es sistemático y cotidiano.
Fuente: http://pacoarnau.wordpress.com
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