El periodismo independiente no existe. Existe en la comunicación de masas una mayor o menor objetividad que camina por los sutiles intersticios de la ética profesional y la responsabilidad social. Por eso, la democracia debe garantizar, y en el papel lo hace, una información veraz e imparcial (y yo agregaría oportuna y variada), a la […]
El periodismo independiente no existe. Existe en la comunicación de masas una mayor o menor objetividad que camina por los sutiles intersticios de la ética profesional y la responsabilidad social.
Por eso, la democracia debe garantizar, y en el papel lo hace, una información veraz e imparcial (y yo agregaría oportuna y variada), a la sociedad.
Pero siempre que los periodistas, columnistas y escritores nos expresamos en los medios de comunicación social, alguna predisposición nos orienta el mensaje, y a veces esa predisposición nos traiciona en el campo puramente informativo, descubriéndonos sobremanera la parcialidad.
En ese contexto, si en algún momento de la historia puede afirmarse que no existe el periodismo independiente, es hoy en día en que los grandes medios de comunicación social han cerrado filas en torno a prominentes y predominantes grupos que los han convertido en empresas holding de sus imperios económicos.
El Tiempo de Bogotá, tras el estreno de su nuevo director bajo la égida de Planeta, nos acaba de comunicar en su primer editorial que es defensor del libre mercado, ese mismo que tiene al mundo capitalista en su laberinto y a la humanidad entera hundiéndose cada más en la pobreza.
El último proceso sobre liberación de secuestrados en Colombia nos ilustra de manera esplendorosa la función de los medios y sus perfiles informativos.
En el mismo sitio, con el mismo encargo y a la misma hora, pero con distintos perfiles, estaban los periodistas, Daniel Samper Pizano y Jorge Enrique Botero. El primero optó por mirar y callar; el segundo por mirar e informar.
¿Quién puede decir que el uno lo hizo bien y el otro mal? Nadie, y es más: ambos actuaron acorde a sus papeles del momento. Samper le juega a la gran prensa, de la que ha sido, es y será hijo predilecto; y Botero a la prensa alternativa, a la que le interesa difundir más lo que a la primera le interesa callar.
Resulta hasta gracioso el juego. La prensa de Samper anda criticando a Botero por fungir de periodista en momentos en que el asunto era de periodistas. Tan así, que por prohibirles el ejercicio libre de su trabajo, le costó el puesto a uno de los inamovibles de Uribe: el Alto Comisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo; y la prensa de Botero quizás encuentre hasta ridículo al laureado fundador del periodismo de investigación en El Tiempo tragando entero, como las boas, semejante chiva.
A los periodistas todos nos resulta odioso que las fuentes privilegien a los colegas por la importancia del medio en que trabajan. Claro -aclaro- nos resulta odioso cuando el privilegiado no es uno.
Hoy es vox populi que cuando el presidente Uribe quiere hacerle show mediático a alguna cortina de humo, llama a Vicky Dávila de RCN-TV que, por supuesto, no es la única privilegiada, porque, con tanta cortina de humo como se extiende en este gobierno y con tanto que le gusta el show mediático al presidente Uribe, debe tener, como dice el tango, en cada puerto un amor.
Es el caso, y para cerrar, del periodista Hollman Morris. El no tiene su privilegio informativo en las altas esferas del gobierno (como la Dávila), sino en las altas esferas de las Farc, y su labor periodística no puede censurarse, como no podría censurarse la de Vicky Dávila. A Ella le tocó su cuarto de hora como en el pasado otros colegas: recuérdese a Jaime Soto, Darío Hoyos (El Pájaro), Alberto Giraldo (el consentido de los Rodríguez Orejuela) o Darío Silva (el famoso «Lambicolor»), para algunos ejemplos tomados al azar de la frondosa lista de aquilatados periodistas ‘independientes’ de Colombia que cada cual puede completar con la lista de su respectiva región o país.
Y menos puede censurar a nadie el ministro de Defensa, Juan Manuel Santos que, tanto como periodista como funcionario público ha atropellado toda ética y moral hasta el descaro.
Venir a darnos clase de ética periodística un niño que pagaba con artículos en El Tiempo su corbata en Londres por cuenta de la Federación de Cafeteros, o de moral, un funcionario público que se jacta de la mentira y el engaño como el más sutil arte de la guerra, ahí sí, como dicen… «ni tanto honor ni tanta indignidad».