Espronceda plasmó el halo romántico de la piratería y le endosó diez cañones a cada banda, Sabina se fijó en la vertiente canalla y provocadora y cantó a la bandera de las dos tibias y la calavera, Walt Disney, tras titularse en la caza de brujas hollywoodiense, también se sumó al cosmos del filibusterismo, se […]
Espronceda plasmó el halo romántico de la piratería y le endosó diez cañones a cada banda, Sabina se fijó en la vertiente canalla y provocadora y cantó a la bandera de las dos tibias y la calavera, Walt Disney, tras titularse en la caza de brujas hollywoodiense, también se sumó al cosmos del filibusterismo, se percató del negocio en ciernes y los emponzoñó con la saga de Piratas del Caribe. Ahora los grandes entramados mediáticos al servicio de los intereses del capitalismo global han traído a nuestras pantallas la versión más cruel, llamando a los parias piratas y presentándonos con la espectacularización de la que son tan profesos una guerra de buenos y malos para aniquilar la historia soterrada, la de siempre, la de la explotación de los más débiles para que los mismos acaben llevándose el tesoro. El último toque de esta nueva superproducción capitalista se completa con un desmedido elenco de figurantes, todos los ciudadanos-espectadores u homo-videns, en la terminología de Sartori, los que nos lo tenemos que tragar todo y aplaudir cuando llega la caballería.
Se suceden las manifestaciones para pedir la liberación de los marineros del Alakrana, los medios a todo trapo a la carga con los piratas, pero nadie explica cuál es la situación de Somalia, las sucesivas guerras teledirigidas que ha sufrido por móviles económicos y la fragmentación y caos en el que se ha convertido tras la intervención pacificadora y humanitaria del occidente desarrollado. No existe estado ni autoridad competente, se están esquilmando todos los recursos, también los pesqueros, con total impunidad y sin que reporte ningún beneficio para la población autóctona, sus beneficiarios legítimos.
En este totum revolutum las costas somalíes se han convertido durante los últimos años en un auténtico vertedero de residuos industriales y químicos, los inactivos tóxicos del capitalismo, de las grandes multinacionales, vertidos por la acción de las redes de mafiosas controlan el mercado de la trastienda global, el de la otra cara del protocolo de Kioto.
Y por si las costas somalíes no tuviesen bastante con las embestidas del neoliberalismo empresarial y militar, la madre naturaleza les mandó un tsunami que sacó a flote las evidencias de los vertidos tóxicos, que acabaron en tierra firme y contaminaron ríos y causaron miles de muertos por las enfermedades que de ellos se derivaron y cuyos efectos aún perduran. Es lo que se puede tildar de una explotación de ida y vuelta, de 360º, primero te expolian hiriéndote de muerte y luego te devuelven envenenado lo que les sobra para darte la puntilla.
En este contexto, la necesidad de supervivencia y la indignación, e imagino que algún sentimiento más enconado, han propiciado que se creen grupos que han decidió pasar a la acción y ven como blanco para recuperar lo suyo -o para cobrársela- a las embarcaciones que acuden a sus aguas para seguir llevándose sus riquezas. Y se han puesto a secuestrar barcos. Y los mass media a lo suyo, a vueltas con la etiqueta condenatoria de barbarrojas del siglo XXI. Y ya los barcos comienzan a llevar seguridad privada -paramilitares- y los ejércitos del mundo han abierto la veda con un nuevo despliegue por el Índico, todo para combatir a unos piratas sanguinarios que aún no han causado ninguna baja. A los que están alimentando con pagos de rescates, un exiguo porcentaje del botín al fin al cabo, hasta que desde la Audiencia Nacional salta la ocurrencia de procesar a dos de estos ‘piratas’ y se forma el lío. Ahora qué. Se abre un debate en los medios y clase política para ver a quién se le ocurre la mejor idea para saltarse la legalidad y los procedimientos jurídicos, pero resulta que no es fácil y que, una cosa es que nunca debieron venir esas dos personas a España, y otra que ahora ya no es fácil dar vuelta atrás como no sea dictaminando su absolución… Ya no vale el habitual puñado de dólares y a los marineros del Alakrana y sus familias -víctimas todos ellos del secuestro y de su condición de trabajadores al servicio de la ilógica dinámica del mercado- les toca sufrirlo en su carnes, igual que a otros tantos tripulantes de más de una decena de barcos que se hallan en esta nueva modalidad de secuestro ‘gran hermano’, con constantes apariciones en los medios, llamadas a casa y fragatas militares observándolo todo, aunque sin enterarse de qué va la película. Igual que la sociedad en general que, mediatizada y manipulada por los medios y la clase política que los impulsa, asume la versión que le cuentan. Y me pregunto, ¿alguien se atreve a calificar de pirata a los que se benefician de la explotación de los recursos legítimos de los que son llamados piratas y del esfuerzo de los que ponen el pellejo para el secuestro y la captura de atunes?
Autor: Miguel Díaz. Periodista y coautor del libro «Costa Nostra. Las mafias en la Costa del Sol».
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.