Los inicios «En este instante comienza a trasmitir desde algún lugar de El Salvador, Radio Venceremos, emisora del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional… El pueblo unido jamás será vencido…», así inicia el diez de enero de 1981 la primera transmisión del medio de comunicación rebelde, instalado al nor-oriente del país centroamericano en plena […]
Los inicios
«En este instante comienza a trasmitir desde algún lugar de El Salvador, Radio Venceremos, emisora del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional… El pueblo unido jamás será vencido…», así inicia el diez de enero de 1981 la primera transmisión del medio de comunicación rebelde, instalado al nor-oriente del país centroamericano en plena guerra civil, producto de la miseria, la marginación y la crisis de representatividad gubernamental.
En la cueva de las pasiones todo está listo. Son las nueve de la noche, se enciende el motor y se calibra el transmisor. La nave despega. Una tríada de velas ilumina la mesa de operaciones donde un grupo de periodistas improvisa los mensajes que dan a conocer: «Ha llegado la hora. El pueblo, harto de sufrir tanto, ha decidido levantarse para conquistar su libertad!»
Al tiempo que se dan las primeras palabras al aire, las columnas de milicianos parten a atacar el cuartel militar de San Francisco Gotera. La radio acompaña y narra los acontecimientos, su papel es informar, dar testimonio en momentos difíciles. Se erige ya como «una realidad, un bullicio y desafiante parto en la montaña».
Con un viejo transmisor Valiant Viking, un amplificador de potencia de 700 vatios, una antena dipolo, una grabadora, un micrófono, un casete, y con la adaptación del rudimentario sistema a la onda corta, la emisora se conforma como el medio de información más fidedigno y creíble, luego de una cruzada oficial de asesinatos y persecuciones contra los periodistas que cubrían fiel y objetivamente los inicios de la guerra.
Entrado el primer mes del 81, el pueblo salvadoreño se bate en las calles con las fuerzas armadas dirigidas por el presidente Alberto Cristiani, asesoradas por Roberto D’Abuisson, jefe de los Escuadrones de la Muerte, y entrenadas por militares estadounidenses formados en la escuela para comandos especiales Fort Bragg, Carolina del Norte.
En las calles de la capital, San Salvador, en Chaletenango, Cabañas, San Miguel, Usulután, La Paz, se multiplicaban los enfrentamientos, emboscadas y ataques por ambos bandos. Las bajas humanas se cuentan por miles. El Salvador, así como los demás países de Centroamérica, se convierte en territorio de conflicto armado y concentra la atención internacional, en el contexto de la llamada guerra fría.
Los programas
En medio del torbellino de la década de los ochenta, un equipo de cuatro personas dio testimonio de los hechos que cambiaron el curso de la historia del Pulgarcito de América, como lo llamó la escritora Gabriela Mistral. Santiago, Mariposa, Maravilla y Morena, pseudónimos de los periodistas, idearon una barra programática adecuada para proyectar la realidad mediante unidades móviles que acompañaban el avance de las fuerzas insurgentes del FMLN, conectadas por medio de radio transmisores a la cabina central, clandestinamente instalada en las cuevas y peñascos del departamento de Morazán, frontera con Honduras.
Fue la época de los reportajes, los testimoniales, las mesas de debate, las radionovelas, la educación popular y las noticias del momento. Por medio del dispositivo se conoció la cotidianidad de un pueblo, los Cantones, los trabajos en la milpa, las clases en las escuelas locales, las organizaciones civiles y de los derechos humanos, las necesidades organizativas de las comunidades, las misas de los padres que acompañaron el proceso y tomaron el sendero de la opción por los pobres.
Los corresponsales visitaban las lecherías, los talleres de explosivos artesanales, las fábricas, los comités de base o bien narraban las primeras operaciones quirúrgicas de autodefensa.
La radio asumió un papel de denuncia permanente, aportando datos concretos de la violación sistemática de los derechos humanos y atrayendo la atención de los organismos internacionales interesados en la materia. Las emisiones de radio permitieron estimular el movimiento de solidaridad y se convirtió en el medio más confiable para la prensa internacional. Recibió el reconocimiento de La Unión Mundial de Periodistas al otorgarle el premio Julius Fucik.
Tras años de quehacer periodístico, las necesidades fueron mayores al tiempo que la confrontación subía de tono. Los mandos combatientes se convirtieron en corresponsales, tendiendo un puente periodístico y comunicativo entre los diferentes frentes, norte, sur, oriente y poniente. Las tomas de Cantones y poblados fueron fielmente narrados por los lugareños que tomaban los micrófonos para dar la bienvenida a sus familiares que decidieron sumarse a las filas insurgentes.
Las tareas también se ampliaron en el terreno cultural, desarrollándose programas educativos para el estímulo de los pueblos, bases de apoyo, que aprendían a leer y escribir. Debates sobre el acontecer político y económico fueron programados a horas específicas para que la sociedad se formara un criterio propio y participara, a micrófono abierto, por medio de un corresponsal que mantenía mecanismos de seguridad para no ser localizado por las fuerzas enemigas.
Se planeó un programa cultural y de poesía en el cual participaron los poetas nicaragüenses, Ernesto Cardenal y José Coronel Urtecho, así como lecturas de los poemas de Roque Dalton.
A la radio se integraron todos los medios alternativos de prensa «en un plan político de expansión y organización de masas»; el sistema Venceremos contó con un departamento de cine y televisión, periódicos, boletines y revistas de circulación nacional e internacional.
Una radio perseguida
Las fuerzas armadas y los grupos paramilitares tuvieron siempre como objetivo la destrucción de Radio Venceremos, toda vez que el sistema de la emisora ganó la credibilidad y el respeto de los salvadoreños. Incluso era referencia obligada de los sectores conservadores, clases medias y altas para informarse sobre los acontecimientos de la guerra.
Los asesores estadounidenses supieron del papel estratégico que tiene la radio en un país en guerra, una explosiva situación social y un ejército del pueblo, por ello, lanzaron decenas de operativos, bombardearon poblaciones enteras para generar el terror y desactivar las trasmisiones radiales. Desembarcaron tropas semitransportadas en las zonas desde donde transmitió la radio para capturar la señal y distorsionarla. La ofensiva afectó a la población civil, el solo hecho de ser sorprendido escuchando los programas era señal de simpatía con la guerrilla y podría ser aniquilado por los Escuadrones de la Muerte.
El «hombre fuerte» de los estadounidenses, el coronel Domingo Monterrosa, tuvo como obsesión la captura de la radio. Buscó por todos los medios, aéreos, marítimos y en tierra, acabar con ella. Una historia trágica marcó en diciembre de 1981 a los poblados El Mozote y El Tamarindo. En el primero, ubicado en Morazán, donde estaba la emisora, se confirmó la muerte de mil personas en unas cuantas horas, la mayoría eran niños. Los responsables fueron las fuerzas especiales de Monterrosa: El Batallón Atlacátl.
Bajo la doctrina contrainsurgente se aplicó un operativo de gran envergadura, Yunque y Martillo, para golpear a la población civil y obligar a la guerrilla a salir de sus posiciones. Ante estos movimientos de tropa oficiales, el equipo de la emisora se traslada a pie hacia el sur, pero luego de conocerse la masacre decide regresar para reinstalarse y denunciar los hechos.
El andar de la palabra
La historia de Radio Venceremos es amplia. Terminada la guerra, encuentros y desencuentros atravesaron los proyectos del movimiento insurgente. Algunos integrantes que dieron vida a la radio cayeron en los combates, otros decidieron tomar otro camino tras el proceso de institucionalización y pacificación del país como resultado de los acuerdos de paz, firmados en México en 1992.
Carlos Enríquez Consalvi, «Santiago», devela en entrevista con este reportero, la historia del Museo de la Palabra y la Imagen, ubicada en la capital San Salvador.
«Es una iniciativa que nace en la montaña, es decir, cuando todavía estábamos en la montaña de Morazán, al frente de la Radio Venceremos, mochila al hombro, haciendo ese periodismo insurgente, clandestino, de catacumbas»; entre los integrantes nació la idea de guardar para las generaciones siguientes parte de la memoria histórica de las luchas sociales que en ese momento se desarrollaron con un gran impacto en América Latina.
«Era la época de la lucha contra las dictaduras militares que, en el caso nuestro, tuvimos 60 años de gobierno de facto; esa lucha fue por la democratización de la palabra, la democratización del pan, de la educación y de la salud», indicó.
Terminados los momentos de conflicto y polarización y que culminaron oficialmente en el palacio de Chapultepec, México, en 1992, los periodistas fundamos el Museo de la Palabra y la Imagen, como «otra forma de comunicación, de la comunicación de la memoria histórica que nuestro pueblo mismo guarda, produce y reactiva continuamente», dijo al tiempo que describió cómo fundaron un archivo histórico: «Para nosotros es muy importante recoger elementos, salvar archivos audiovisuales o escritos que tienen que ver con nuestra cultura y nuestra memoria, tenemos ya una filmoteca, una fototeca y una pinacoteca; hemos rescatados los archivos de los escritores más importantes del país».
Parte del archivo son las recopilaciones de la obra de Roque Dalton que estaba en México, y del artista más importante de El Salvador, Salarroé. Asimismo rescataron parte de los archivos fílmicos de la guerra, las transmisiones de la Radio Venceremos y la historia de las mujeres combatientes.
Se trata de un proyecto independiente, no partidario, que partió del concepto de hacer un museo sin paredes, es decir, un museo que llevara todas estas cosas a las comunidades donde las políticas culturales de los gobiernos jamás llegan, «cruzamos ríos, vamos a comunidades indígenas a filmar su vida y a producir documentales sobre ellos, a proyectar películas donde jamás se han proyectado».
Ante la cultura del comercio y del libre mercado — apunta — «es importante la memoria histórica y la reafirmación de las personas como manera de ser nosotros mismos y la manera de repensarnos como pueblo para diseñarnos los mapas del Siglo XXI, para construir la democracia que queremos, la democracia de la salud, la educación, la alimentación y, a fin de cuentas, de resistencia y de mantenimiento de lo que es la cultura ancestral, de lo que es bueno sentirnos orgullosos».
Este trabajo, continuó, es el rescate histórico por las mismas comunidades, «las que tienen en sí esa memoria viva, lo que nosotros hacemos es incentivar esa memoria para que se fortalezca, crezca y se dinamice».
Nuevos Proyectos
El equipo del Museo de la Palabra y la Imagen realiza actualmente un documental, un largometraje sobre la situación en la que viven 5 mil salvadoreños en los territorios en disputa entre Honduras y El Salvador.
Las comunidades que se conforman tienen una forma ancestral de relacionarse, por lo que mantienen una identidad propia que no quiere ser respetada por las autoridades hondureñas y salvadoreñas.
«La semilla está sembrada por las mismas comunidades y se expresan en iniciativas comunales; hay jóvenes que se están organizando y están planteando de nuevo la lucha por la tierra que les fue arrebatada por las fuerzas económicamente poderosas del país».
También hay mujeres jóvenes que se están organizando en cooperativas, que a partir de la memoria histórica, mejoran sus técnicas de artesanías. «La semilla se esparce sola y tiene esa terquedad del Izote (planta que crece firme hoja tras hoja) que tienen todos esos salvadoreños en torno a su identidad, su fortaleza, su memoria histórica».
La importancia de medios alternativos y culturales
Para Santiago, los medios alternativos tienen una función vital. «Aquí en El Salvador, hay 22 radios comunitarias y yo creo en esa propuesta de emisoras comunitarias como radio Sumpul, Radio Segundo Montes, como las emisoras de las universidades y culturales, son las únicas que tienen su corazón junto al sentir y a los sueños, anhelos y necesidades de las comunidades locales y del pueblo en general».
«Los grandes medios de comunicación tienen su razón de ser en la ganancia económica que le sacan a los anuncios; las radios comunitarias tienen su razón de ser y existir muchas veces por los trabajadores voluntarios, sacan sus señales desde las propias comunidades y expresan el sentir de sus propias comunidades», concluyó.