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Día de la Prensa Cubana

Recuerdos en un catorce

Fuentes: Rebelión

Tres años atrás habría llamado loco, demente y cargado de «guayabitos en la azotea», a quien me hubiera dicho que este l4 de marzo del 2006 estaría en la Tribuna Antiimperialista José Martí, justo a la vera de 138 banderas acusadoras, frente por frente a la Oficina de Intereses de los Estados Unidos de América […]

Tres años atrás habría llamado loco, demente y cargado de «guayabitos en la azotea», a quien me hubiera dicho que este l4 de marzo del 2006 estaría en la Tribuna Antiimperialista José Martí, justo a la vera de 138 banderas acusadoras, frente por frente a la Oficina de Intereses de los Estados Unidos de América en La Habana. Para colmo, formando parte de más de un millar de periodistas revolucionarios, quienes allí se reunieron para conmemorar el Día de la Prensa Cubana.

Si a las 10 de la mañana de este 14 de marzo estaba allí, bajo un sol implacable y con el olor de la mar rondando, tres años atrás y a la misma hora estaba inaugurando un Taller de Ética Periodística. Sólo que no de periodistas revolucionarios, sino de contrarrevolucionarios al servicio de la mencionada legación diplomática, ejecutora al interior de Cuba de una política que el anticomunista consecuente Juan Pablo II calificó como «éticamente inaceptable.»

Tubal Páez, Presidente de la Unión de Periodistas de Cuba, dijo de esa política norteamericana que «El mundo es testigo del salvajismo y la irracionalidad de una política que se impone mediante el chantaje, la presión brutal o la fuerza militar con total desprecio a la legalidad y las normas del derecho internacional…Dos lugares en nuestro país son un ejemplo de ello: la fábrica de mercenarios y provocaciones que tenemos aquí enfrente y la base naval ilegalmente ocupada en la bahía de Guantánamo convertida en bofetada en pleno rostro de la civilización».

Tres años atrás ese denominado taller de ética tuvo lugar nada menos que en la residencia del entonces Jefe de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en Cuba, prueba al canto de las provocaciones mencionadas por Páez, porque en ningún lugar del mundo un jefe de legación diplomática brinda su vivienda para celebrar una reunión de opositores al gobierno ante el que actúa como representante del suyo. Por supuesto, la noticia recorrió el mundo. Por mi propia voz dije a la corresponsal de CNN en La Habana, Lucía Newmann, que celebrar semejante cónclave en ese lugar no era un simple conflicto de interés periodístico, sino todo un escándalo político.

Aquel 14 de marzo aparecí ante las cámaras de CNN como el cabecilla de ese grupo de individuos, como el periodista contrarrevolucionario fiel a los dictados de Washington, pues para nadie era un secreto el marcado interés de los norteamericanos por orquestar dicha provocación. Manuel David Orrio, el periodista «independiente», batuta en mano y CNN a la caza del bocado.

Sólo los necesarios sabían; cuando el periodista Orrio abandonó ese lugar y tuvo un momento de supuesta paz, lo aprovechó para encontrar a unos amigos, por entonces de 11 años de antigüedad. Sus identidades quedan en lo oscuro, como cuadra a los oficiales de la Seguridad del Estado cubano, para quienes el cronista tenía un nombre como combatiente de ese cuerpo: Miguel.

Lo demás, historia conocida. No imaginé en esos minutos que me quedaban 21 días de misión como agente encubierto de la Seguridad cubana. Y, mucho menos, que tres años después sería un periodista revolucionario, convocado junto a sus colegas a manifestarse frente a la denominada «fábrica de mercenarios», cuyo umbral tantas veces traspuse.

A fuer de franco, una rara nostalgia me invadió. No pude evitar el voltearme varias veces para observar la mole de concreto y cristales alzada a mis espaldas. Por un instante me ví, subiendo las escaleras del pórtico, al paso de mi bastón. Recordé momentos, entrevistas, funcionarios de discreto perfume CIA; me vino a la mente, quizás como frustración lujuriosa, la imagen de una yankita rubia que me hizo la boca agua hasta el día en que ella, más lujuriosamente aún, piropeó a mi mujer. Incluso, reservé un minuto de tristeza para algunas excelentes personas «metidas en ese mundo», a quienes, pese a todo, consideré amigos.

Sí, miré con nostalgia… pero de mis días guerreros, de aquellos momentos donde el agente encubierto se siente y se sabe protagonista de algo mayor. Y me dije, allí entre mis colegas, burlándome en secreto de la gorra azul con que Luis Sexto protegía su calva de un sol implacable, que cada meta es un punto de partida. Y que la Patria, tanto en su monte de banderas como en su mínima calle, contempla orgullosa a quienes la defienden.

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