Piloto: Tengo muchos individuos en la calle. ¿Quiere que los elimine?Oficial de Armas: Elimínelos.Tercero: ¡No es un buen día para ellos! (risas).Piloto: Diez segundos.Oficial de Armas: Entendido, cambio.Piloto: ¡Impacto!Fallujha, Irak. Un misil aire/tierra se estrella sobre los cuerpos desarmados de unos 40 hombres, mujeres y niños. Todos ellos son parte del cortejo que acompaña a […]
Piloto: Tengo muchos individuos en la calle. ¿Quiere que los elimine?
Oficial de Armas: Elimínelos.
Tercero: ¡No es un buen día para ellos! (risas).
Piloto: Diez segundos.
Oficial de Armas: Entendido, cambio.
Piloto: ¡Impacto!
Fallujha, Irak. Un misil aire/tierra se estrella sobre los cuerpos desarmados de unos 40 hombres, mujeres y niños. Todos ellos son parte del cortejo que acompaña a una joven pareja en su ceremonia de casamiento. Ahora no quedan más que restos esparcidos por todas partes. «¡Paren, en nombre de Dios!» ¿No es éste un atentado contra la humanidad? No. Se trató de un «error». De un «problema de cálculo». De un «efecto indeseado» o, cuanto más, de un «daño colateral» producto de la «guerra»: casi un resultado tan desgraciado como inevitable que no mereció la tapa de ningún diario.
Londres, Inglaterra. «Otra vez el terror». Durante el mes de julio la ciudad de Jack el destripador amaneció envuelta en el drama. Las empresas periodísticas anunciaron la muerte en sus primeras planas, con formato catástrofe y redacción edulcorada, y aseguraron que «se esperan más ataques» del «peor enemigo de la humanidad»: las «democracias occidentales», «críticas o no» de la invasión a Irak, están «amenazadas». La civilización está amenazada. La sociedad toda (menos los árabes, los asiáticos, los inmigrantes, los negros y los pobres) está en «alerta máxima internacional».
Buenos Aires, Argentina. La cobertura mediática de los atentados en Londres no se salió, en términos generales, del esquema tradicional al que la prensa nos tiene acostumbrados: todo ataque contra el «mundo libre», es decir, contra los valores y el modo de vida occidentales, se construye como un ataque universal fundado en un odio irracional siempre minoritario. Admitiendo diferentes estilos y matices, desde La Nación hasta Clarín, desde Ámbito Financiero hasta Infobae, las bombas fueron presentadas como ataques contra la humanidad.
La interpelación al lector que forma parte de esta humanidad construida se asienta en el mito de la independencia periodística. Y, aunque esta fábula hace agua por todos lados, no deja de ser efectiva al dibujar a la prensa como cuarto poder vigilante, objetivo, desinteresado portador la verdad. La independencia, justamente, es el discurso mediante el cual las empresas informativas ocultan la dependencia al proyecto de su propia clase. Por eso no todos los atentados adquieren el mismo estatuto: por ejemplo, la lluvia de misiles que ha hecho de Bagdad un enorme cementerio.
En este sentido, mientras algunas víctimas son justificadas en nombre de la libertad y la democracia, otras sufren, según La Nación, «la lógica infernal que proponen las bestias asesinas, que gozan diseminando el terror en el mundo». Parece un panfleto pero es una editorial de la prestigiosa tribuna de doctrina. Clarín, por su parte, contrabandea nuevos demonios con la comparación entre los «missing» londinenses y los desaparecidos argentinos, y señala que la política de tirar a matar «inaugura» una era de gatillo fácil en una isla «que una vez estuvo orgullosa de sus Bobbies desarmados». Por supuesto la cronista olvida, sólo por citar un caso, la larga tradición de persecuciones, cárcel y torturas para miles de irlandeses acusados… de ser terroristas responsables, otra vez, de cruentos «atentados contra la humanidad».
Claro que esto puede irritarnos, pero no debe sorprendernos. Es lógico que las páginas de los diarios y los flashes televisivos, parte constitutiva del bloque de poder, nos ofrezcan su única y estrecha interpretación de términos tan ambiguos como democracia, violencia, terrorismo, seguridad. El tema es que la mirada de las clases dominantes se presenta como natural y legítima, única perspectiva posible que se expresa en toda su desnudez en la distancia evidenciada entre «la guerra que se viene», la volanta que acompañó las horas de ultimátum yanqui a Saddam Hussein, y el «Paren, en nombre de Dios» con que Clarín hizo propias las palabras del Papa.
Por si esto fuera poco, los periodistas argentinos se quejaron del «silencio oficial» de los primeros momentos y de una obediencia «muy parecida a la autocensura» de las grandes cadenas internacionales. Infobae y Clarín, incluso, se acordaron que Internet puede traer al instante las novedades de los puntos más alejados del globo. Aunque, claro, dejaron de lado en el análisis la lógica de la invasión y el papel que juega la prensa en términos militares porque, como señalábamos más arriba, no se trata de periodismo independiente sino de periodismo dependiente de un proyecto que, en el caso británico, incluye la ocupación violenta de un país con mucho petróleo. Y en situaciones de crisis como la vivida en julio esta dependencia se vuelve bastante evidente.
Con todo, pese al tibio reclamo de las «imágenes más duras» y la exigencia de una precisa contabilización de los muertos, el esquema básico nunca se cuestionó. Si bien los cinco tiros en la cabeza de Jean Charles Menezes merecieron algunas líneas de compasión, el hecho no superó el límite de la representación de un doloroso «error» de la policía británica, hasta ayer insospechada de abusos, obligada casi al paso en falso producto de la gran presión que el terrorismo le impone. Ni ese cuerpo destrozado, ni las decenas de miles de civiles iraquíes muertos, ni la ceremonia hecha pedazos en Fallujha fueron presentados como atentados contra la humanidad: es que por fuera de la humanidad invasora, no hay humanidad posible.