Henri Cartier-Bresson, fotógrafo revolucionario francés considerado uno de los padres del fotoperiodismo, murió el lunes en su casa de L»Isle-sur-la Sorgue (sureste de Francia). De 95 años de edad, fue fundador con el norteamericano Robert Capa de la agencia Magnum. Esta entrevista al periodista Roberto Montoya fue publicada el 20 de febrero del año 2000, a punto de cumplir 92 años con motivo de su exposición en una galería de París
«Yo me identifiqué mucho con los anarquistas españoles e intenté ayudarlos en lo que pude». Henri Cartier-Bresson cumplirá 92 años próximamente, aunque su memoria y su lucidez parecen indicar muchos menos. Desde su piso en París, con enormes ventanas sobre esas Tullerías que plasmó en tantas fotos y dibujos, éste maestro de maestros de la fotografía recuerda con orgullo que hizo un documental «para recaudar fondos para los hospitales de la República donde se atendía a milicianos republicanos heridos».
Estuvo en España durante la República y volvería en numerosas ocasiones. Al inicio de la conversación suelta divertido un «hola» en buen español y al final un cariñoso «hasta lueguito».
Cartier-Bresson reivindica «seguir siendo un anarquista. Cuidado», aclara, «que por ahí el término anarquía es usado como un sinónimo de caos y no es eso, yo reivindico la anarquía en un sentido ético frente a la vida, frente al poder».
Este hombre que recorrió Europa, Asia, Africa y América Latina, inmortalizando con su Leica y su lente de 50 milímetros personajes y momentos históricos claves, siempre fue un artista comprometido socialmente y ese compromiso lo llevó a estar internado en campos de concentración nazi durante la ocupación alemana de Francia. «Fui un prisionero de guerra, me detuvieron tres veces y las tres me escapé», dice orgulloso.
El fotógrafo, al que le gusta la conversación distendida, pero no las entrevistas ni los registradores, se pone taciturno cuando uno le pide una reflexión sobre la llegada al poder en Austria del ultraderechista Jörg Haider. «Es lamentable, esperemos que esto no llegue a más», dice con una de sus típicas respuestas escuetas, como si fueran un «clic» más de su cámara fotográfica.
Su firma sigue apareciendo hoy día al pie de manifiestos por causas humanitarias o en defensa de la libertad de expresión. El es uno de los signatarios del Llamamiento de Perpignán y de los manifiestos Afrontar lo real, con el que numerosas personalidades en Francia han protestado frente a la nueva legislación por la que un fotógrafo puede ser sancionado por mostrar imágenes de un detenido con las esposas puestas o a una víctima de un atentado o de un accidente. «Hay que diferenciar morbosidad o perversión con intención de informar», dice Cartier-Bresson, para quien éste tipo de medidas «es preocupante». «Todo el mundo tiene que tener el derecho de mirar y luego pensar y sacar las conclusiones que quiera».
Muchos de los admiradores del trabajo fotográfico de Cartier-Bresson desconocen que en los años 30 trabajó para el cine, con Paul Strand en Estados Unidos y con Jean Renoir en París. Pero Cartier-Bresson no ha hecho «sólo» maravillosas fotografías en blanco y negro e incursiones en el cine. Su vocación artística inicial, de niño, fue la pintura y el dibujo y después de dar sus primeros pasos en Normandía donde vivía su familia, en 1927 comenzó a formarse en uno de los atelier más famosos de aquella época, el de André Lhote. «Me atrapó el surrealismo, fundamentalmente por su carácter subversivo, que iba con mis ideas libertarias», sostiene.
A principios de los años 30 comenzó a sentirse fascinado por la fotografía «pero nunca dejé el dibujo». Cartier-Bresson, casado en 1970 con otra excelente fotógrafa, Martine Franck, mantuvo siempre un interés muy especial por fotografiar a pintores por quienes tenía gran admiración, como Henri Matisse, con quien tuvo una importante relación, Braque, Giacometti, Bonnard, Bacon y tantos otros. Algunas de esas fotografía pueden verse (y comprarse a partir de 500.000 pesetas) en la actual exposición de Cartier-Bresson en la Galería Claude Bernard de París.
Mientras las últimas imágenes de Cartier-Bresson datan de principios de los 90, su último libro de dibujos recoge sus trabajos desde 1974 hasta 1997. El no encuentra una razón especial para explicar por qué dibujó con carboncillo tantos cuerpos desnudos de mujeres y, sin embargo, sólo fotografió desnudos unas pocas veces. «No lo sé, nunca me atrajo especialmente la fotografía de desnudos», dice.
«El diseño requiere una meditación, mientras que la fotografía es una acción inmediata, una instantánea que nunca más se podrá repetir exactamente igual», explica este artista que en los últimos años ha volcado toda su energía en el dibujo.
Figuras humanas
En este terreno, Cartier-Bresson ha dibujado muy pocos «bodegones», muchas imágenes de París y de otras regiones de Francia y sobre todo muchas figuras humanas, su tema favorito. Ni entre sus dibujos ni en sus fotografías es fácil encontrar un autorretrato. Este virtuoso de la imagen es también reacio a que le hagan fotografías.
Como artesano de la fotografía, parece un tanto receloso cuando se le pregunta su opinión sobre el uso de las cámaras numéricas usadas por los profesionales. «No dudo que la técnica avanza y facilita muchas cosas, pero lo esencial sigue siendo el ojo, la sensibilidad del fotógrafo».
En estos días en que su exposición tiene lugar paralelamente a la de la agencia Magnum, con la cual festeja su 50º aniversario -en realidad fue en 1997- Cartier-Bresson se irrita cuando ve que en la propia prensa francesa sólo se lo cita a él y a Robert Capa como los fundadores, olvidando a David Seymour Szymin, Chim.
«Capa era un seductor, un hombre al que le gustaba el buen vivir, pero en Chim yo encontraba una gran afinidad intelectual», señala, estimulando el recuerdo, quien les ha sobrevivido a los dos. El americano Robert Capa saltó por los aires en Indochina en 1954, con su cámara en la mano, y Chim murió baja la metralla en 1956 en Suez.