Como todo el mundo sabe, en Venezuela se está llevando a cabo una revolución pacífica, sin tanques ni acorazados. El Gobierno bolivariano presidido por Hugo Chávez se ha propuesto sustituir el sistema capitalista dominante en su país por otro que se ha venido en llamar «socialismo del siglo XXI». Las diferencias con el ensayo socialista […]
Como todo el mundo sabe, en Venezuela se está llevando a cabo una revolución pacífica, sin tanques ni acorazados. El Gobierno bolivariano presidido por Hugo Chávez se ha propuesto sustituir el sistema capitalista dominante en su país por otro que se ha venido en llamar «socialismo del siglo XXI».
Las diferencias con el ensayo socialista implantado tras la Revolución Soviética hace ahora casi cien años son evidentes. Al fin y al cabo, para eso está la historia, para aprender de los errores y las experiencias. ( Aunque, de todos modos, y frente a los detractores del «comunismo», no hay que olvidar que aquél fue el primer experimento que se ha hecho en la humanidad de dar trabajo, asistencia sanitaria y educación a toda la población. Ninguna sociedad capitalista puede presentar antes ni después nada semejante.)
El Gobierno presidido por Chávez se esfuerza por instaurar en Venezuela el ideal de una sociedad socialista., utilizando y ampliando la democracia. La ha enriquecido con la teoría y, sobre todo, la práctica de un nuevo concepto, el de la democracia participativa. (Participar: tener parte en, tomar parte en, ser parte de). Participar no sólo en las elecciones cada cierto tiempo, sino en la continua elaboración de los proyectos y en las decisiones.
En esencia se trata de una tarea nada fácil, titánica, la de crear una nueva cultura, un nuevo sistema de valores: La cultura humanista de la solidaridad y la colaboración activas, de la paz y del servicio público, de la propiedad social del conocimiento. Frente a la cultura cainita de la conspiración y la intriga, de la explotación, la violencia y el lucro privado, de la comercialización de los conocimientos en beneficio de una minoría. En suma una cultura de creación de voluntad democrática, de ampliación de la horizontalidad de las relaciones personales, sociales, nacionales e internacionales, del respeto a la diferencia y a la pluralidad.
Dada la brevedad de esta exposición no pueden destacarse aquí los logros conseguidos en apenas seis años de gobierno chavista, puesto que los cuatro primeros bastante tuvo con defenderse de la hostilidad abierta e incluso intentos de golpes de Estado de la oposición. Pero sí me gustaría mencionar dos vicios heredados. En primer lugar, el de la corrupción, tan enraizada en las elites políticas y económicas de América Latina y en el capitalismo en general.
Sí, se habla de que la revolución bolivariana también adolece de comportamientos corruptos en sus filas y en el funcionariado del Estado. (Aunque nada comprable a la que en estos tiempos se está aireando en los medios del mundo capitalista, particularmente en los Estados Unidos o en España, pongamos por caso.) En segundo lugar, los problemas que parece plantear todavía la burocracia, que tanto obstaculizó los proyectos socialistas anteriores. La solución del Gobierno bolivariano ha sido la de dar poder a la base, a la mayoría social de los perjudicados por estos comportamientos asociales, creando organismos sociales de supervisión. El control se hace desde abajo, desde la base. A través de los consejos comunales, creados por la misma Constitución. Los municipios y comunidades elaboran los proyectos necesarios y controlan los gastos. Se consigue así una gestión social muy descentralizada, realizada por los ciudadanos afectados. De este modo, de receptores de órdenes y consignas, de objetos, de consumidores, como se dice en el capitalismo, han pasado a ser sujetos, a tener voz propia, a ser conscientes de sí mismos.
Ahora bien, para el triunfo de la revolución no basta con vencer en la calle. Su éxito depende de la toma del poder. Para eso se requiere que los movimientos de masas sean conscientes del objetivo de sus acciones. Para esto, a su vez, es necesaria la difusión de los objetivos en los medios de comunicación, la formación de nuevos valores y normas de comportamiento. La retórica es una disciplina importante de la revolución. Necesita de la palabra incendiaria.
Pero el cometido de los sistemas dominantes estriba en no permitir esa distribución de la retórica subversiva y en defenderse de ella. Para eso están la censura y la manipulación en todas sus formas, el entorpecimiento del acceso a las informaciones y conocimientos, la obstaculización de los contactos personales entre los ciudadanos, la criminalización de toda crítica, etc.
A pesar de mi corta experiencia personal, sí he podido constatar la importancia que la Revolución Bolivariana da a la información y a la comunicación, a la creación de autoconciencia. Tras el primer paso de la alfabetización, y con los grandes medios impresos y audiovisuales del país en manos de una oposición visceral a Chávez, esto es, al socialismo, el Gobierno bolivariano se ha lanzado a la creación febril de innumerables medios locales. Proliferan pequeños periódicos, revistas, folletos, etc.; radios y televisiones distribuidas por todas los pueblos y ciudades del país. Las numerosas Universidades Bolivarianas, de titularidad pública, tienen todas su Facultad de Comunicación. En ellas se está formando la generación de comunicadores de la nueva cultura, los profesionales que contribuyen a la ampliación de conciencia de sus conciudadanos, y, por ende, a su emancipación material y espiritual. Parece, pues, que el Gobierno Bolivariano se ha tomado muy en serio la necesidad de convertir la conciencia revolucionaria en conciencia dominante.