Traducción Susana Merino
Para quién vive, trabaja o frecuenta asiduamente países como Túnez y Egipto, independientemente de cuales fueren las propias orientaciones políticas es casi una constante darse cuenta de la enorme divergencia existente entre la realidad que se vive y la realidad que de estos países transmite la mayor parte de los medios occidentales. La distancia existente entre la realidad y su representación es ciertamente algo fisiológico.
Cuando se describe se selecciona, se elige, se aíslan hechos o acontecimientos que en los pliegues de la vida se hallan entrelazados y mezclados en una complejidad que ninguna descripción ni ningún relato podrá reconstruir nunca íntegramente. Aún en el caso de un país en guerra es evidente que, para los seres humanos que se encuentran involucrados, no todo es guerra y dolor: una sonrisa aflorará en los labios de alguien, los amantes seguirán besándose, los niños continuarán jugando. Y sería verdaderamente absurdo acusar de infidelidad a los hechos a quien, dedicado a informar y a contar los acontecimientos, omitiera recordar las sonrisas, los besos de los amantes y los juegos de los niños.
También es posible y además necesario distinguir entre buena y mala información, entre descripciones correctas y falsas de la realidad y el léxico nos ofrece una amplia gama de términos para poder establecer esa diferencia. Además de la pura y simple modificación de los hechos, existen otras formas de producir visiones distorsionadas de la realidad: la manipulación de las informaciones, el uso intencional de clichés arraigados, la demagogia. De modo que si en algún país un enfrentamiento violento, pero aislado, entre fuerzas políticas opuestas provocase la muerte de algunas personas, sería en todo caso falso hablar de guerra civil.
Del mismo modo y deslizándonos hacia lo banal, si el cliché «mafia y espaguetis» fuera usado por alguien como criterio para describir la naturaleza de todos los ciudadanos italianos, sería correcto considerar este juicio como superficial y deshonesto.
El ejemplo es ciertamente banal y sin embargo es así, mediantes clichés banales de este tipo, como se ha venido alimentado durante décadas el imaginario occidental sobre el mundo árabe como consecuencia de los manipuladores intereses de algunos y/o de la pereza intelectual de otros. Tras el 14 de enero de 2011, fecha de la caída del régimen de Ben Ali en Túnez, parecía que el muro de goma levantado por la demagogia, por los estereotipos y las superficiales inercias mentales se hubiera licuado de golpe para descubrir la realidad que siempre se había escondido detrás de él. Basta con volver sobre los periódicos y las emisiones televisadas del 15 de enero de 2011 y compararlos con los de los días y de los meses precedentes para darse cuenta de cómo, de un día para otro, todo lo que anteriormente era «verdad» aparecía de pronto como falso. La grieta informativa se abrió inevitablemente con la revolución tunecina, pero duró poco y a dos años de aquel 14 de enero, se diría que el muro de goma se ha cerrado nuevamente con los mismos clichés y la misma demagogia.
Esto sucede un poco en todas partes, pero el panorama mediático italiano es todavía un poco más opaco que el de países como Francia, por ejemplo, que pueden disponer, por distintas razones, de informaciones menos estériles y menos deformadas por los estereotipos. El achatamiento del imaginario colectivo en torno a clichés prefabricados está tan difundido que hasta resulta divertido ver como los amigos y los conocidos que llegan a Túnez se sorprenden de encontrar un país en donde prevalece sobre todo la variedad de contextos y de situaciones y no el imaginado escenario impuesto por los medios, integrado por salafistas y mujeres totalmente veladas.
Si observar la sorpresa de quienes descubren la diferencia existente entre la realidad y su representación puede suscitar cierta hilaridad, produce en cambio amargura tener que reconocer que a inducir esta clase de imaginario colectivo contribuyen también órganos informativos tradicionalmente ubicados en la «izquierda». Todo esto tiene que ver de manera específica con algunos artículos recientemente aparecidos en Il Manifesto y firmados por nombres destacados como Giuliana Sgrena y Annamaria Rivera. En el primer caso se trata de un artículo publicado el 30 de diciembre y cuyo elocuente título es: «Los islamistas desencadenados sobre la identidad religiosa. Nuevas leyes y amenazas de violencia y violación». Transformando casos aislados en hechos emblemáticos, la Sgrena reproduce rancios estereotipos, banaliza y simplifica más allá de la desmesura una realidad extremadamente más compleja y estratificada. En el artículo la situación tunecina y la situación egipcia son además presentadas como idénticas y evidentemente solo las vuelve similares la matriz islámica de ambos gobiernos. En realidad ni la historia ni el contexto político de los dos países permiten realizar dicha equiparación, a menos que se quiera repetir la imagen «nocturna» que se tenía del mundo árabe y musulmán, en virtud de la cual, precisamente, todos los gatos son pardos. Hechos aislados, innegablemente graves, aparecen como normales y en consecuencia la Sgrena cita el caso, por otra parte ampliamente difundido por todo los medios, de la manifestante de la plaza Tahrir arrastrada violentamente por policías que la desnudan hasta del sujetador. Y qué decir asimismo de las informaciones que parece conocer sólo la Sgrena, según las cuales los Hermanos Musulmanes serían «los garantes del apoyo económico a favor de las mutilaciones genitales femeninas». Que la violencia y el abuso con las mujeres son práctica corriente por parte de las policías de Egipto y Túnez quedaría demostrado, según la Sgrena, por otro hecho sucedido esta vez en un barrio residencial de la periferia de Túnez, en el que una joven que se hallaba en un automóvil con su compañero fue violada por tres policías.
Sobre este caso se detiene también Annamaria Rivera, en un artículo aparecido igualmente en Il Manifesto el 16 de enero y titulado «Túnez, amargo aniversario». El caso, sucedido el pasado setiembre, se hizo famoso porque los policías acusados denunciaron a su vez a la muchacha por haber realizado actos obscenos en un lugar público. Le siguió luego un proceso en que la joven fue absuelta y los policías definitivamente condenados. Lo que tanto Sgrena como Rivera omiten contar es que en Túnez la indignación colectiva fue imponente y que delante de los tribunales se concentraron miles de personas en apoyo de la muchacha. Más que las convocatorias internacionales, como sostiene Annamaria Rivera, fue la reacción de la sociedad civil tunecina la que determino el éxito del proceso. Una reacción y una capacidad de movilización que merecen ser subrayadas y que serían deseables aún en países no musulmanes como los nuestros, en los que los casos de violencia y de abuso sobre las mujeres se repiten todos los días y a menudo ante la indiferencia general.
En su artículo la Rivera se extiende y cita otro hecho, difundido en Facebook y cuya falsedad quedó enseguida demostrada, protagonizado por dos jóvenes a los que se habría detenido y condenado a dos meses de cárcel por haberse dado un beso en la calle. En este caso el error no reside solo en difundir una falsedad sino también en consignar solo media noticia. A continuación de esa falsa información, extendida en la red como una mancha de aceite, centenares de personas se reunieron en una plaza en el centro de Túnez para darse un beso colectivo, sin que generase represión alguna por parte de la policía.
Concentrándose únicamente en Túnez, Rivera insiste justamente sobre la difícil situación económica, el aumento de la desocupación y el alza de los alimentos derivada de la alta inflación. Esos datos son innegables, pero describir el aniversario de la revolución como un funeral es absolutamente desorientador, de la misma manera que nos parece snobismo intelectual considerar que la «conquista del bla-bla», es decir del «placer de conversar libremente, de hablar de todo y de cualquier cosa sin sentirse espiado»- cita que la Rivera rescata de un conocido periódico tunecino en red- es muy poca cosa. Merece citarse igualmente otro periódico en línea, Mag 14, que, como el conocido Nawaat citado por Rivera, ha sido creado por un grupo de jóvenes periodistas: «Dos años después de la fuga del dictador, la sociedad civil tunecina se halla en estado de ebullición. Intelectuales y jóvenes publican artículos vitriólicos, critican a los ministros y a las fuerzas del orden, denuncian la corrupción, generando una dinámica que Túnez no conoció ni aún en el momento de la Independencia. Se trata de golondrinas anunciadoras de una verdadera primavera que aún debe llegar, pero cuyas primeras flores comienzan a abrirse, en medio de la discreción y de la confusión general. Aunque sólo fuese por esto, viva la Revolución».
Para evitar eventuales equívocos, es evidente que no se trata de defender ni al gobierno de los Hermanos Musulmanes en Egipto ni al de Nahda en Túnez, partidos que siguen alineados con las clásicas recetas neoliberales, demostrando su incapacidad para resolver las graves injusticias y desigualdades sociales que fueron la primera causa de las revoluciones. La crítica a los gobiernos, justa y necesaria, no puede limitarse, sin embargo, a la oposición binaria laico-religioso y menos aún a la idea de que la ola revolucionaria iniciada el 14 de enero de 2011 no ha dejado ninguna huella y no ha llevado a ninguna parte, salvo a un simple cambio de poder. Entre el 26 y el 30 de marzo se desarrollará en Túnez el 12° Foro Social Mundial y Annamaria Rivera concluye el artículo con la esperanza de que este evento no sea utilizado por el nuevo gobierno para lavar su imagen y legitimar su gestión. Para que esto no suceda es sobre todo necesario que quien se ocupa de informar y de relatar, por oficio o por vocación, lo haga con el necesario rigor y sin reproducir viejos clichés que tanto daño han causado ya en el pasado.
Original italiano: http://nena-news.globalist.it/Detail_News_Display?ID=48001&typeb=0&Rivoluzioni-arabe-e-cliche
Traducción francesa: http://nawaat.org/portail/2013/01/18/revolutions-arabes-et-clichees/