En su nuevo libro Contra la neutralidad (Editorial Península), el periodista Pascual Serrano dedica capítulos a los periodistas John Reed, Rodolfo Walsh, Edgar Snow, Robert Capa y Ryszard Kapuściński. Del segmento dedicado a este último hemos escogido algunos fragmentos que nos parecen muy oportunos en relación con el modo en que los medios de prensa occidentales miran a Cuba y en general al Tercer Mundo.
Kapuściński coloca en el primer plano del reportaje al ser humano y en torno a él relata los acontecimientos. Lo señala claramente en su libro Lapidarium: «Mi tema principal es la vida de los pobres». Lo volvió a repetir en uno de sus últimos encuentros públicos tres meses antes de su muerte, en la ciudad italiana de Bolzano, en un desayuno con estudiantes de secundaria: «Si soñáis con ser periodistas no podéis ignorarlos. Los pobres constituyen el ochenta por ciento de la población de este planeta»[1]. Lo repetiría siempre que se dirigía a los profesionales de la comunicación:
La mayoría de los habitantes del mundo vive en condiciones muy duras y terribles, y si no las compartimos no tenemos derecho -según mi moral y mi filosofía, al menos- a escribir.[2]
En Lapidarium IV Kapuściński relata una anécdota sucedida en 1999 en una aldea en el Kosovo invadido por la guerra para mostrar la cara opuesta al periodismo que él propugna:
De un helicóptero baja un equipo de la NBC. Y lo hace como si de un desembarco de paracaidistas se tratara: a toda prisa, sin miramientos, con ufanía y arrogancia. Los hombres descargan auténticas pirámides de cajas y, febriles, disponen sus trípodes y cámaras.
Durante todo el tiempo en que se prolonga la operación, no paran de ahuyentar a unos niños que, curiosos, se apiñan a su alrededor. Dan órdenes contundentes a los policías que los acompañan y, decididos, se ponen manos a la obra. De la multitud de pobres y asustadas gentes que se han congregado a un lado, sacan a codazos a una mujer. Ésta llora, se arregla el pañuelo sobre la cabeza, con gestos nerviosos acuna al niño que lleva en brazos y, entre sollozos, balbucea algo incomprensible; ellos filman toda la escena, que dura unos minutos. A continuación sacan a otra mujer y, luego, a un campesino desdentado (tiene que ser desdentado: no filmarán a nadie que tenga dientes).
Una vez terminado el rodaje, recogen los bártulos sin perder un instante, meten sus trípodes y cámaras en las cajas, y se sientan sobre ellas; consultando cada dos por tres el reloj, miran el cielo a ver si por fin se acerca el helicóptero. Ni una sola palabra a esa buena gente que los ha rodeado. Ni siquiera se les ha pasado por la cabeza preguntarles si tenían permiso para estar allí y para hacer algo. Ni un solo gesto de cordialidad, ni un solo intento de entablar un contacto. Únicamente desdén, soberbia y rabia. Un nuevo señoritismo. Nuevos colonialistas.[3]
El periodista no duda en interpretar para que el lector pueda comprender la realidad. En Irán los estadounidenses derrocaron a Mossadegh, ¿era comunista? Así de sencillamente lo explica Kapuściński:
Eisenhower lo acusa de comunismo aunque Mossadegh sea un patriota independiente y enemigo de los comunistas. Pero nadie quiere escuchar sus explicaciones porque los patriotas de los países débiles parecen sospechosos a los ojos de los poderosos de este mundo.[4]
Incluso en los años en que el idealismo socialista de su país entra en crisis afectando a toda su generación, «Kapuściński no reniega de la postura que ha mantenido hasta entonces: la pasión, el compromiso, la voluntad de participar y la lucha».[5]
Desde aquel momento aprovechó cada oportunidad para ser portavoz de los olvidados de la historia. Por ejemplo un programa de la televisión polaca donde dijo:
Ahora somos seis mil millones y cada año nacen cien millones de personas. Nuestra sociedad mundial vive como si hubiera dos civilizaciones: una es la civilización del desarrollo y del bienestar, en la que hay unos 500 millones de personas; la otra es la civilización de la supervivencia. Esta desigualdad en la que vive la sociedad contemporánea, nuestra familia humana entera, es un problema que tendremos que solucionar en el siglo XXI, porque las contradicciones de ese tipo despertarán inquietud, provocarán conflictos, son una amenaza seria para la paz mundial. En este momento, los setenta y tres conflictos militares que hay en el mundo tienen lugar todos en el llamado Tercer Mundo, en el mundo de los pobres. La pobreza produce inquietud, violencia, frustración y rebelión. Por eso el sentido común del mundo, el de aquéllos que se preocupan por el mundo, el de los que pueden decidir sobre la división de las riquezas, y también el simple instinto de conservación, motivarán y guiarán a esas personas para que los recursos de la humanidad se repartan de manera justa. Sólo tenemos un planeta y debemos conocernos, ser tolerantes, comprendernos, debemos vivir de tal forma que podamos sobrevivir, porque sólo gracias a la comprensión y la tolerancia es posible la supervivencia. Ya he escrito antes sobre esto y quiero seguir haciéndolo…[6]
Kapuściński tuvo claro que su objetivo era dar la voz a los pobres:
Me identifico con los «humillados y ofendidos», entre ellos me encuentro a mí mismo. Y deseo que mi voz sirva para hablar de sus intereses. Es que siempre olvidamos que vivimos en un mundo de gente hambrienta, descalza, enferma, sin perspectiva alguna. Europa, Estados Unidos y un corto etcétera no son más que islotes de relativo bienestar. A mí en cambio me interesa ese mundo que tiene vetado el acceso a la mesa puesta y llena de manjares. Lo tiene vetado ahora y lo seguirá teniendo en el futuro. La vida de esta gente, su pobreza, su humillación y su frustración es lo que me llega más hondo… Por eso mi mirada es un tanto distinta, en el sentido de que cuando llego a África o a Asia soy incapaz de preocuparme por el psicoanálisis o por cosas así. Sólo puedo pensar en que tres cuartas partes de la humanidad llevan una existencia tan miserable que lo único que les interesa es qué comerán el día siguiente, cuando se despierten sin divisar ninguna perspectiva de mejora. Ésta es mi mirada.[7]
Esta anécdota del periodista sirve para comprender su indignación:
Regresamos a Addis Abeba. Al día siguiente volé a Europa, y aterricé en Roma. Como lucía una espléndida tarde de verano, la piazza Navona era un hervidero de gente que, en medio de los muchos cafés y restaurantes, rezumaba alegría, disfrutando de la música y de la buena comida. A mí, en cambio, me corroía la imagen que había visto antes de subir al avión. He aquí el drama del mundo contemporáneo: las personas de la piazza Navona jamás sabrían en qué condiciones viven sus congéneres que se encuentran tan sólo a dos o tres mil kilómetros de distancia. Yo les había sacado un montón de fotografías: las ampliaciones no mostraban sino esqueletos cubiertos por la piel. Hombres de treinta años parecían tener sesenta o setenta; unos ancianos que morirían en masa al cabo de poco tiempo. Las mujeres del campo cubrían sus cuerpos con sacos de la ONU, aquellos a los que llegaba el maíz. Existencias vividas en dos mundos tan diametralmente opuestos plantean, a mi entender, la obligación moral de hablar de ellas.[8]
La experiencia de vivir este contraste, separado apenas por unas horas de avión, la viven todos los días los periodistas y también los turistas corrientes del primer mundo, sin embargo la indiferencia con la que asumen esas desigualdades es tan habitual como preocupante.
Y es que Kapuściński no duda en tomar partido, en este caso por los líderes del Tercer Mundo:
En estas páginas pretendo defender a Ben Bella, como también defenderé a Bumedián. Ben Bella no fue «el demonio» de la precipitada, nerviosa y demagógica declaración del 19 de junio, como Bumedián tampoco fue «el reaccionario» de un artículo de Unitá. Ambos son víctimas del mismo drama que viven todos los políticos del Tercer Mundo cuando son honestos, honrados y patriotas. Fue el drama de Lumumba y de Nehru, y es el drama de Nyerere y de Sékou Touré.[9]
Su amigo Jerzy Nowak relata cómo la idea del sacrificio y la inmolación se convierte en una obsesión de Kapuściński, se trataba de compartir la vida trágica de los más desgraciados. Eso le llevó a América Latina, donde quedó fascinado por sus revoluciones y la historias de sus protagonistas. Todo ello lo refleja de forma especial en el texto «Guevara y Allende». La pregunta de un lector en un acto público, que le pidió que comparase la figura de Salvador Allende con la del Che Guevara y dijera quién de los dos tiene razón le sirve de soporte para presentar el espíritu de las luchas latinoamericanas y el contexto en el que surgen.
Todo joven latinoamericano crece rodeado de un mundo corrupto. Es el mundo de una política hecha por y para el dinero, de la demagogia desenfrenada, del asesinato y el terror policial, de una plutocracia implacable y derrochadora, de una burguesía ávida de todo, de explotadores cínicos, de arribistas vacuos y depravados, de muchachas empujadas a cambiar fácilmente de hombre. El joven revolucionario rechaza ese mundo, desea destruirlo, y antes de que sea capaz de hacerlo quiere contraponerle un mundo diferente, puro y honrado, quiere contraponerle a sí mismo.
El discurso de la equidistancia es esgrimido habitualmente por muchos periodistas y el resultado es un periodismo superficial, epidérmico. Algunas veces las razones son obvias, pero nunca se plantean en las informaciones periodísticas:
Hay quien pregunta por qué en el Congo se pega a los blancos. ¿Cómo que por qué? Porque los blancos han pegado antes a los negros. He aquí el círculo cerrado del desquite. No hay más que explicar.[10]
En otras ocasiones, los razonamientos deben ser más complejos. El texto «Por qué mataron a Karl Von Spreti»[11] es un ejemplo de cómo un acontecimiento periodístico merece presentarse al lector con los suficientes elementos para poder comprenderlo. Trata del secuestro y asesinato en Guatemala por parte de la guerrilla del embajador alemán en 1970. Kapuściński expone su alegato contra el hipócrita mito de la equidistancia periodística:
Después de la muerte de Karl von Spreti, en la prensa europea aparecieron varios comentarios que intentaban explicar por qué los guerrilleros habían matado al embajador. Dichos comentarios estaban encabezados por títulos semejantes: «Terror contra terror», «La violencia engendra violencia», etcétera. Pues bien, estas formulaciones son intrínsecamente erróneas, ya que no se puede colocar en el mismo nivel el bestial terror de MANO y NOA [grupos paramilitares fascistas ligados al gobierno de Guatemala], y la lucha de unos hombres que tienen que matar porque quieren vivir y que tienen que secuestrar porque sólo de esta manera pueden intentar salvar a docenas de presos de la tortura y una muerte atroz. Son dos situaciones incomparables.[12]
Una pequeña anécdota le sirve de ejemplo para exponer la mentalidad capitalista de quienes reivindicaban la democracia para la Unión Soviética.
En mi último viaje a Moscú, quería encontrarme con una demócrata que conocí en otros tiempos. Y ella exigió dinero por esta cita… Quería cobrar por expresar sus opiniones porque ella ya era una capitalista y le interesaba ganar dinero: es así como esta mujer entiende el capitalismo. Casos como éste, de una confusión total de conceptos, nociones y categorías, abundan en toda Rusia.[13]
Kapuściński criticó en numerosas ocasiones el modelo periodístico dominante:
Los medios de comunicación han creado una imagen del mundo que dista mucho de la realidad: nos muestran un mundo atrapado por la política, sumido en el caos y completamente desligado de la perdurabilidad, es decir, de todo aquello que ataña a los llamados agentes sociales, a actitudes, mentalidad y problemas cotidianos de las personas de a pie, que constituyen el noventa y nueve por ciento de cualquier sociedad.[14]
En su obra enumera diversas situaciones en las que domina la desinformación, sobre todo en algunas de las crisis en las que Kapuściński asistió como testigo, por ejemplo en Tanzania.
La prensa occidental ha intentado extender el rumor de que al frente de la revolución había oficiales cubanos, e incluso de que en la capital de Zanzíbar se ve a militares de lengua hispana. Se trata de invenciones disparatadas.
(…) La ciudad no ha sufrido una gran destrucción, y las cifras de muertos y heridos que ofrece la prensa occidental son exageradas.[15]
En otras ocasiones su indignación es por el silencio informativo ante tantas injusticias.
¡Cuánto silencio emana de los países poblados de cárceles llenas a rebosar! Sobre el país de Somoza, ni una palabra; sobre el país de Duvalier, ni un palabra.
(…) Sería interesante que alguien investigara en qué medida los sistemas de comunicación de masas trabajan al servicio de la información y hasta qué punto al servicio del silencio. ¿Qué abunda más: lo que se dice o lo que se calla? Se puede calcular el número de personas que trabajan en publicidad. ¿Y si se calculase el número de personas que trabajan para que las cosas se mantengan en silencio? ¿Cuál de los dos sería mayor?
En Guatemala, cuando sintonizo una emisora local de radio y sólo oigo canciones, anuncios de cerveza y una única noticia del mundo: que en la India han nacido hermanos siameses, sé que esa emisora trabaja al servicio del silencio. [16]
Por otra parte, una de las cuestiones que duele a Kapuściński es cómo la información se ha convertido en un mero espectáculo que no provoca ninguna reacción en las audiencias por mucho que existan razones para la indignación.
Ese rasgo de la naturaleza humana lo captó de manera genial Boleslaw Micinski, que condenaba la actitud del «¡Qué curioso!». Si reaccionamos ante el mal con un «¡Qué interesante!», entonces -según él- estamos cometiendo un atentado contra la ética, porque lo reducimos todo a un espectáculo, a teatro.[17]
Una rabia similar expone cuando intenta explicar el conflicto arabe-israelí:
Más tarde, en el metro de París, en un autobús de Londres y en un café de Viena, la gente lee que en… (aquí un nombre extraño y difícil) unos fedayines han matado (aquí el número de muertos, a veces sus nombres) tras lo cual se han hecho saltar por los aires. Y al día siguiente, que la aviación (o la artillería, o la marina de guerra) israelí ha bombardeado… (aquí un nombre extraño y difícil) matando a… (aquí el número de muertos, a veces también de heridos). Pero como todo ocurre tan lejos y los nombres propios resultan tan difíciles de recordar, la gente lo olvida todo enseguida, tanto más cuanto que al salir a la calle y echar un vistazo a los escaparates, al cabo de un rato se ve impelida a pensar en algo muy diferente y hasta decir en voz alta:
– Vaya, otra vez ha subido todo.[18]
Para Kapuściński
Todo el lado humanista de nuestra escritura de reporteros radica en el esfuerzo por transmitir la imagen del mundo auténtica, verdadera, y no una colección de estereotipos. (…) Mucho me temo, sin embargo, que todo lo que nos rodea, en especial los medios de comunicación, actúa y avanza en dirección contraria: hace lo posible por fijarlos.[19]
Notas
[1] Kapuściński, Ryszard. Dalem glos ubogim [He hablado por los pobres]. No está editado en español. En italiano Ho dato voce al povreri. Dialogo con i giovani, Trento, Il margine, 2007
[2] Kapuściński, Ryszard. Los cinco sentidos del periodista, México DF, Fondo de Cultura Económica, 2004
[3] Kapuściński, Ryszard, Lapidarium IV, Barcelona, Anagrama, 2003
[4] Kapuściński, Ryskard. El Sha, Barcelona, Anagrama, 2009
[5] Nowacka, Beata y Ziatek, Zygmunt. Kapuściński. Una biografía literaria, Madrid, Bibliópolis, 2010
[6] Moj slad [Mi huella]. Kapuściński, Ryszard,Programa producido por RGB para la primera cadena de televisión pública polaca, 1999. Citado en Nowacka, Beata y Ziatek, Zygmunt. Kapuściński. Una biografía literaria, Madrid, Bibliópolis, 2010
[7] Broxoxowski, Tomasz. «Considero perdido el tiempo que no empleo en la escritura». Swiat Literacki. Junio 1992. Citado en Kapuściński, Ryszard. El mundo de hoy. Retrato de un reportero, Barcelona, Anagrama, 2004
[8] Manne, Robert. «¿Cómo un periodista polaco se ha convertido en un escritor internacional?». Quadrant, nº 12, 1995. Citado en Kapuściński, Ryszard. El mundo de hoy. Retrato de un reportero, Barcelona, Anagrama, 2004
[9] Del capítulo «Argelia se cubre el rostro», incluido en La guerra del fútbol, Barcelona, Anagrama, 1992
[10] Kapuściński, Ryszard, La guerra del fútbol, Barcelona, Anagrama, 1992
[11] «Por qué mataron a Karl Von Spreti». Incluido en Ryszard, Kapuściński. Cristo con un fusil al hombro, Barcelona, Anagrama, 2010
[12] «Por qué mataron a Karl Von Spreti». Incluido en Ryszard, Kapuściński. Cristo con un fusil al hombro, Barcelona, Anagrama, 2010
[13] Weglarczyk, Bartosz. «El desbocado tren del imperio». Gazeta Wyborcza. 18 y 19-5-1996. Citado en Kapuściński, Ryszard. El mundo de hoy. Autoretrato de un reportero, Barcelona, Anagrama, 2004
[14] Gorecki, Wojciech. «El reportaje y la permanencia». Res Publica Nova. Nº 7-8. 1993. Citado en Kapuściński, Ryszard. El mundo de hoy. Autoretrato de un reportero. Anagrama. Barcelona, 2004
[15] Citado en Nowacka, Beata y Ziatek, Zygmunt. Kapuściński. Una biografía literaria, Madrid, Bibliópolis, 2010
[16] Kapuściński, Ryszard, Cristo con un fusil al hombro, Barcelona, Anagrama, 2010
[17] Kapuściński, Ryszard, Lapidarium III,
[18] «Fedayines». Incluido en Kapuściński, Ryszard. Cristo con un fusil al hombro, Barcelona, Anagrama, 2010
[19] Lebecka, Magdalena. «Pensar bien del mundo y de las personas». Kresy, nº 17, 1994. Citado en Kapuściński, Ryszard. El mundo de hoy. Autoretrato de un reportero. Anagrama. Barcelona, 2004.
Fuente original: http://lapupilainsomne.wordpress.com/2012/02/02/ryszard-kapuscinski-la-voz-de-los-sencillos/