Las voces de lo medios y de los círculos financieros frente a la construcción social y política de soluciones. Acostumbramiento mundial a la pauperización universal de las condiciones de vida.
Merece señalarse que en los últimos meses resulta llamativo el casi nulo tratamiento que la Crisis Financiera Internacional ha concitado en los grandes medios de prensa. También cabe apuntar que lo poco que se trata sobre el tema viene marcado con una inexplicable dosis de optimismo.
Esta percepción -no deja de serlo en virtud de la carencia de instrumentos que permitan una medición concienzuda- merece su observación y también algún tipo de análisis que intente explicar sus razones.
Suele sostenerse -con razón- que la solución a un problema surge inmediatamente de un buen planteo del mismo. Ese precepto -que se sostiene desde la lógica- tiene que ver con la construcción de discursos pero también con la comprensión a priori de que la complejidad del texto construido será directamente proporcional a la cantidad de variables implicadas en el problema que se desea describir.
Empecemos por el final: ¿Qué significaría solucionar la crisis internacional? Pues bien, significa que debería encontrarse -construirse- un texto que represente la totalidad del problema y, para tal fin, que concatene lógicamente la totalidad de las variables implicadas.
Ahora bien, si se acepta que la crisis internacional tiene al menos -ni siquiera estamos seguros de eso- tres grandes pilares -financiero, ecológico y energético- el planteo del problema debería pasar por piezas discursivas que abarquen -hasta dónde se puede vislumbrar- la revisión de los modos de producción capitalista en una forma acorde con el desenvolvimiento de la naturaleza y basado en la explotación eficiente y racional de los recursos energéticos. Así dicho suena -y lo es- algo utópico esperar de inmediato la aparición de un discurso unificador.
Una complicación más radica en que la solución descripta debe ser implementada en un tiempo acotado porque, mientras más se demore, la gente afectada -población mundial- sufrirá las consecuencias de la pérdida de empleos, los males derivados de la degradación del medio ambiente y la carencia de potencial para desarrollar sus actividades. Mucho se ha hablado ya de esos males.
El tema es complejo, su comprensión total rebasa la capacidad individual y sólo la construcción social de discursos parciales proporcionará los elementos constitutivos de un planteo claro, que conlleve propuestas de soluciones.
Para citar un ejemplo, el discurso inserto en la teoría de la relatividad general requirió que un emergente social, Albert Einstein, unificara todos los saberes de la física y la matemática desarrollados anteriormente. Ese esfuerzo, en términos universales, exigió a la humanidad «un millón» de años de pensamientos expresados en discursos.
Los textos de Einstein -ecuaciones- requirieron que el físico alineara treinta y tantos cuadernos para que cupieran con legilibilidad. Fue necesario el trabajo posterior de muchos matemáticos para condensar el texto original.
Lamentablemente, la crisis financiera internacional dista mucho de ser un problema matemático. Es un problema social con algunos aspectos evidentes, sazonados con variables cuasi infinitas. Intereses creados difíciles de romper, miserias humanas perennes, impericia de los gobiernos y la lista puede seguir hasta el fin de los tiempos.
Los medios de prensa no escapan a esa lógica. Deben ser «optimistas» para evitar que el pánico agrave el problema, pero carecen de (o niegan) elementos para articular textos sólidos y descartan muchos discursos en protección de sus intereses corporativos -¿dónde están Marx, Engels, los fisiócratas o el mismo Adam Smith, por ejemplo?-. No hay construcción de discursos, no hay respuestas; se niegan las alternativas, obviamente no hay «mano invisible» -no existe- pero sí hay una crisis.
La prensa corporativa expresa la hegemonía de las finanzas y descarta todo lo demás: la temperatura de la crisis se mide en el humor de las bolsas y las noticias puntuales sobre datos sueltos e inconexos. Hay que ser muy miope para no darse cuenta de que las últimas declaraciones sobre el presunto final de la crisis sólo pueden emitirse desde la solitaria óptica financiera. Así, las respuestas que se ensayan son parciales y ya se sabe que las soluciones parciales nunca son solución.
Las respuestas que se están dando con relación a la crisis son mínimas. Poco se dice -y es en medios alternativos- acerca de que los planes de rescate de Barack Obama -¿o de Henry Poulson?- basados en la emisión a escala industrial de dólares han depreciado su valor en forma creciente. Que a raíz de semejante hecho, China busca desprenderse de esa moneda, adquiriendo bienes en todo el mundo y financiando -mientras aún se pueda con ellos- gigantescas obras de infraestructura.
Tampoco se recuerda -y debería hacerse todo el tiempo- que la crisis comenzó por el desprecio de las economías reales (trabajo humano liso y llano) frente a la ganancia fácil y virtual de las finanzas. Más amnesia aparece a la hora de rememorar que la crisis fue originada en los países «desarrollados» y exportada con furia a los más «atrasados».
¿Cuáles son las medidas concretas para frenar el deterioro del ecosistema? ¿Es la construcción de más usinas nucleares la solución al problema energético? Quienes deciden estas cuestiones están agrupados en las mismas organizaciones minoritarias que no previeron la crisis: el G-7; el G-8; el G-20; el Consejo de Seguridad de la intrascendente ONU; el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Si Gran Bretaña propone incrementar la carga impositiva a los sectores más privilegiados entonces los medios se apuran a hablar de «guerra de clases» en sus titulares (¿?).
Si Barack Obama hace lo que hace con las empresas radicadas en el exterior de Estados Unidos, las corporaciones hablan de crear «un frente unido frente a los ataques del ejecutivo (¿?)».
Si en Argentina se intenta recaudar parte de la renta extraordinaria sojera, los sectores patronales del agro y los medios de comunicación amenazan con «incendios generalizados».
En resumen, es imposible construir el texto de «solución apropiada» si los «intereses precrisis» insisten con los discursos que llevaron a ella y silencian cualquier visión que amenace en algo a sus rentas. Así que no es de extrañarse que se apunte a la desinformación y al acostumbramiento mundial a la pauperización universal de las condiciones de vida.