¿Se imaginan una televisión sin series de ficción blandas y familiares, realitys, talk- shows, concursos millonarios o sobredosis futbolística? O aún mejor: ¿Se imaginan una televisión sin ningún contenido del corazón? Los programadores, al menos de las cadenas generalistas, NO. La razón es una olla podrida donde se cuecen intereses contrapuestos: «La Audiencia», que existe […]
¿Se imaginan una televisión sin series de ficción blandas y familiares, realitys, talk- shows, concursos millonarios o sobredosis futbolística? O aún mejor: ¿Se imaginan una televisión sin ningún contenido del corazón? Los programadores, al menos de las cadenas generalistas, NO. La razón es una olla podrida donde se cuecen intereses contrapuestos: «La Audiencia», que existe por obra y gracia de ese invento del demonio llamado audímetro.
En España hay 3. 305 audímetros repartidos por comunidades de la siguiente manera: Cataluña y Andalucía son las primeras con 440 aparatos en cada Comunidad. Les sigue Madrid con 355 y 310 para Valencia. País Vasco, Galicia y Castilla-La Mancha poseen otros 300 cada una. Los otros 560 restantes se reparten entre las otras 10 comunidades autónomas que suman el estado español.
Uno de los momentos más surrealistas en torno a esto de las audiencias es cuando el predicador televisivo de turno dice aquello de: «Gracias por vuestra fidelidad, ayer hicimos un tropecientos por ciento de audiencia y os lo debemos a vosotros». ¿De verdad se lo deben a «ellos» o más bien a SOFRES y a los más que cuestionables audímetros? ¿Conoce Javier Sardá la cara, trabajo, hábitos y gustos de un tipo que en pleno zapeo compulsivo se queda con los insultos de su rentable late night? Lo dudo. Como dudo que nadie de mi entorno y muchos de mis lectores conozcan a una sola persona que tenga el aparatito en casa. Yo, al menos, no sé de nadie que lo tenga (ni siquiera que se lo hayan propuesto) y le pase información a los tan reputados medidores.
Será que soy y tengo amigos muy elitistas, pero no me imagino a alguno de mis amigos permitiendo que entre en su piso el aparato. Ni borrachos. ¿Se imaginan a un catedrático de ética, un arquitecto, un médico, un escritor, un científico o un pintor con el audímetro en su casa? No, ¿verdad? A mí, al menos ni se me pasa por la cabeza. Les daría la risa sólo de pensar en ser dependientes del mando y la tele. El caso es que la gente con ese perfil queda descartada de las mediciones. No vale. No cuenta. No son fieles devotos.
Hablemos claro: esa cacareada fidelidad, ese no poner los cuernos con la competencia, depende de gente que acepta el embrollo de tener en casa el bicho y de trabajar para él, con puntualidad y eficacia. De lo contrario, en SOFRES los llamarán muy mosqueados y les darán el toque correspondiente. ¡A ver qué cachondeo iba a ser ese!
¿De verdad se cree alguien que ese individuo que acepta vivir con un medidor representa a todo un país? A mí, desde luego, ni de lejos. Pongamos (por poner una cifra alta) que 6000 señores como este (frente a los millones de televidentes) son los que deciden las audiencias. No me extraña, en ese caso, que sinónimo de share sea cutrerío.
¿Hay algún medidor que distinga entre VER y MIRAR la tele? El público del cine o del teatro sí es fiel de verdad porque paga por VER una película o una obra en cuestión. La tele, en cambio, esa pecera de colorines y sonidos, sólo se MIRA la mayor parte del tiempo y miente el que diga lo contrario. Me parecen dos cosas muy diferentes que los que mandan no tienen (o no quieren tener) en cuenta. A excepción de los catalanes que emplean el verbo «mirar» para decir que están «viendo» la televisión, ¿no es sorprendentemente casual que TV3 sea la única televisión pública de contenidos respetables y cosecha a su vez de excelentes datos de audiencia?
Se habla, con ridículo orgullo, de la fidelidad del público y cualquier experto en marketing sabe que hablar de fidelidad ya crea fidelidad de por sí entre los espectadores menos rigurosos, blandos e influenciables. Sardá no da su discurso cada noche para agradecer a los espectadores del día anterior, sino para enganchar vilmente a los de esa noche. Nada es gratuito.
Sucede lo mismo con el taquillazo en cine que nadie puede perderse o con el best seller de turno que todos devoran religiosamente.
Perdonen que les ase a preguntas pero, ¿por qué tiene categoría de radiografía del telespectador lo que no es más que un muestreo de lo más limitado? ¿Es realmente independiente SOFRES? ¿Cómo se elige? ¿Por qué no hay modelos alternativos? ¿No se han estudiado, no son científicamente posibles? ¿Por qué en TVE el PSOE hace caso de los sistemas de medición que el PP aceptaba y que ellos aceptaron en la etapa felipista?
Todo este tinglado me parece un poco absurdo y al final de todas mis tribulaciones siempre me viene a la cabeza las mismas y ya definitivas preguntas: ¿A quién le interesa? ¿Al poder? ¿Quién lo tiene? ¿Los consejos de administración de las cadenas? ¿Las empresas multinacionales que se publicitan en la televisión y necesitan fiarse de un sistema concreto de medición y control de audiencias, aunque sea muy poco fiable? Dejando aparte los casos de retiradas de espacios por razones políticas (‘CQC’ o ‘El peor programa de la semana’), el caso es que ser rentable, existir en la tele o no existir, sigue dependiendo de un invento algo chanchullero. Algo huele a podrido en la parrilla.
Ustedes pueden seguir haciendo sus pronósticos en los foros del día sobre las audiencias. Elucubrar sobre si ‘Crónicas Marcianas’ pasará nuevamente la barrera de los dos millones de espectadores? Pero sepan que en realidad, lo que están diciendo esos datos es que ‘Crónicas’ tuvo exactamente 153 audímetros conectados durante su emisión. Cada señor que aprieta el audímetro representa a 13000 españoles más. Esos son los datos. ¿Se sabe el número exacto de terroristas que hay en el país? ¿Y si cada comando terrorista de 5 ó 6 personas tuviese un audímetro? En los pisos francos de estos seres podría gestarse el terrorismo audiovisual del siglo XXI. Día a día atentan contra la dignidad humana. Sólo somos números a merced de una gran falacia, hasta el momento aceptada por todos. Hablamos de ética.
Si estas audiencias fueran ciertas (aquí expongo mi hipótesis) estamos condenados de por vida a soportar lo que una mayoría, cada vez más aborregada e inculta, nos imponga. No le quito la razón a la mayoría, sino que digo que es necesario que se instrumenten vías de hacer llegar el conocimiento a esas mayorías. La televisión pública debería proporcionar esto. La perdida intencionada de audiencia por parte del equipo de Caffarel se presenta idónea para tirar del rebaño en este sentido.
Concluyendo, niego rotundamente la credibilidad y el rigor de estos «virtuales» aparatos que se han convertido, por el pacto de caballeros de un buen puñado de comerciantes, en el rasero de medir todo lo que consumimos, tanto material como ideológicamente, y de inducirnos a ese consumo y que, de paso, provocan serias catástrofes en las empresas del audiovisual que no se ajustan estrictamente a lo «políticamente aceptable».
Share o no share, esa es la cuestión.