Cada día, los voceros del imperio nos sorprenden con un nuevo acto de propaganda goebbeliana. Una bomba mata a decenas de civiles, los representantes políticos llaman al apaciguamiento de las hostilidades, la «comunidad internacional» (ay, que me da la risa) envía ayuda humanitaria a los refugiados. Raros, yo no he visto ninguno, son los análisis […]
Cada día, los voceros del imperio nos sorprenden con un nuevo acto de propaganda goebbeliana. Una bomba mata a decenas de civiles, los representantes políticos llaman al apaciguamiento de las hostilidades, la «comunidad internacional» (ay, que me da la risa) envía ayuda humanitaria a los refugiados. Raros, yo no he visto ninguno, son los análisis en profundidad, y si alguno se les escapa, es para repetir punto por punto el boletín que el servicio de información militar ha distribuido previamente por las agencias. Se pretende descomponer la realidad, focalizando sobre la anécdota, la emoción producto del miedo del receptor a la violencia y a la muerte, desviar sus simpatías del agredido al agresor. Es un trabajo cuidadosamente planificado de desorientación intelectual, con objeto de impedir que el receptor divise la cadena de acontecimientos con perspectiva, anulando su capacidad de análisis y crítica. Pero si esto fuera poco, el individuo que no hubiera asimilado el mensaje oficial o que guardara intacta su autonomía psíquica, es directamente criminalizado y acusado de colaboración con el terrorismo.
La guerra depredadora imperialista castiga sobre todo y en primer lugar a la propia población, que las élites palatinas nunca han considerado como de naturaleza semejante. Si no pueden trabajar de mercenarios más vale que la palmen, parecen decirse. Cuando los pensadores del XVII y del XVIII proclamaban que la soberanía reside en el pueblo, no estaban delirando en un idealismo sino afirmando una conclusión fruto del estudio histórico, sociológico y por lo tanto científico. La creación de ritos, de panteones, de mitos, ha tenido siempre como objetivo el control de la voluntad del pueblo. Hoy en día se le sigue amedrantando, se le presiona para que adhiera a una causa injusta que no es la suya, se le retiran las ayudas para que los más desfavorecidos se integren en las filas del ejército. A este pueblo imperial se la anula mentalmente, se degradan sus capacidades de movimiento y acción, se le extermina y se le sacrifica. Nada mejor que la inquisición, las hogueras, las purgas, la tortura, y el miedo negro para hacer callar a los dencontentos.
Y es en este sentido como hay que interpretar el nuevo montaje antiterrorista británico. Guíense sólo por un indicio: Cuando ha existido realmente un atentado, una acción insurgente que ha dañado a agentes o infraestructuras del enemigo, la información se desgrana con cuentagotas o se tapa directamente, tal y como ocurrió con las explosiones de los depósitos de carburante que cubrieron durante tres días la ciudad de Londres de una nube negra y de las que nunca más se supo ni autoría, ni consecuencias, ni qué diablos pasó. En el último montaje (que a eso se dedica la cheka de la reina), han detenido a 21 personas en cuestión de horas y los oficiales de la propaganda se han sucedido en la vitrina con una precisión cronométrica para anunciar a la población el aumento de los controles (aún más ??? Pero oiga, métame de una vez en la cárcel y déjeme en paz !!!) y de la represión. Se señala sobre todo a los inmigrantes asiáticos, pakistaníes y árabes, marcando claramente a los racistas blancos el objetivo que deben atacar. Es evidente que la recolonización del Medio Oriente había sido planificada desde hace años. Pero, en su arrogancia, pensaban que sería un paseo militar con guante blanco y pañuelo al cuello. Los nuevos montajes y escalada terrorista de estado contra la propia población anuncian que el imperio se prepara para una intervención directa. Los libaneses, los sirios y los iraníes lo tienen muy facil. Les basta solo con observar la suerte que han corrido sus vecinos palestinos, los irakíes, convertidos en relleno de charcutería. A diferencia de europeos y norteamericanos, son pueblos acosados pero no alienados, que luchan por su supervivencia y no por la exterminación de otros seres humanos y el robo de sus tierras y riquezas.
La farsa democratica occidental comienza a tambalearse. La ópera se degrada en opereta como el ABC se transforma en Marca, en Hola. Dentro de poco el espectáculo entrará en su fase Chiquito de la Calzada. Los amantes de Benny Hill están de enhorabuena. Ciudadanos durante años engañados, aborregados y aplastados, no pueden ahora constituir una ayuda válida al mantenimiento de la estructura. Hace falta sangre fresca, sufriente, sangre inmigrante para la Brigada Paracaidista, sangre pobre, sangre mercenaria. Es de prever que en el curso de las sucesivas invasiones, la camarilla militaro-financiera, cambiará algunas marionetas cuando éstas se desgasten, pero quizás descubran que detrás de la televisión sólo quedan viejos con Alzheimer.