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Sobre las cinco ilusiones y una propuesta ante la televisión

Fuentes: Rebelión

I.Desconfío ya de la Razón, con mayúsculas, tras haber sido un feligrés de su santa madre Iglesia. Yo era de los que decía «no soy de izquierdas ni de derechas, sino que sólo me guío por la Razón». Pero pronto o tarde, según se mire, descubrí que la mayoría de quienes eso dicen hoy en […]

I.
Desconfío ya de la Razón, con mayúsculas, tras haber sido un feligrés de su santa madre Iglesia. Yo era de los que decía «no soy de izquierdas ni de derechas, sino que sólo me guío por la Razón». Pero pronto o tarde, según se mire, descubrí que la mayoría de quienes eso dicen hoy en día acababan irremisiblemente apoyando a la neoderecha reaccionaria, al monstruo del nihilismo en su máxima determinación como Capital y ante la pregunta «¿y tú en qué bando estás?»; no pude menos que aclararme respecto a mis principios y prioridades para pasar a contestar «¡desde luego que en el del monstruo no!». Ahora ya sólo aspiro a que la razón, con minúsculas, pueda llegar a ser lo suficientemente pregnante en la realidad concreta como para que las abstracciones no se queden en papel mojado formal y se lleguen a aplicar en alguna medida al conjunto de la sociedad. Me parece ya un error seguir pretendiendo ser marxistas científicos (o analíticos) y me declaro marxista utópico si por tal entendemos quien pretende que otro mundo posible, aun no real, pueda llegar a constituirse. Desconfío ya de esa Razón o esa Ciencia al haber visto como la esgrimen los neofascistas para justificar las mayores expoliaciones y los más viles asesinatos.

Lukács en El Asalto a la Razón señaló las fuentes del irracionalismo de las que había bebido el fascismo, Goya, sin embargo, ya había dibujado antes que los sueños de la Razón crean monstruos; señalando al Coloso del imperialismo napoleónico como deriva hegeliana de la ilustración. El legado de Hegel, siendo el texto el mismo, tuvo dos vertientes o interpretaciones contrapuestas, la llamada izquierda hegeliana y la llamada derecha hegeliana. Por eso llego a tomarme la hermenéutica en serio y a ver en el conflicto entre las interpretaciones una lucha de clases en la teoría. Lo descartable de la filosofía de Kant será entonces toda la densa nube ideológica que, como a todo pensamiento, lo envuelve y embarga. Cometí antaño la ingenuidad de pensar que esa nube era una capa ligera y liviana, pero ahora soy consciente de que es mucho más densa y pesada de lo que usualmente se pretende.

Por eso cometo incorrecciones de estilo al escribir en el mismo texto tanto en primera persona del singular (la lengua del narcisismo) como en la primera persona del plural (la lengua de los filósofos y de los reyes). Lo primero pretende recoger una experiencia personal, lo segundo, proferir afirmaciones objetivas o con pretensiones de objetividad; ambas constituyen un cierto modo de justificación de las afirmaciones. No me parece irrelevante para enjuiciar la obra de Spengler La decadencia de Occidente el que sepamos que ese señor fue el primer secretario general del partido nacionalsocialista y, por tanto, no creo ni del todo acertado ni del todo descabellado el realizar vínculos entre la vida y la obra de los pensadores, ya que lo que se dice, lo que se hace y lo que se escribe, son acciones que se entrelazan entre sí; corroborándose en una cierta, difícilmente total coherencia o en una buena serie de incoherencias. La hipocresía, la mentira y la fachada (de ahí el nombre de fachas a unos personajes bien conocidos en España) son lacras que sólo el análisis entre vida y obra desenmascaran.

La filosofía de Kant y el mismo personaje son productos burgueses. Pero como no me creo que haya una ciencia burguesa, tampoco me creo que hubiese una ciencia proletaria, luego no puedo reducir los productos del pensamiento en su totalidad a sus condiciones de gestación. El error inverso es suponer que las condiciones de gestación en nada influyen en la estructura que se pretende desentrañar. En eso hay que buscar un equilibrio y deslindar lo más posible la poca ciencia que, circundada por mucha ideología, anida en todo gran pensador.

Siempre me ha resultado un placer poder dialogar con Santiago Alba y demorarme a dialogar con sus libros o sus artículos, ya que el intercambio siempre me resulta fructífero y aprendo mucho con ello. ¡Qué fácil es pensar en compañía de alguna gente y qué difícil siquiera cruzar dos palabras con otras! A la televisión (y a algunas personas también) si se le dirige la palabra, actúa como la letra muerta, contesta con el más altivo de los silencios (como bien señalara Platón en el Fedro dudando de si su escritura podía compararse a la oralidad de Sócrates). Por eso es mejor acudir a la obra de un escritor vivo que a la de uno muerto, en primer lugar, porque es nuestro contemporáneo, lo que significa que le preocupan los mismos problemas que a nosotros y en segundo lugar, porque puede, si como es el caso hay predisposición a ello; entablar un intercambio de ideas del que todos salimos beneficiados. No bastan los libros para poder pensar y hay que buscar gente que quiera llevar a cabo ese empeño y afrontar los riesgos que entrañe. Baste entonces éste preámbulo explicativo sobre las motivaciones y trasfondos de la interpelación y pasemos directamente al comentario de su escrito.

II.

Considero por lo antecedente muy bien visto el carácter burgués de la estética kantiana. Para que luego se les llene la boca a los puristas metafísicos con que eso es ciencia y lo demás ideología. La ilusión de la invulnerabilidad producto de una vida segura, con seguros de vida y seguridad social, procurando mantenerse al margen de esa muerte que se esconde en los grandes hospitales y en los asilos de ancianos, constituye una de las matrices resultante del capitalismo burgués. Hacen falta estímulos constantes de imágenes incesantes y de compras compulsivas para conjurar el hastío y el aburrimiento de una existencia sin riesgo y sin atrevimiento. Al menos la vida del pensamiento, del arte o de la ciencia, entraña aventura y riesgo, pasión y alegría, emoción y tristeza. Y si no es así no creo que merezca la pena vivirla. El positivista cientifista también padece de la ilusión de la invulnerabilidad.

A diferencia de la estética kantiana que nos dice que no puede experimentarse lo sublime si se está aterrorizado, la de Nietzsche e incluso la de Hegel, no confunden el terror con lo terrible, aquello que en griego clásico se dice «deinós» y que a veces se traduce por «lo pavoroso»; como cuando en la Antígona de Sófocles se nos dice que «el hombre es lo más terrible (deinós)». Cuando lo terrible te atraviesa es cuando se tiene experiencia estética o vital, lo demás es ver la vida en la televisión. Pero «lo terrible» es un vocablo griego del que su traducción española mantiene el doble sentido, positivo y negativo, del mismo. Como cuando se dice que «es un jugador de ajedrez terrible» queriendo decir con ello que es potente, muy bueno, excelente, en contraposición a cuando se dice que «una guerra es terrible» en el sentido de que es terrorífica, aterradora, brutal. Ya decía Esquilo que Prometeo el titán que entregó el fuego a los hombres era «deinós«. Si se está seguro de que lo terrible en sentido negativo no puede alcanzarnos tampoco lo terrible en sentido positivo lo podrá hacer. A la estética burguesa de la seguridad y la mediocridad se contrapone la estética romántica de la intensidad y la fugacidad. Nietzsche trató de juntar ambas en su metáfora de juventud sobre lo dionisíaco y lo apolíneo como elementos fundamentales de la tragedia, aunque en Ecce Homo se autocriticase diciendo que su hipótesis de juventud era demasiado hegeliana, remitiendo peligrosamente a un dualismo maniqueo. Las revoluciones siempre han sido tragedias que han terminado en farsa. Por eso a la tragedia sigue la comedia.

Kant parece proponer un humanismo pretendiendo que el hombre domine todas las situaciones y controle todos los acontecimientos pero, tras la muerte del hombre, queda la ventana por la que éste miraba convertida en nuevo centro del universo. El nihilismo es la Nada erigida en centro, su máxima determinación, el cuerpo de esa hidra de cien mil cabezas, se denomina Capital, sus mayores valedores: Estados Unidos e Israel. ¿Está dicho lo suficientemente claro? De la confrontación con ese Centro Nihilista viene la línea de trabajo de Derrida acerca de «la pérdida del centro» como condición necesaria de la disolución del nihilismo. De ahí el parágrafo 2 del Prólogo de Aurora de Nietzsche: «La pérdida del centro de gravedad, la resistencia contra los instintos naturales, en una palabra, el ‘desinterés’ -a esto se ha llamado hasta ahora ‘moral’… Con ‘Aurora’ yo fui el primero en entablar la lucha contra la moral de la renuncia a sí mismo». Aunque luego la hermenéutica de para un roto y para un descosido y nuestro ilustre filósofo Eugenio Trías titule «La pérdida del centro» un artículo en el que se lamenta de que el PP de los primeros cuatro años de legislatura se moviese del centro hacia la extrema hybris de la administración Bush: «El gran error de ese gobierno fue dilapidar de la manera más incomprensible un capital difícilmente conseguido y alcanzado a través de una primera legislatura en la que el Partido Popular gobernó con prudencia, con tiento y con savoir faire» (Artículo de Eugenio Trías de El Mundo del 31-3-2004). El Partido Popular se habría extralimitado rebasando los «límites» que constituyen la propuesta filosófica del pensador español. A los revolucionarios hace tiempo que se les advirtió: no rebasen ustedes los ilimitados límites de la usura, de la Banca Internacional, de la tecnocracia ni de la plutocracia, por ningún lado, o se les borrará de la faz de la tierra. Pero ahora resulta que el propio monstruo no quiere que se le vea la cara, sino sus cien mil rostros serpentinos de hidra pustulenta, quiere mantenernos en el «límite» de ver sólo una de sus caretas y considerarle así como una sujeción moderada, un esclavismo soportable, un centro. Algo muy en la línea de la línea editorial de El Mundo, valga la redundancia, que sigue a rajatabla su Consejero Editorial. Para que luego hablemos de la «ciencia desinteresada» que la Filosofía y se pretenda un saber Objetivo. Más abajo en el artículo periodístico que comentamos se nos dice: «En la tradición espacial que sigue siendo la de nuestra conciencia, el poder es un centro«. Pero Tony Negri nos quiere convencer de que ya no hay centro sino una especie de Red ontológica calcada de Internet en la que psicoanalíticamente diríamos que el yo no gobierna sino que lo harían el ello y el super-yo, panorama demasiado bonito para ser cierto. La hidra de cien mil cabezas tiene cuerpo, pero muestra una máscara como centro, para que no se le vea el Centro. Si se le corta una cabeza surgen otras cien, por eso el centro es la mejor manera de servir y proteger al Centro. No interesa que el Imperio muestre su cuerpo, no interesa que se le vea el Centro, pues alguien podría intentar apuntar nuevamente a esa diana.

Incluso El Mundo y La Razón dos de los tres diarios de derechas de España le acabaron dando la espalda a Aznar y al apoyo a la guerra de Irak de su gobierno: «EL MUNDO ha respaldado durante estos siete años la mayoría de las posiciones políticas de los gobiernos de Aznar y ha reiterado una y otra vez la valoración globalmente positiva de su gestión. Respecto a la crisis de Irak, estamos convencidos de que el presidente está tratando de defender con sinceridad los intereses de España. Pero, sin embargo, creemos que está radicalmente equivocado. Tanto por la desproporción entre el limitado peligro real que hoy por hoy representa Irak y la doctrina de la guerra preventiva que pretende aplicársele, como por la temeridad política de unir su suerte y la de su partido a una administración tan extremista como la de Bush» (Editorial de El Mundo, «¿Por qué la guerra ahora?» 18 de febrero de 2003). Sólo articulistas de neoextrema derecha neoliberal como Jiménez Losantos o Gabriel Albiac defendieron la guerra en contra de los millones de manifestantes que salieron a la calle, mientras Aznar-Lewinski chupaba y chupaba en la finca bushiana de Texas. Los editorialistas del El Mundo más listos que sus figuras intelectualoides intuyeron y previeron acertadamente que el PP estaba dilapidando sus créditos políticos, alcanzados sin su concurso por la marcha natural de la economía de la globalización, al aliarse unilateralmente con la administración bushita. Los «beneficios» alcanzados por Aznar fueron perder las elecciones generales, que pusiesen bombas en Madrid y, eso sí, una plaza tapadera de profesor universitario en los Estados Unidos sin saber ni patata de inglés. Eso sí, la distinción entre derecha y ultraderecha en España resulta un tanto grotesca, no así en Francia, pero es que en nuestro triste país la transición significó que los tecnócratas del Opus construyeron el PP y los falangistas salvo excepciones se pasaron al PSOE, luego la ultraderecha es el PP y la derecha moderada es el PSOE; de ahí que se pueda hablar de una transición inacabada.

III.

Pero vayamos a comentar lo de las cinco ilusiones que disecciona Alba, volviendo sobre la de la invulnerabilidad.

«La razón es teoría, pero el poder también» nos dice Santiago Alba. Tanto la razón como el poder son «espectáculo», «contemplación», tienen algo en común pero parecen distintos. En tal caso habría que contestar al monismo del poder del señor Foucault y explicar cuál es la distinción entre razón y poder, espectáculo y contemplación, conjurando la conocida asociación «saber-poder» que el filósofo francés articuló en su terrible antihumanismo. Obviamente no era el objetivo del texto que comentamos establecer tales distinciones y dar cuenta de las presentes peticiones, pero quede solicitada la cuestión para ulteriores trabajos como peticiones del oyente o motivos de reflexión en común.

La diferencia de posición de la mirada constituye, eso sí, una buena diferencia que se nos ofrece: la de la mirada ascendente (contemplación) de lo pequeño ante lo grande, del ser humano frente a lo que le sobrepasa (C.D.Friedrich), frente a la mirada descendente (espectáculo) del poderoso Escipión ante sus vencidos; si bien el verdadero teatro, el espectáculo de calidad de un Shakesperare y un Esquilo, el verdadero arte, podría decirse que vendría a ser una mirada intermedia entre la de la contemplación de lo sublime y la despectiva mirada del poder; una mirada en la que el hypocrités (actor) se expone a la vista horizontal del público que le observa y le juzga. A diferencia del actor de la antigüedad, el hipócrita actual es el actor que no se funde en su máscara, que no actúa con sinceridad y autenticidad, el vil estratega de la política del espectáculo.

La televisión convierte hasta al hombre más pusilánime en Escipión, he ahí una de las claves de su éxito y además, «tranquiliza», porque, a diferencia del general romano, convierte al burgués en el hombre más poderoso sin que se tenga que exponer, desde la seguridad de su lamentable vida cotidiana y rutinaria. Los atributos del Emperador «Invisibilidad, inviolabilidad, inmovilidad» generalizados, ¿no se trataba de eso con la revolución burguesa? Fin del Antiguo Régimen, de la aristocracia, para detentar todos (pero virtualmente) sus privilegios. Ahora cada cual carente de excelencia alguna se siente con derecho a tener todos los privilegios. Pero esa extensión de los privilegios de la aristocracia al pueblo fue un colosal fraude. Baste el destino de los rentistas como ejemplo de los que también tuvieron que engrosar las filas del trabajo asalariado. En lugar de generalizar con una Renta Básica lo que fue privilegio de los nobles la revolución burguesa puso a todo el mundo a trabajar. ¡Para que luego digan que el comunismo es igualar por abajo!

La metáfora de sabiduría que constituye la mirada para Grecia, no se olvide, es indoeuropea, ya que la palabra «idea» viene de una palabra sánscrita que remite a la visión, mientras que en la cultura semítica (judía y árabe); la metáfora de la sabiduría es el oído, ya que su sabiduría les viene de la escucha, pues ver a Yahvé significa la muerte y sólo se le puede llegar a escuchar. Por eso la derecha sionista heideggeriana representada por Levinas afirma que la Torá (el Libro) es una protección contra el contacto directo con lo divino. En esta distinción es importante también la direccionalidad del sentido, ya que, si bien al mirar hay una intencionalidad, esto es, la mirada busca lo mirado, en el oír hay más bien una receptividad, esto es, en la escucha se atiende a los sonidos que vienen hacia uno. Pero peligrosa resulta la contraposición entre lo semítico y lo indoeuropeo si se quiere proponer en pugna dialéctica respecto a la supuesta superioridad o inferioridad de una metáfora sobre la otra, ya que de la preminencia indoeuropea vendrá la mistificación del pueblo ario y de la preminencia semítica la del pueblo elegido. También en la dialéctica entre lo femenino y lo masculino se suele hacer hincapié en cómo las mujeres resultan más próximas a la lírica y atienden más a la seducción que les supone la escucha, de voces dulces, versos o poemas; mientras que los hombres resultan más próximos a la épica y atienden más a la seducción que les supone la visión de cuerpos desnudos en lucha, rostros bellos o formas sinuosas. También aquí resulta desencaminada una comprensión dialéctico-maniquea de ambas metáforas, bajo la idea de una supuesta superioridad o inferioridad de una metáfora sobre la otra, ya que de la primera sobreviene fácilmente la misandria y de la segundo adviene fácilmente la misoginia. Incluso se vislumbra algo también en la metáfora geográfica Norte-Sur cuando se diferencia entre unas tierras frías, racionales, sin contacto corporal alguno, donde te saludan a distancia, con ojos vidriosos carentes de cualquier manifestación de afecto; frente a unas tierras cálidas, pasionales, donde los cuerpos se tocan, donde te saludan con caricias de afecto y sonrisas con ojos que tocan. Siempre entendiendo que no se trata de dualismos sino de fenómenos de hibridación.

Y es que quizás no sean sino el gusto, el olfato y el tacto, los sentidos más primarios, obturados por los de la visión y la escucha. Todos ellos pueden quedar apopléjicos ante un desmedido ejercicio de la racionalidad analítica. En la cotidianidad con un animal de compañía o con un bebé humano podemos observar como los tres sentidos primarios se encuentran más agudizados que en el humano adulto racionalmente estructurado. El que la televisión (visión y escucha) embote el resto de los sentidos es un hecho. Y sólo de un ejercicio proporcionado y semejante de los cinco sentidos y de la racionalidad sintética podría surgir una coexistencia excelente de las facultades vitales del ser humano. A la televisión sólo se la puede ver y escuchar, pues no huele, no sabe y si se la toca, se obtiene el contacto de un objeto inerte, frío, muerto, animado por la nada eléctrica de los rayos catódicos que emanan de su interior.

La televisión (una gorda cabeza de hidra) convertida en «centro» de la casa, nos remite al fuego central de la caverna preneolítica regalo de Prometeo, a la seguridad de los habitantes de la gruta del Mito platónico. Ese mismo fuego que calienta el cuerpo y que asa la carne animal señalando el paso de lo crudo a lo cocido, es el que provoca las sombras y el espectáculo del fondo de la caverna. A diferencia del fuego la televisión no calienta, no permite forjar metales ni cocinar alimentos. El fuego permitió la protección del hombre de los animales más fuertes y poderosos que él, pero luego permitió que éste se convirtiese en el mayor depredador de la historia natural de nuestro planeta; un ser que con sus armas de fuego abate a sus congéneres y otros animales por deporte. Llegados a semejante ambivalencia un ejercicio interesante resulta el procurarse una «inversión» del mito de la caverna, como cuando, no es que se tenga que hacer una alabanza de la estupidez, sino al menos «sospechar» de la validez universal de la Idea. Pues sabios, profetas y políticos, mediante el culto a la personalidad, el mesianismo y la autoridad de la ciencia, han sacado en ocasiones a las masas del verdadero mundo de las sombras y los «simulacros» para llevarlas al falso mundo del exterminio, el trabajo a destajo y el matadero; jolgorio de sangre y fuego luego encima televisado cuando es la sangre ajena o censurado si es la propia. Diríamos entonces que ir al trabajo no sería sino salir de la Caverna casera para mayor gloria del exterminio Capitalista. Pero, ciertamente, esa inversión, realizada de ese modo, tiene sus problemas y habría mucho que discutir sobre el asunto. El problema del relativismo no sería el menor de ellos y el del rousseaunianismo o pretensión de regreso a la naturaleza, no le iría a la zaga. No obstante, buena parte de la denostada postmodernidad trabaja en esa dirección ecologista que puede ejemplificarse en la Carta sobre el humanismo de Heidegger… (Por cierto Ted Kaczynski tiene un relato muy muy bueno invirtiendo, en cierto modo, el relato de la nave de los locos de la República platónica, un texto titulado: El buque de los necios que es accesible a través de Internet).

IV.

Pero sigamos reflexionando y dialogando con Santiago Alba acerca de la televisión y todo lo que con ella se ensambla o se vincula. En los chalets de los pijos burgueses coexisten la televisión y la chimenea (aunque gozan también de calefacción central) acumulación de fuegos para gente que no tiene tiempo ni de atontarse ante el aparato ni de contemplar el crepitar de las llamas y calentarse con ellas, pues todo se les va en mantener esas posesiones casi sin uso y en dirigir esta sociedad de farsa y espectáculo. Era Heráclito a quien querían sorprender unos turistas que querían ver a un pensador en ejercicio, observar a alguien pensando, pero al que sorprendieron calentándose al lado de un fuego. Ante la decepción de los turistas el sabio les consoló otorgándoles un enigma, pues les dijo: «Aquí también hay dioses». Tendremos que esperar a Platón para que nos aclarase que «las ideas son pensadas, mas no vistas» (República 507a). Y a quien escribe esto, pensador más modesto que el presocrático, a quien quizás unos valientes visitantes quisieran sorprender en el acto de pensar, probablemente, esos nuevos turistas, le encontrarían delante del televisor y, ante su decepción, también podría decirles: «Aquí también hay dioses», reproduciendo el enigma sin ofrecer su solución. Se puede mover el pensamiento mientras el cuerpo permanece estático y entonces no se viaja en el espacio pero quizás se viaja en el tiempo y a veces la eikasia, nivel ínfimo de la doxa, llega a superar incluso al nous, nivel máximo de la episteme.

Precisamente la idea de la inmovilidad en medio de la vorágine, de la televisión en el mundo de la flexibilidad y fluidez del Capital, proporciona una de las claves de la inacción política; por ser en general una inmovilidad de un cuerpo en un espacio que no piensa. El privilegio de la acción quedó hurtado a los muchos tras la revolución burguesa y siguió restringido y censitario, depositado en unos pocos, cada vez más pocos. De tanto viajar en el espacio ya no se viaja en el tiempo y el presentismo del aquí y ahora si bien quita de sobre los hombros el peso de la Historia impide también cualquier acto de comprensión. Nada entonces nos parece extraño y si algo nos lo llega a parecer, entonces, inmediatamente, hay que eliminarlo, borrarlo, pisarlo como a un bicho; pues no se puede admitir nada que no pueda ser clasificado en los pre-esquemas establecidos.

Así, respecto a la familiaridad, el éxito de los reality shows tipo Gran Hermano reside en ese espacio antropológico que el señor Gustavo Bueno compara, no sin algo de acierto, con un experimento con primates. La columna en la Revista Interviú que Gustavo Bueno publicó durante todas las semanas que duró el primer Gran Hermano, llevaba invariablemente por título: «Lo que usted no ve del Gran Hermano», lo que quería decir que no era lo mismo el que Gustavo Bueno viera y analizara el programa, a que lo mirasen 12 millones de sujetos supuestamente con menor capacidad racional. Dijo Gustavo Bueno que le gustaba «Iván» porque «era el más inteligente», cosa que cualquier zoólogo habría podido decir ante la «jaula de los chimpancés». Pero de ahí precisamente proviene mi aversión ante los «inteligentes» o los que se creen tales frente a la masa amorfa y descerebrada subsumida real y no sólo formalmente por la televisión. ¡Cuidado entonces con el desprecio de las masas no vayamos a caer en ese intelectualismo socrático mal entendido que lleva a confundir la lucidez con lo reaccionario! La misantropía es la salsa del fascismo. Después de encontrarse uno con imbéciles integrales que ostentan el pomposo cargo de catedráticos de filosofía, como el señor Serafín Fanjul, excomunista, como muchos de los neoconservadores actuales y nieto del general de apellido homónimo; llega a replantearse uno si es inteligente tener tan a gala el que se hayan leído muchos libros y estudiado durante mucho tiempo. Si los dos grandes filósofos de España son Bueno y Trías, uno derivado a la ultraderecha y el otro a la derecha (si es que aceptamos esa división de El Mundo); si el trasunto sociopolítico de sus complejos pensamientos es el gobierno del primer o/y segundo Aznar, el del centro o el del Centro, entonces no se puede fiar uno de la supuesta reflexión objetiva por parte de las mentes que se tienen por más lúcidas y preclaras. Al menos en materia tan voluble como la política donde aparece siempre el líder (sea social o intelectual) como director espiritual que congrega el culto a la personalidad y el mesianismo salvífico. Eso no quita que se pueda tener talento más allá del carismático. Heidegger lo tenía cuando fue nazi (pobre del Nietzsche en sus manos de los años 30) y lo siguió teniendo cuando dejó de ser nazi (rectificando en su Nietzsche de los años 60). Un Wagner antisemita pudo ser un gran músico y me parece absurdo considerar que la música wagneriana fuese o sea antisemita, ya que desde el punto de vista del «desinterés» y la «objetividad» la estructura música, la estructura matemática o el género literario filosofía, no serían ni negras ni blancas, ni semitas ni antisemitas, sino manifestaciones de la verdad. Pero me temo que la filosofía o la política esté mucho más impregnada de ideología que la música o las matemáticas. Así, después de escuchar durante años a los discípulos de un supuesto anarco-comunista elogiar la geometría de las ideas y el «Non ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere!» de Spinoza; para luego verles revenidos en rabiosos neoconservadores adictos al Centro, creyendo que eso es lucidez o inteligencia (y hasta creérmelo en un primer momento); sólo me resta después acudir a mi anarco-Nietzsche y declarar contra el espíritu del Platón sistematizado que la ciencia es aversión a la vida y a lo concreto: «Y no digamos aquel galimatías matemático con el que Espinosa acorazó y enmascaró su filosofía (…) a fin de intimar de antemano el valor del asaltante (…) -¡cuánta timidez y vulnerabilidad personal delata esta mascarada de un anacoreta enfermo!» (Friedrich Nietzsche Más allá del bien y del mal. Sección primera: De los prejuicios de los filósofos, §5). ¡Qué personal es esto de la ciencia!

Sin embargo, entre los comentarios de Gustavo Bueno sobre Gran Hermano había alguno que no era charada ni senilidad de anacoreta enfermo, sino argumento que pienso digno de recepción; el de que la posibilidad de expulsar a los concursantes por parte de los espectadores era una clave del éxito del programa, pues otorgaba ese privilegio de democracia directa al juicio ¿de los simios? que se les habría hurtado respecto a los habitantes también familiares del Parlamento. Constituye una de las muchas contradicciones del señor mencionado el promover una reflexión sobre la democracia directa y luego llamar en un programa sobre «religión en la escuela» emitido en abril de este año 2004 «plebe» a todo un plató de televisión (o «simios» a otros seres humanos, cosa muy arraigada en el neoconservadurismo actual); mientras se critica la democracia realmente existente, pero se considera que sólo en la dianoia platónica y no en los votos (alethés doxa) se puede basar la esencia de la democracia. Francamente, la cantante Lolita Flores le dio una buena lección de sencillez, humanidad y democracia al filósofo en el programa mencionado. Y yo debo de ser simio también ya que me pareció muy preferible lo que ella decía frente a lo que decía el «sabio». De ahí que proponga que se la invite de vez en cuando a hablar en las Universidades en lugar de tanto catedrático de palabrería arcana y usualmente vana. El que se nos hurte de igual modo una «constitución mundial» por medio del lance común de un partido de fútbol visionado por 800 millones de personas, cifra impresionante pero que constituye la octava parte de los habitantes del planeta, va también en la misma dirección, creo, de lo apuntado en lo antecedente sobre la democracia directa y el éxito del programa GH.

Abrevio comentarios, ideas, asociaciones de ideas, observaciones y sugerencias, para no ser tan prolijo, pues siempre resultará chocante que unas simples observaciones ocupen tanto como lo observado; aunque no creo que haya ninguna regla sobre esto, ya que, por poner un ejemplo, la Epístola moral a Fabio ocupa diez páginas y los comentarios de Dámaso Alonso, unas trescientas. Sigo pues con las ilusiones, si bien introduciendo el comentario de que hay Ilusiones e ilusiones, pues no es lo mismo querer llevar a la realidad una ficción posible acerca de un mundo más justo, cosa que dicha así en abstracto, valdría para cualquiera; que pretender llevar a cabo una ficción imposible que implica el asesinato de millones. Y si no concreto y pongo ejemplos sin duda este párrafo tendrá más éxito, pues servirá para un roto o para un descosido, ya que todos consideran que sus ficciones son posibles y que se encaminan a un mundo más justo y que las de los otros son imposibles y asesinas. Dos ejemplos concretos bastarán por ahora: no es lo mismo la ficción imposible del exterminio de todo lo diferente para el brillo «justo» de todo lo ario o lo anglosajón que pretendieron los nazis y pretenden los Estados Unidos mediante el expeditivo método de exterminar todo lo Otro; que la ficción posible de un mundo en el que no se muera de hambre la mayoría de la población del planeta forjado sin justificar ni necesitar del exterminio de millones. Está bastante clarito ¿no? No es lo mismo la utopía como paso de lo posible a lo real que la utopía como hipócrita manejo de lo imposible para hacerlo parecer posible tras un itinerario escatológico de asesinatos sin número. Por eso los conceptos de esperanza y escatología padecen de la misma ambigüedad. Esperamos la revolución y adviene la mierda.

La ilusión de la totalidad deja fuera todo lo que no es visible, pero en realidad ninguna visión es panóptica y eso también es una condición para la filosofía, que tendría que conformarse con trabajar en parcelas de la realidad en lugar de pretender dar cuenta de la totalidad y realizar un Sistema. El Totalitarismo en todas sus variantes no tiene otra fuente que semejante ilusión, de ahí que finalmente me declare, como Saramago, «comunista libertario»; cosa que a mi juicio quiere decir: «Soy comunista pero si el partido llega a amenazar con totalizar la realidad, me vuelvo anarquista inmediatamente». No es cierto el «no podemos dejar de mirar» pues cabe cerrar los ojos y, aunque miremos, muchas veces no vemos; además, queda todo aquello que queda fuera del campo de la visión y que, o bien se capta sólo por otros sentidos o no se capta en absoluto. Ese cerrar los ojos tiene que ser siempre individualizado si es que no se quiere dar patente de corso a la censura. Sigue habiendo censura y esta consiste en los poderes que quieren que no se vea algo, pero ahora los métodos de censura son más sofisticados. Para que no se vea una información se produce una avalancha de sobreinformación, una saturación informativa que impide ver lo relevante oculto bajo toneladas de irrelevancia.

Se le otorga más poder del que tiene al Capitalismo cuando se le considera capaz de absorberlo todo y hay que precaverse contra las ilusiones de Totalización de la Dominación que tanto anhela la misantropía de la ultraderecha neoliberal imperante y globalizadora. Desde luego que disloca, modifica, fuerza a ensamblarse estructuralmente, sobredeterminándolas, a otras instancias, (religión, mito, sexualidad, psique, cuerpo…), desde luego que transforma el valor de uso en valor de cambio, pero hay que detectar dónde están sus límites para poder ver desde dónde hacerle frente. ¿Dónde están los límites del Capital? ¿Dónde sus resistencias? No hay ni habrá un «tiempo de la venalidad universal» pues resiste y resistirá siempre lo que se puede destruir pero no alienar. Como diría Sócrates a lo mejor me matan pero no me van a comprar porque no se me puede chantajear.

La historia del nihilismo (capitalismo) consumado entronca con la de la subsunción real evocando las mayores pesadillas de las antiutopías de ficción, sean ya Un Mundo Feliz, ya 1984 o ya Matrix, sus representantes más señeros. El desierto crece. «Bienvenidos al desierto de lo real» dice un personaje de Matrix dando lugar a un interesante comentario de esa película por Slavoj Zizek. Pero la Totalización no es consumable ni siquiera para las instancias más poderosas y aterradoras ya que no hay un Uno del que todo provenga y al que todo converja sino una pluralidad ontológica originaria. Esto no quiere decir que no haya grados de dominación y que el malestar en la cultura no haya llegado a ser difícilmente soportable. Lo que quiero decir con esto es que conviene no plantear un panorama demasiado aporético si no se quiere dejar la sensación de que nada puede hacerse y de que no hay salida. Porque el resultado es entonces el sálvese quien pueda o el yo a lo mío y a los demás que les zurzan. Hay algo peor que ser esclavo y ese algo no es otra cosa que ser medianamente libre en un mundo de esclavos. El hombre libre en medio de los esclavos no puede ser realmente libre ni desde luego dichoso, ya que tanto la libertad como la dicha sólo se pueden disfrutar en compañía, con los demás. Lo que no acabo de entender es a esos esclavos, abundantes hoy en día, que defienden con fruición las ideas de los amos.

En su artículo La vida en el planeta tierra: El 11M cotidiano sí que nos muestra, Santiago Alba, como no ya las masas, turbas y hordas; sino el pueblo, los ciudadanos, la multitud o como quiera llamársele a la acción colectiva moral o racionalmente orientada, son capaces de acción política frente al borreguismo demagógicamente dirigido. De ahí que haya que atender a ambos aspectos y leer los muchos trabajos de quien aquí comentamos, pues si la televisión aborrega mucho, tampoco aborrega tanto como para que no se pueda saltar ante lo intolerable.

Supongo entonces que tendrá que restar aún algún privilegio de la acción para que, pese a todo, se siga saliendo a la calle y apagando de vez en cuando el maldito televisor, haciendo música o componiendo bellos poemas.

Pero ahí está el «a pesar de» que no «gracias a». ¡Eso es lo que hay que cambiar primero!