La mañana del día en que Arthur Teele se suicidó en el vestíbulo de The Miami Herald y el periódico despidió a su principal denunciante de escándalos Jim DeFede, en la primera plana apareció una nueva columnista. Ana Menéndez es una periodista y novelista cubano-americana cuya primera contribución editorial al Herald la dedicó a un […]
La mañana del día en que Arthur Teele se suicidó en el vestíbulo de The Miami Herald y el periódico despidió a su principal denunciante de escándalos Jim DeFede, en la primera plana apareció una nueva columnista. Ana Menéndez es una periodista y novelista cubano-americana cuya primera contribución editorial al Herald la dedicó a un gallo, un octogenario escultor cubano de Miami y la celebración por la escritora de la ciudad y su periódico.
He regresado a un lugar encantador, tan familiar como extraño, un lugar donde las tarjetas de identificación abren mágicamente los lugares de parqueo y los torniquetes, las cámaras funcionan sin película y los reporteros trabajan en higiénicos cubículos grises.
…Y hay pocas ciudades más generosas con sus personajes que Miami.
… No se me ocurre un lugar mejor para ser columnista que Miami, Florida, escribiendo para el periódico que me enseñó a observar y a recopilar. Y me siento honrada ahora de instalarme en mi propio distrito, que sucede que es la única ciudad del mundo que contiene los restos mortales tanto de Anastasio Somoza como de Jackie Gleason, y donde un gallo llamado Pepe puede encontrar esparcimiento y eterna compasión entre esculturas en yeso de José Martí.
Al día siguiente el realismo mágico había cedido su lugar a lo lúgubre, y en la primera plana aparecía una foto de Arthur Teele desparramado en el piso del edificio del Herald, su cabeza en un charco de sangre. La visión folclórica de Miami del miércoles por la mañana fue superada por los sucesos de la noche, los cuales develaron otro rostro de la ciudad, uno feo y brutal, y la realidad del poder real versus el supuesto poder de la pluma. La ciudad real, en otras palabras, la que Jim DeFede había descrito en sus crónicas, implacablemente y con total honestidad, hasta que fue despedido supuestamente por haber cometido un delito menor desde el punto de vista legal y ético: grabar secretamente una conversación con Arthur Teele poco antes de que este se suicidara.
El suicidio de Teele y el despido de DeFede invitan a la reflexión mucho más allá de los hechos en sí. Desmienten la fábula de la Bondad Miamense, la ciudad como un reparto de personajes coloridos y adorables, y sugiere otras lecturas: el Delito Miamense, la Destrucción Miamense.
La tragedia de Teele no es una historia acerca de «Otro Negro Destruido por los Medios y el Sistema», como a algunos les hubiera gustado presentarla. Es una historia acerca de la igualdad de oportunidades, gloriosamente multicultural e inmensamente seductora de nuestra corrupción. Es la única área en la que en Miami hemos logrado absoluta paridad. Arrogancia y avaricia, su nombre es Humberto Hernández, Demetrio Pérez, Howard Gary, Cesar Odio, Alex Daoud, Miriam Alonso, Alberto Gutman, Miller Dawkins, Jimmy Burke, Donald Warshaw, Dan Paul y…Arthur Teele, que en paz descanse. Negros y blancos, anglos y latinos, judíos y gentiles, no hay barreras aquí para la infidencia y la venalidad, no hay necesidad de acción afirmativa o apartes en lo que concierne a la corrupción.
«La avaricia es buena», proclamaba Gordon Gecko, un personaje en el filme Wall Street de 1987. «La avaricia es Dios», parece proclamar Miami, a veces de manera bilingüe, como en un comercial de televisión en el que se afirma: «Aquí lo que cuenta es el cash». Es el efectivo lo que realmente cuenta, y la divinidad de la avaricia nunca se evidencia tan claramente como cuando los supervisores corporativos del periódico de la ciudad contratan de manera consecutiva a un hombre de negocios y a un contable para dirigir una operación periodística, la mejor forma de asegurar la suprema prioridad: el logro de niveles obscenos de ganancia a fin de complacer a Dios bajo la apariencia de Wall Street -el verdadero Dios.
Eso es, el efectivo. La inclinación a subordinar los valores éticos a los monetarios no está confinada al ayuntamiento, las suites corporativas o los bufetes corporativos, sino que parece haber contaminado gran parte del suministro de agua o quizás, debido a que muchos de los infestados solamente beben líquido embotellado, el aire. «No puedo salir con ese hombre», oyeron que una atractiva joven vestida con miles de dólares en ropa, zapatos y accesorios decía a otra en un abrevadero local. «Anda por ahí en el Mercedes barato».
Si por inclinación, contaminación, o ambas, Arthur Teele sucumbió a las tentaciones del Delito Miamense, entonces Jim DeFede puede haber sido atrapado por otra dolencia local, posiblemente más perniciosa: la Destrucción Miamense. Ese es un estado en el cual los que disienten de la línea oficial acerca de Cuba -en dependencia de la década, el contexto y la etnicidad- son volados, muertos a tiros, despedidos, se les niegan oportunidades de trabajo, se les degrada, son eliminados de cargos de liderazgo, silenciados, censurados, acosados, estigmatizados, vilipendiados, marginados, amenazados, intimidados, calumniados, importunados, condenados al ostracismo, perseguidos y aplastados.
Qué coincidencia y cuán conveniente que Jim DeFede fue despedido del Herald poco después de que se atreviera a abandonar su papel habitual de denunciante de escándalos locales y escribiera una serie de columnas -en conjunto lo mejor de su carrera- en las que denunciaba los supuestos crímenes de un terrorista exiliado, describiera el sufrimiento de las víctimas y expusiera la hipocresía de los cubano-americanos miembros del Congreso que constantemente vociferan acerca de algunas formas de terrorismo mientras defienden a los perpetradores de otros actos de terror. ¿Fueron el error de grabar por parte de Jim DeFede, su honestidad y su ingenua confianza en sus jefes los que suministraron el pretexto perfecto para deshacerse de un columnista que se había salido de su nicho asignado y cuyas recientes columnas acerca de temas cubanos provocaron una tormenta de reacción de parte de los guardianes de la ortodoxia ideológica acerca de Cuba y protectores autonombrados de los sentimientos de la comunidad?
Coincidencia o conspiración, la sospecha relacionada con los motivos del Herald está justificada, dada su reciente historial de inclinarse sistemáticamente a la derecha y hacer lo imposible por congraciarse hasta con los sectores de la línea más dura del exilio. Experiencias personales demuestran que no sería la primera vez que un columnista del Herald es eliminado por el pecado de la incorrección ideológica en relación con el tercer riel de la política de Miami -Cuba-, y por irritar con demasiada frecuencia a aquellos cuyo poder es superado solamente por su pasión y determinación punitiva, cuando se trata de los que no siguen las indicaciones acerca del tema.
Remover el fango y hacer que salga al azar lo podrido es una cosa -útil, importante, pero no una amenaza. Una crítica sistemática y sostenida de una mentalidad, de una estructura de poder y de una política es otra cosa. Jim DeFede quería ser Jimmy Breslin, pero estaba comenzando a parecerse demasiado a I.F. Stone. Eso lo convirtió en una presencia incómoda y puede que haya hecho mucho más fácil la decisión de despedirlo por una trasgresión menor.
Cualquiera que haya sido la verdad, los rumores que emanan de dentro del Herald, así como la evidencia circunstancial, sugieren que hubo intranquilidad en las alturas cuando DeFede se adentró en territorio minado.
Es más, parece probable que la nueva columna de Menéndez -que algunos de los que ven conspiraciones piensan que estaba destinada a reemplazar el espacio de DeFede, incluso en ausencia de la controversia por la grabación de Teele- en su lugar estaba concebida como contrapartida de DeFede, no como reemplazo, un remedio habitual para los cubanos ofendidos por críticas como las de DeFede, pero que aún leen The Miami Herald. Experiencias personales sugieren que ante la falta de una excusa para el despido, este es el tipo de solución que los editores del Herald -atrapados entre las preferencias de diferentes comunidades, las exigencias de excelencia periodística e integridad versus el marketing y la alcahuetería hacia los públicos apasionados, y los contradictorios papeles de promotores de la ciudad y reporteros de su realidad- pudieran adoptar de inicio. Ante la presencia de ese pretexto o en circunstancias en que el despido puede lograrse sin explicación o justificación -hablo por propia experiencia- el cálculo puede ser diferente. El hecho es que, según las declaraciones de DeFede, sus jefes inicialmente indicaron que podía quedarse, y que aparentemente incluso aceptaron que él escribiera una columna acerca de la conversación con Teele, levanta sospechas adicionales.
La ola de protestas por parte de periodistas, incluyendo a muchos pertenecientes al propio Herald, a consecuencia del despido de DeFede es una buena cosa que difícilmente cambie la situación. Pero al menos debe marcar el inicio de una nueva era de escrutinio crítico y sistemático de una de las más poderosas y menos responsables instituciones de Miami.