Un editorialista del periódico The Observer (Israel can accelerate peace by exercising restraint [Israel puede apresurar la paz ejerciendo moderación], 21 de febrero) realmente debería ser reprendido por el lenguaje que usa en la columna. Al tratar de analizar la situación entre Israel y Palestina, el escritor cae en la suerte de terminología que […]
Un editorialista del periódico The Observer (Israel can accelerate peace by exercising restraint [Israel puede apresurar la paz ejerciendo moderación], 21 de febrero) realmente debería ser reprendido por el lenguaje que usa en la columna. Al tratar de analizar la situación entre Israel y Palestina, el escritor cae en la suerte de terminología que ayuda a resaltar las dificultades de discutir este problema sin tomar partido. Cuidar la terminología que se usa no es mera semántica pues puede revelar y de hecho revela una perspectiva subyacente. Como en ninguna otra parte, en las discusiones sobre el conflicto en Tierra Santa se aplica con mayor precisión el viejo dicho de que «quien para unos es terrorista, para otros es combatiente por la libertad».
The Observer asegura que «Israel y los palestinos están en un estado de guerra perpetua», de modo que es irrazonable e impreciso que el escritor se refiera luego en el mismo artículo a los «terroristas» palestinos. Las guerras tienen combatientes en lados opuestos pero el discurso influenciado por al sucesos posteriores al 11 de septiembre (con la «guerra al terror») ha desdibujado la diferencia, al punto en que ahora es aceptable (de hecho, es de rigor) referirse a cualquiera que luche contra la hegemonía occidental como un terrorista. Es sorprendente que un periódico como The Observer haya caído en este engaño. Es igualmente sorprendente que el conflicto entre los ocupantes israelíes y los palestinos víctimas de la ocupación se describa efectivamente como una «guerra perpetua», implicando una confrontación convencional entre dos lados que tienen cierto grado de equivalencia en términos de capacidad militar; ni es lo primero ni hay lo segundo. Israel es un estado nuclear con un ejército equipado con la tecnología más actualizada que se pueda imaginar. Los palestinos son mayormente una población civil; si Israel se sale con la suya (y sin duda lo hará), incluso un futuro estado palestino tendrá prohibido tener su propio ejército, más allá de unas fuerzas de «seguridad» con armamento ligero cuya tarea es y seguirá siendo, en primerísimo lugar, según los acuerdos de Oslo, mantener la seguridad de Israel.
La resistencia a la ocupación militar es, por supuesto, indiscutiblemente legítima, sin embargo The Observer se refiere a ella como «terrorismo», siguiendo íntegramente la doctrina Sharon, pues fue Ariel Sharon quien, en un acto de oportunismo tras el 11 de septiembre dijo: «Ahora el pueblo estadounidense sabe por lo que hemos estado pasando nosotros [en Israel]». Cuando se dice algo con suficiente énfasis y por suficiente tiempo, la gente comienza a creerlo y muchos sectores de los medios de comunicación desempeñan su papel a la perfección.
«La vía más segura para acelerar la paz es que Israel se libere del ciclo contraproducente de usar la fuerza extrema como la forma preferida de autodefensa», asevera The Observer. Aquí está el quid de la cuestión: Israel ocupa una tierra y cuando el pueblo de esa tierra resiste a la ocupación, Israel hace uso de la «autodefensa». De este modo se justifica el Muro de apartheid que parte en dos a la tierra palestina; los puntos de control, los toques de queda, los pases, el bloqueo, las demoliciones de casas, el despojo, los asesinatos: todo es parte de la «autodefensa» de Israel. El pecado original de la ocupación se obvia o se olvida, se ha convertido en «hechos sobre el terreno», obsceno eufemismo para referirse a los asentamientos coloniales que, como «daño colateral», se mofan de la ley internacional y de la justicia elemental.
Aún si Israel fuera a «liberarse del ciclo contraproducente de usar la fuerza extrema», como afirma The Observer, ¿por qué con ello «obligaría a sus vecinos a normalizar sus relaciones»? ¿Por qué querría algún estado que se respete normalizar relaciones con un «potencia ocupante de un territorio en disputa»? El estado de Israel tiene en efecto «los mecanismos para efectuar cambios sobre el terreno que instantáneamente harían más factible una solución del conflicto». Podría dar por terminada la ocupación y eliminar las razones de la resistencia, «obligando a sus vecinos a normalizar relaciones» con un grado de superioridad moral y legal totalmente ausente en este momento. Cualquier cosa menos que esto asegura que no ocurra nada significativo.
La oración final de la columna principal de The Observer revela que el escritor ha adoptado (seré generoso y diré subconscientemente) una actitud que ve a los palestinos y a sus derechos como un problema, pero no así a la ocupación israelí. «La comunidad internacional debe actuar para dar [a Israel] la confianza de transigir». ¿Cuánto hay que forzar la imaginación y la lógica para que el fin de la ocupación militar ilegal y la colonización de la tierra ocupada constituyan «transigencia»? La comunidad internacional debería estar insistiendo (apoyada en sanciones y en boicot de ser necesario) en que Israel cumpla con sus obligaciones según las leyes y convenciones internacionales; dichas obligaciones no pueden ni deben ser puestas en la mesa de negociaciones como elementos a discutir y «transigir».
El lenguaje es de vital importancia cuando se discuten cuestiones tan delicadas, por lo que es importante ser preciso. Israel tiene una campaña de hasbara (propaganda) bien financiada y, sin importar cuán bien intencionada sea, esa columna en particular, por la terminología que usa, cae dentro de la categoría de hasbara. No hay excusa alguna para esto en un periódico con las credenciales de The Observer.
Fuente: The Observer, Israel and the language of war
Artículo original publicado el 21 de febrero de 2010
Consuelo Cardozo, Manuel Cedeño Berrueta y Fausto Giudice forman parte de Tlaxcala, la red internacional de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora, el revisor, el editor y la fuente.
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Traducido por Consuelo Cardozo y revisado por Manuel Cedeño Berrueta. Editado por Fausto Giudice
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