Pocos artilugios han adquirido a lo largo de la historia reciente de la humanidad tanta importancia como lo ha hecho la televisión. Y es que este artefacto ha trascendido los límites de mero dispositivo tecnológico, herramienta de trabajo o instrumento de ocio para pasar a ser un verdadero fenómeno social. A primera vista ,impresiona que […]
Pocos artilugios han adquirido a lo largo de la historia reciente de la humanidad tanta importancia como lo ha hecho la televisión. Y es que este artefacto ha trascendido los límites de mero dispositivo tecnológico, herramienta de trabajo o instrumento de ocio para pasar a ser un verdadero fenómeno social.
A primera vista ,impresiona que habiendo tantas maneras de pasar el tiempo: lectura, juego, deporte, arte… tod@s disponemos de tiempo para ver la TV. Y vaya si lo hacemos; la media que pasamos frente a la TV es ni más ni menos que de 3 horas. A pesar de que decimos que sólo vemos lo que nos interesa -lo que es realmente bueno- y a pesar de que criticamos los programas basura o a tal o cual presentador/a, la verdad es que de uno u otro modo, tod@s estamos enganchados a sus vómitos luminoso-auditivos.
Como prueba esas mismas alabanzas o críticas, que están siempre hechas desde un «exhaustivo examen» del programa en cuestión. No es difícil escuchar conversaciones de todo tipo, de gente diferente, con contenidos incluso opuestos, pero todas en tomo al mismo tema: la TV.
Mientras vemos la tele, dos de nuestros cinco sentidos se hallan ensimismados con la información que nos vomita «la caja que atonta», anulando toda capacidad para realizar otro tipo de actividad simultánea y lo que es peor, anulando toda capacidad crítica.
Una vez que la capacidad crítica de l@s telespectador@s queda anulada, toda la información directa o indirecta, que se transmite es totalmente asimilada. Evidentemente esa información responde a los intereses del poder: estereotipos sexistas, violentos, conservadores, etc…
Un ejemplo: Sudamérica. Existe una relación directa entre el número de televisores y la reducción de ingresos y la disminución de las luchas populares. Entre 1980 y 1990 el número de aparatos por habitante se incrementó en un 40%, mientras que el promedio real de ingresos descendió en otro 40% y una multitud de candidat@s polític@s neoliberales muy dependientes de las imágenes de TV conquistaron las presidencias.
¿Y los informativos? con sus evidentes manipulaciones y omisiones para hacemos percibir la realidad, tal y como interesa que la interpretemos.
Incluso en los debates o tertulias, apelando a la democrática libertad de expresión -cuando no se trata un tema ridículo, rozando lo absurdo- se ofrecen una serie de visiones aparentemente diferentes, pero que nunca ponen en tela de juicio cuestiones más profundas, en las que, casualmente, todos l@s contertuli@s están de acuerdo. Las cuestiones, en definitiva, que interesan al poder. Lo demás son matices sin apenas importancia.
Este es el truco de la «fingida disidencia». La democracia permite que la voz del pueblo sea escuchada, pero la TV se encarga de que sólo se oiga (o por lo menos se oiga mucho más fuerte) la voz de l@s «disidentes institucionales». En la actualidad estamos empezando a oír, la nueva forma de TV del futuro: la tele por cable (que aumenta notablemente el número de canales) y la tele interactiva (posibilidad de elegir programas e incluso de cambiar el argumento de una telecomedia). Mucho nos tememos que estos avances sólo van a suponer para nosotr@s, el aumentar nuestro abanico de elección del canal que nos «lavará» el cerebro y el de damos a elegir (como en los «debates») entre varias posibilidades, dentro de lo que ell@s quieran que recibamos respectivamente.