Los contenidos que compartimos muchas veces incluyen información falsa diseñada para generar un impacto social. Estas operaciones resultan en gran medida exitosas porque conviven con nuestros prejuicios y/o necesidad de confirmar nuestras creencias.
¿Por qué creemos cosas que son obviamente falsas? Porque pocas cosas en este mundo son realmente obvias. Nuestras certezas se forjan a partir de las relaciones que mantenemos con otras personas, de nuestra pertenencia a comunidades o por lo que expresan actores o instituciones en las que confiamos. De allí que cuanto más alejados estemos de la evidencia, más dependeremos de creencias colectivas que nos inviten a sacar conclusiones –en ocasiones, sesgadas– que median entre las cosas y sus indicios. Tan es así que las razones que nos llevan a consumir noticias falsas no son muy distintas de aquellas que nos motivan a republicar información que sí haya sido verificada. En gran medida, porque los contenidos que compartimos en redes sociales nos interpelan afectivamente y emocionalmente, independientemente de las pericias que podamos hacer sobre ellos.
¿Cómo se crean las fake news? ¿Quiénes y por qué las viralizan? ¿Cuán efectivas son en el diálogo político virtual? Estas inquietudes alcanzaron niveles de preocupación descomunales durante la pandemia, en alguna medida porque lograron instalarse en la agenda de preocupaciones de políticos, medios y ciudadanos. Pero lo cierto es que no se trata de un fenómeno nuevo: probablemente los daños pandémicos sean menos intensos que los generados en campañas electorales, durante crisis políticas generalizadas o en los escenarios destituyentes de los últimos años.
El libro Fake news, trolls y otros encantos muestra que la eficacia de las estrategias de desinformación se explica, en parte, por la ruptura de los consensos cognitivo, político y ciudadano.
RUPTURAS Y POLARIDADES
La ruptura del consenso cognitivo nos invita a aceptar evidencia que apoya nuestras creencias y a descartar aquella que no coincide con lo que queremos probar. El sesgo de confirmación –otra forma de expresarlo– nos lleva a buscar aquellos datos que nos devuelven la respuesta que esperamos y confirman las presuntas hipótesis de las que partimos.
Dicha ruptura puede ayudar a explicar la diferencia nada trivial entre noticias falsas y fake news. Las noticias falsas se refieren a un contenido espurio que no ha sido verificado, aun cuando no resulten de operaciones tendientes a ofender o atacar a otros. Más importante aún, la noticia falsa funciona para completar vacíos en la información toda vez que carecemos de certezas que expliquen los eventos. Cuando la covid-19 recién empezaba a expandirse en todos los continentes, Max Fisher explicó en el The New York Times que “los rumores de curas secretas –cloro diluido, apagar los dispositivos electrónicos, comer bananas– prometen la esperanza de protección contra una amenaza a la que ni siquiera los líderes mundiales pueden escapar”. Dicho de otra forma, cuanta mayor es la distancia entre los datos que constatan los daños del virus y la información que aún permanece sin aclarar, más intervienen nuestros prejuicios para explicar los alcances de la pandemia. Presos de nuestros sesgos, acogemos recetas mágicas que disminuyan la perplejidad dominante en tiempos de soledad y de distanciamiento que se volvieron intolerables.
La ruptura del consenso político busca provocar una respuesta o producir un efecto político. Cuando se ejerce violencia discursiva –dentro y fuera de las redes sociales–, el objetivo no es informar sino generar un daño en el oponente o aumentar la visibilidad de ciertos temas sobre los cuales se posee una ventaja comparativa. Los partidos y sus dirigentes, los medios o algunas de sus celebrities, las corporaciones y otro tipo de actores pueden verse confiables al expresarse sobre ciertos asuntos por cuanto se les atribuye idoneidad para manejarlos o pronunciarse sobre ellos. En la Argentina, el peronismo es percibido frecuentemente por sus votantes como un partido que tiene la capacidad para incrementar el empleo y distribuir el ingreso. El macrismo, en cambio, apuesta a promesas en materia de seguridad ciudadana, libertad individual y meritocracia. Por ello, no llama la atención que los eventos impulsados por la oposición cambiemista que mayor visibilidad cobraron entre sus estrategias comunicacionales –con elocuente contundencia en el terreno digital– estuvieran relacionados con una preocupación latente en los argentinos que se activa una y otra vez: la inseguridad ciudadana y el temor al delito. Un asunto que ha vuelto a ubicarse entre los top five de los sondeos de opinión.
NARRATIVAS BALCANIZADAS
Finalmente, se produce una ruptura del consenso ciudadano cuando las narrativas políticas se balcanizan. Por ende, las creencias y la evidencia que sostienen nuestros enunciados se distinguen de aquellos que promueven los miembros de otras comunidades, con quienes disentimos hasta extremos irreconciliables. Aquí es donde la polarización percibida juega un papel fundamental. Lo que nos aleja de otros partidos como de sus dirigentes, por caso, no depende de acuerdos o desacuerdos racionales con sus políticas. La polarización afectiva se expresa en las emociones que despiertan en nosotros los mensajes políticos: nos producen odio y asco o, por el contrario, nos generan entusiasmo para compartirlos.
Esa respuesta afectiva también explica por qué se acogen fake news así como cualquier otro tipo de contenido que se comparte, más allá de su verificación. Las reacciones que observamos en redes sociales (compartir, responder, gustar o, incluso, ignorar mensajes) no responden solamente a un alineamiento cognitivo después de interpretar un evento lógicamente. Son, ante todo, una defensa encendida de creencias propias ante los objetivos comunicacionales del “otro”. Más allá de las disquisiciones exhaustivas, la información política nos “hermana”, nos brinda un marco de contención en el plano afectivo, además del ideológico. Los intensos, los violentos, aunque también los usuarios de a pie buscamos datos que confirman nuestros prejuicios, los publicamos en las redes sociales y aceptamos que nuestras convicciones y los datos fácticos que las justifican se distingan de las de quienes nos atacan. En un mundo plagado de violencias y abusos, el objetivo de un troll es callar a su oponente. La efectividad de las fake news pasa por enlodar la cancha y vaciar la arena discursiva.
Fuente: https://carasycaretas.org.ar/2020/11/05/toda-fake-news-es-politica/