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Todos al suelo: todos somos gilipollas

Fuentes: Rebelión

Nos toman el pelo todos los días y tragamos con las mentiras como si nada. Sin falsedades no podría mantenerse el tinglado capitalista. Y cuando nos mienten, pero acto seguido nos descubren la falsedad, clamamos al cielo. Estamos tan acostumbrados a las mistificaciones cotidianas de la realidad que no soportamos la verdad cruda y llana.  […]

Nos toman el pelo todos los días y tragamos con las mentiras como si nada. Sin falsedades no podría mantenerse el tinglado capitalista. Y cuando nos mienten, pero acto seguido nos descubren la falsedad, clamamos al cielo. Estamos tan acostumbrados a las mistificaciones cotidianas de la realidad que no soportamos la verdad cruda y llana. 

Hablamos de la polvareda que ha levantado Jordi Évole con su programa de ficción sobre los sucesos golpistas del 23F de 1981 en España, en el que jugaba con la tesis de que la asonada militar ultraderechista habría sido provocada a conciencia para fortalecer la democracia. En sentido estricto, se trata de un guión blando y políticamente correcto, otra cosa hubiera sido que la tesis de ficción defendida hubiese tomado a Juan Carlos de Borbón como protagonista estelar e instigador en la sombra del fallido golpe de Estado. Esta perspectiva sí hubiera sido valiente, habiéndose podido especular con la trama y sus derivaciones en los poderes financieros y la clase alta presuntamente responsables y avalistas del acontecimiento histórico relatado.

Évole y La Sexta no pueden ir tan lejos, sus límites, más allá de los temas tratados, se inscriben dentro del bipartidismo, con tendencia manifiesta al PSOE y una actitud crítica de estética alternativa muy posmoderna copiada de los eslóganes del movimiento 15M. Salvados y su director, a pesar de su audiencia masiva, simplemente se instalan en un nicho marginal que deja el régimen para que otras voces formalmente disidentes representen informativamente un amplio espectro de izquierdas desencantado con el sistema nacido en la transición posfranquista. Ese es su cometido: rellenar la ausencia de medios de comunicación de izquierdas y fijar a su potencial electorado en el interior del orden establecido.

El programa de marras comentado ha sido un espectáculo de éxito, que era la primera meta buscada, afianzar la audiencia y lograr un impacto publicitario evidente. Ahora bien, su estela deja interrogantes bastante graves. Nada sabemos en realidad de los entresijos del 23F. Todo permanece en secreto o entre tinieblas. Nos manipulan y somos incapaces de contrarrestar los efectos de las tergiversaciones mediáticas. El poder fáctico sigue escondido en lugares inaccesibles para la democracia parlamentaria cooptada por PSOE y PP.

Lo cierto es que el show televisivo desvía la atención de los problemas políticos y sociales diarios más acuciantes. Ahora estaremos hablando sin parar de Évole y su genial atrevimiento durante varias jornadas, siendo el tema favorito de contertulios y espacios de debate en todas las cadenas de televisión. Algunos, los más profundos de la órbita mediática, elevan en apariencia su discurso, argumentando acerca de los límites éticos del periodismo. Son los mismos que viven de él, firmando noticias y artículos falaces para mantener el empleo y seguir en plantilla del sistema.

Libertad de expresión, independencia, objetividad y verdad, bellos conceptos maltratados y vejados todos los días por profesionales de diferentes sensibilidades. Un medio de comunicación es una empresa más que fabrica noticias e ideología constantemente, sirviendo a su consejo de administración y al capital que le da impulso y cobertura. A partir de esta verdad axiomática, el debate puede centrarse en su profunda complejidad.

Ninguno de los conceptos antes señalados son impolutos o puros en su esencia constitutiva. Crecen, se desvirtúan y se modifican en contacto con la realidad social y los intereses de clase, quebrándose su ejercicio pleno al supeditarse a la condición de asalariado dependiente del emporio mediático de turno.

Todos los que predican el ideal de un comunicador solo obligado por la verdad, la independencia y la objetividad, mienten a sabiendas. Évole ha hecho lo que ha podido: vender estupendamente bien su trabajo y conectar con una izquierda difusa mediante un mensaje contestatario muy del gusto de la audiencia a la que se dirige. La Sexta sabe trabajarse a la perfección el oído del desencanto social sin soltar amarras con el statu quo.

Una vez conocidos los límites insalvables de la sociedad y el contexto que habitamos, sí se pueden sacar consecuencias más certeras del ya famoso programa sobre el 23F. Nos causa asombro que nos mientan y que nos digan con cinismo que nos han mentido. Esto demuestra que nos tragamos las mentiras políticas e ideológicas habituales sin resortes mentales ni psicológicos para desvelar las falsedades en que vivimos cotidianamente. Aquí reside el quid de la cuestión.

La verdad radical es que todo es mentira en el capitalismo. La mentira es la mercancía con mayor valor añadido en el escaparate comercial. Por eso, nos quedamos de piedra cuando nos descubren una falacia palmaria, pero no vamos más allá de la zozobra inicial al haber caído como pardillos en la patraña que nos han contado. Nos avergüenza conocer que seamos tan endebles, tornadizos e inocentes ante el imperio mediático.

Consumimos relatos como posesos. Viajes exóticos. Coches fantásticos. Goles históricos. Elixires fabulosos. Detergentes, en definitiva, que nos dejan el cerebro limpio y de una blancura celestial.

Vivimos de pequeños cuentos que nos cuentan desde arriba donde adoptamos avatares de ficción que nos permiten protagonizar aventuras intangibles que siempre acaban en autoculpabilidad, sueños imposibles o en la adquisición de un fetiche intrascendente. Sin hacernos preguntas comprometidas sobre el mundo que nos rodea. Cuando el fetiche cultural se rompe en el olvido o por su uso compulsivo, nos lanzamos de lleno al siguiente relato, al nuevo avatar, al nuevo vacío existencial. Évole nos ha dicho a la cara que somos gilipollas, pero con amabilidad exquisita. Es lo máximo que podía decirnos. La disyuntiva es clara: o continuamos en la mentira absoluta o pensamos por nosotros mismos. Como dijera Tejero en el Congreso de los Diputados el 23F, ¡todos al suelo! Todos somos gilipollas si nos tragamos las falsedades capitalistas, así a lo bruto, como si no fueran con nosotros.  

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.