Vivimos una sociedad marcadamente iconográfica, donde la economía en el mensaje es un valor en alza y «una imagen vale más que mil palabras». En ese contexto, la lógica nacida de la simplificación ha creado un espejismo de democracia ilustrada a través de la cultura audiovisual, que elimina todo aquello que implica tiempo y profundidad […]
Vivimos una sociedad marcadamente iconográfica, donde la economía en el mensaje es un valor en alza y «una imagen vale más que mil palabras». En ese contexto, la lógica nacida de la simplificación ha creado un espejismo de democracia ilustrada a través de la cultura audiovisual, que elimina todo aquello que implica tiempo y profundidad en el discurso. No importa si el mensaje llega sesgado o parcialmente argumentado, lo importante es que sea lo suficientemente persuasivo e instantáneo para llegar a una mayoría.
El nacimiento de la televisión ha supuesto un hito importante en el establecimiento una cultura audiovisual, pero no es el único medio que ha contribuido a su desarrollo. El cine, la publicidad y la revolución introducida por la imagen digital e Internet, se unen en un universo mediático donde la complejidad y el volumen creciente de información, han hecho necesario el desarrollo de nuevas formas de expresión durante todo el siglo XX.
Probablemente, el homo videns identificado por Sartori sea fruto de su tiempo y de las circunstancias. Vivimos un mundo cada vez más complejo y comunicado entre sí, con enormes volúmenes de información que deben ser gestionados diariamente de un lado a otro del planeta. No hay precedentes en la historia de la humanidad de una situación similar y sin embargo, de forma paralela a la llamada Era del Conocimiento, asistimos a un fenómeno paradójico de involución en el pensamiento y crisis de las ideas que nos conduce inevitablemente a cierta banalización de la sociedad.
En ese contexto, se sitúa la crítica de Giovanni Sartori acerca del lenguaje televisivo y la muerte de la cultura escrita. La crisis del pensamiento lateral y pérdida progresiva de capacidad crítica en la sociedad audiovisual que retrata el autor, puede ejemplificarse en tres formas de cómo «matar al maestro» en favor de la mayoría indocumentada creada por el medio televisivo:
1. El debate televisivo: prohibido aburrir
Los contertulios permanecen callados mientras el presentador abre el programa. Son presentados, uno por uno, en un relato de sus méritos académicos y profesionales. Todos representan su papel, mientras el presentador repasa rápidamente las razones por las que la cadena ha contado con su presencia. Una vez cumplido el protocolo de las presentaciones, comienza un debate televisivo más.
Las reglas son sencillas: no profundizar en el tema, no extenderse y emplear un lenguaje sencillo, lejos de la conceptualización. No aburrir al espectador, en definitiva. Todo aquello que supone una ampliación, argumentación, disertación o explanación es inadecuado en las reglas del debate. El conocimiento o logos, se considera aburrido en el discurso televisivo. La televisión demanda algo más pasional, efectista, inmediato. más próximo al pathos aristotélico. De los tres grandes métodos clásicos de persuasión en la retórica (logos, pathos y ethos), la televisión ya ha anulado uno y va camino de eliminar otro desde el nacimiento de la tele-basura: el ethos o dimensión moral de espectador.
Con los tres métodos de persuasión, Aristóteles reflexionó sobre la Retórica, en la búsqueda de un equilibrio en el discurso, entre el ser racional y el ser emocional que nos identifica como individuos: la razón, las emociones y nuestra realidad físico-moral.
El saber requiere tiempo y «el tiempo es oro en televisión». De esta forma, esta democracia ilustrada creada por la cultura audiovisual, define las normas que rigen el discurso televisivo. Del logos al pathos, de la palabra escrita y racional, a la palabra escenificada, interpretada y emocional.
De ese modo, el debate televisivo huye del conocimiento empírico y la argumentación. Mata al maestro, porque interesa más el modo de llegar que el destino final. Se trata de una democratización del mensaje, en la que tiene más valor la forma que el contenido.
Cuando se invierte esa tendencia, tenemos un «debate aburrido» en términos de audiencia o un programa televisivo para minorías concebido para esa elite que viene del mundo de la palabra escrita.
2. Los informativos: comienza el espectáculo
Comienza el informativo. Música de entrada a la manera de las grandes producciones de Hollywood, el presentador nos narra lo ocurrido mientras las imágenes se suceden rápidamente ante nuestros ojos. Se trata de una gran tragedia, directa a nuestros corazones. Un niño llora, su madre le mece entre la desolación. Hay humo, ruido, explosiones, aún no sabemos qué ocurre, pero ya sentimos indignación por lo ocurrido. La audiencia ya está preparada para una gran noticia.
No importan los detalles que rodean a lo ocurrido, la imagen inicial ha sido suficientemente buena para detenerse a comprender la realidad. ¿Quién quiere comprender, después de haber visto?
Diría que el relato de la información, la noticia, es aquella parte del discurso televisivo donde el asesinato del maestro se produce con nocturnidad y alevosía. Verdaderamente, no importa la luz de la razón cuando las emociones se unen a la ética individual a través de la imagen. Como apunta esa máxima irónica del periodismo: «No dejes que la realidad te estropee una buena noticia».
Con demasiada frecuencia, las imágenes de un informativo nos llevan a emitir juicios erróneos. Cuando la luz de la razón se abre paso, a menudo es demasiado tarde para retirar de nuestra retina las imágenes vistas. La moda introducida en este tipo de espacios, da un tratamiento casi cinematográfico a la información que no puede competir con la realidad de los hechos.
El extremo de este asesinato del maestro, se produce cuando el informativo es además políticamente tendencioso o busca un interés paralelo a la obligación de informar. En ese caso, interviene además un factor de manipulación que busca la eliminación del método empírico como instrumento para llegar al conocimiento.
3. La Era Powerpoint: El Columbia, en 1120 palabras
Tras el lanzamiento del Columbia, los ingenieros de la Boeing Corporation prepararon 3 informes para la NASA sobre las posibles consecuencias del desprendimiento. Todos aquellos datos quedaron resumidos en 28 diapositivas de Power Point.
Bastó esa información (28 diapos x 40 palabras por cada una = 1120 palabras) para que los expertos de la NASA decidieran que el incidente no tenía mayor trascendencia, que el Columbia estaba a salvo y que no hacía falta seguir investigando sobre el problema.
Evidentemente, estaban equivocados. Y la Comisión de Investigación demostró que el Power Point tuvo la culpa. No de que el Columbia se desintegrara. Sino de que nadie se diera cuenta de que eso iba a ocurrir. Es un ejemplo reciente de cómo la cultura audiovisual se impone a veces sobre la cultura escrita sin ninguna legitimidad.
Los tres ejemplos muestran las peores consecuencias de la cultura audiovisual sobre el modelo de sociedad que se está formando en los albores del siglo XXI, especialmente a través de eso que he denominado democracia ilustrada. De ningún modo, podemos ignorar la necesidad de cambio que ha introducido la Era de la Información en nuestras vidas y los beneficios vinculados a esta revolución. Pero será necesaria una profunda reflexión para equilibrar la necesidad de gestionar el conocimiento de un modo eficaz y sintético en un mundo marcadamente audiovisual, con la necesidad evolutiva de preservar el pensamiento crítico y ampliar sus horizontes mediante la ciencia y la cultura.
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BIBLIOGRAFÍA
-SARTORI, Giovanni; Homo videns. La sociedad teledirigida ; Editorial Taurus, 1998
-ARISTÓTELES, Retórica; Rev. Lopez Eire, A.; Universidad de Salamanca
-NASA (National Aeronautics and Space Administration) , Conclusiones de la Investigación del Accidente del Columbia ; Agosto, 2003 http://www.nasa.gov/columbia/home/CAIB_Vol1.html