Es revelador observar cómo la «lógica» de la prensa de los países industrializados tiene ahora, respecto de Bolivia al menos, un objetivo unidimensional y casi excluyente: condicionar de antemano la gestión de Evo Morales que la semana pasada se convirtió en el primer candidato en ganar la presidencia por pluralidad de votos, desde que la […]
Es revelador observar cómo la «lógica» de la prensa de los países industrializados tiene ahora, respecto de Bolivia al menos, un objetivo unidimensional y casi excluyente: condicionar de antemano la gestión de Evo Morales que la semana pasada se convirtió en el primer candidato en ganar la presidencia por pluralidad de votos, desde que la democracia fuera restaurada en su país hace 15 años.
El reflejo común de la prensa es tan común como previsible; se trata de abrir, como verdadero agujero negro, el interrogante sobre las intenciones reales de Morales, (¿Será un líder obnubilado por una visión radicalizada o un presidente «sensato»? es la pregunta reiterada), a la vez que el énfasis descriptivo es puesto en su relación con el «demagogo» Hugo Chávez -como lo caracterizó la página editorial de The New York Times el domingo pasado- y en la admiración manifestada por el presidente electo hacia Fidel Castro.
Los Angeles Times propuso un enfoque aun más drástico, sugiriendo que Morales retomaría las cosas allí donde las dejó Ernesto «Che» Guevara tras ser asesinado, precisamente en Bolivia hace más de tres décadas. Anticipar este paralelo tiene un único y transparente objetivo: el «Che» ensayaba, en el momento de su muerte, la guerra de guerrillas. Sugerir que Morales proseguirá su lucha deja implícito y en superficie el fantasma de la violencia. Esto aunque sobre Morales y su historia como dirigente social y político no pese la más ligera de las sombras violentas.
El recurso no es nuevo. Ya lo emplearon con Lula da Silva machacando con su trayectoria como líder sindical y con cada frase crítica suya acuñada contra el sistema capitalista. Debe ser tentador para los editorialistas de la sensatez pensar que esta presión les dio resultados ante la continuidad de la política económica conservadora por la que optó Lula. ¿Por qué no aplicarle a Morales la misma mal disimulada difamación por anticipado?
Es precisamente lo que sugiere en su más reciente edición el semanario inglés The Economist cuando le aconseja con curiosa generosidad al boliviano emular a su colega brasileño y tomar distancia de Chávez.
Es llamativo que cada uno de los materiales citados reconozca en algún punto del texto que las políticas que imperaron en Bolivia desde los años 80 hasta hoy -ortodoxia fiscal y privatización del patrimonio público- no han beneficiado más que a las elites blancas que componen algo más del 3% de la población. Estas controlan el grueso de los resortes económicos.
El argumento abandona la lógica cuando, por ejemplo, los artículos reconocen que esas políticas fracasaron, al menos en América latina, y pese a esto aseguran, como The Economist, que son «ahora más necesarias que nunca.»
¿Es el fracaso económico un imperativo que no hay que abandonar? Este parece ser el verdadero interrogante que Morales deberá despejar.