La Argentina sigue bailando al ritmo de la música que ejecuta el siempre sorprendente peronismo. Un peronismo que, como recordaba hace poco Juan Carlos Torre, tiende a comportarse como un sistema político en sí mismo: como oficialismo y la principal oposición. Un peronismo tan alejado de la imagen idílica que trasmitía días atrás la columna […]
La Argentina sigue bailando al ritmo de la música que ejecuta el siempre sorprendente peronismo. Un peronismo que, como recordaba hace poco Juan Carlos Torre, tiende a comportarse como un sistema político en sí mismo: como oficialismo y la principal oposición. Un peronismo tan alejado de la imagen idílica que trasmitía días atrás la columna de Teodoro Petkoff en este mismo diario para contraponerlo con el chavismo en Venezuela -supuestamente incapaz de dejar herencia («Perón era un líder, la gente lo quería, pero además organizó un partido y a la clase obrera y eso le dio instrumentos de poder»).
Una lectura que pasa completamente por alto que en los 70 ese partido se enfrentó a tiro limpio entre izquierda y derecha.
Quizás lo novedoso de los saqueos de los últimos días sea que -por primera vez- esas redes difusas pero efectivas del PJ (punteros, patota sindical, barras bravas) se hayan activado contra un gobierno también peronista.
En 1989 o en 2001 los saqueos se organizaron -en medio de crisis de enormes dimensiones- contra gobiernos radicales.
Se puede sospechar o especular sobre quiénes organizaron los saqueos -y nadie dirá que Moyano tiene límites morales hacia acciones como esa- pero lo cierto es que el enrarecimiento del clima político es coincidente con los planes sucesorios y con la interna sindical al rojo vivo.
El problema para el Gobierno es que si la Plaza de Mayo del 19-D fue una bolsa de gatos (en la que una parte de la izquierda terminó enredada con lo peor de la burocracia sindical, además de compartir tribuna con la UCR en plena conmemoración del 19/20), del lado del oficialismo no se ve precisamente al bloque de la «reforma intelectual y moral» de la política.
Si se trató de usar el dictamen absolutorio del caso Marita Verón para demostrar el escándalo que es la justicia actual, no se avanzó mucho en poner la lupa sobre los potenciales vínculos entre Alperovich, las mafias de las tratas y los jueces corruptos… como mucho -y con suerte- el caso sacará de la línea sucesoria a Beatriz Rojkés -pero eso porque metió la pata con sus comentarios-. La renovación vía figuras como Axel Kicillof o Cecilia Nahón no parecen suficientes para construir una base sólida para el posperonismo, pero la invasión de La Cámpora alcanza para comenzar a desatar enfrentamientos de grandes proporciones. Otras cartas, como Amado Boudou fueron un fiasco total.
Pero debajo de la guerra de maniobras intraperonistas hay un empeoramiento de la situación económica/social. Cuando algún funcionario decía que no es la «cuestión social» la que incentivó los saqueos (porque los saqueadores se llevaban plasmas), acotaba demasiado esa cuestión.
Más allá de la inflación -que afecta aún más a los trabajadores precarios o desocupados-, está puesto en tela de juicio el modelo de desarrollo vigente. Está muy bien que haya aires acondicionados, ventiladores y plasmas para todos (tema sobre el que Néstor Kirchner, dicen, llevaba un registro riguroso en su libreta), y sin duda el seguro universal es una política social innovadora y oportuna. Pero no es casual que los saqueos empezaran en Bariloche -ciudad emblemática en términos de segregación-. Y sobre esas fracturas socioespaciales en la Patagonia, heredadas de los 90 y en muchos casos profundizadas en los 2000, echa luces, en un registro literario, la novela Donde están enterrados nuestros muertos, de Maristella Svampa.
El auge minero convive con tendencias a la precarización de la vida social; la inflación -pese a los aumentos salariales- no puede seguir en los valores actuales, porque como lo dijo la propia Presidenta en Harvard, con 23% de inflación un país explota; las políticas sociales masivas no han debilitado a las redes de narcotráfico en connivencia con policías e intendentes.
Que el festejo de la hinchada de Boca el 12-12-12 derivara en una especie de vandalismo generalizado quizás dice algo sobre la «cuestión social».
No cabe duda que estamos mejor que en el 2001, pero eso no quita desconocer que se ven varios signos de agotamiento del modelo, lamentablemente con más relevos por derecha que por izquierda.
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