En septiembre de 1965 frente al Café Haití, en la calle Ahumada, en pleno centro de Santiago, Manuel Cabieses Donoso y Mario Díaz Barrientos salieron a vender el primer número de Punto Final. Los jóvenes, jefe de redacción y director entonces de lo que hasta ese día era algo desconocido, trabajaban como reporteros del vespertino […]
En septiembre de 1965 frente al Café Haití, en la calle Ahumada, en pleno centro de Santiago, Manuel Cabieses Donoso y Mario Díaz Barrientos salieron a vender el primer número de Punto Final. Los jóvenes, jefe de redacción y director entonces de lo que hasta ese día era algo desconocido, trabajaban como reporteros del vespertino Última Hora y con sus salarios financiaban la nueva publicación. Nacía así una revista que nunca ha contado con el respaldo de anuncios comerciales y que ha dependido siempre de sus suscriptores y amigos. Lo decía en su editorial inaugural: «Cree que las grandes masas son las protagonistas de la historia y se coloca a su servicio. Pero no se encajonará en fronteras artificiales, no rehuirá la polémica ni sentirá temor de decir la verdad.»
Surgía un fenómeno novedoso que muchos suponían habría de perdurar poco. Una más de esas aventuras juveniles destinadas a quedar, para sus autores, cuando llegase la inevitable madurez, como un recuerdo grato, portador de añoranzas y nostalgias igualmente inevitables.
Pero el sueño cumple ahora medio siglo. A lo largo del tiempo transcurrido Punto Final se ha mantenido fiel, siempre al servicio de las masas populares y sus luchas y con su pensamiento abierto, incluyente, crítico, ajeno a todo sectarismo. Por eso es hoy mucho más que aquella modesta publicación fruto del altruismo, la generosa entrega de un puñado de idealistas, Punto Final es ya un medio de información y opinión irremplazable en Chile y en América Latina, punto de referencia que nadie puede ignorar, lectura obligada para todos, incluso para quienes quisieran que no existiese y le niegan cualquier contribución.
Desde sus inicios fue vehículo de expresión y movilización de los sectores oprimidos y marginados y de sus aspiraciones a un Chile verdaderamente democrático. La inspiraba el ideal socialista aunque no la dirigía ningún partido y sus redactores eran independientes o militaban en las diversas tendencias del amplio espectro de la izquierda chilena. Más de una vez fueron encarcelados y la revista fue requisada y su circulación prohibida.
Punto Final ha sido ejemplo invariable de internacionalismo y solidaridad latinoamericana. Lo fue desde el principio defendiendo a la Revolución cubana que en los años sesenta del pasado siglo encarnaba, solitaria, la dignidad latinoamericana y concentraba el odio y la agresividad del Imperio. Lo sigue siendo hoy con su respaldo consecuente a la Revolución bolivariana de Venezuela y a los demás gobiernos progresistas del Continente incluyendo al de Bolivia cuyo derecho a una salida soberana al mar ha sabido sostener frente al chovinismo.
La Resurrección del Che
Punto Final fue especialmente solidaria con la proeza que Ernesto Guevara y sus compañeros libraron en suelo boliviano, gesta necesaria a la emancipación definitiva de un Continente al que mucho antes José Martí había llamado a luchar por su segunda, verdadera, independencia.
Encarando obstáculos descomunales, entre otros, el aislamiento y la ausencia de apoyo de algunos pretendidos revolucionarios, acorralado por una fuerza militar incomparablemente superior equipada, entrenada y dirigida por Estados Unidos, el pequeño grupo sufrió una derrota el 8 de octubre de 1967. Herido, desarmado y aquejado por el asma el Che fue capturado y asesinado por esbirros de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que operaban como oficiales del ejército boliviano.
Sus captores le ocuparon el Diario que entre el 7 de noviembre de 1966 y el 7 de octubre de 1967, había registrado los sucesos y sus reflexiones de once meses. Los asesinos planearon explotar al máximo aquel botín de guerra. Tergiversando y falsificando sus palabras seguramente hubieran podido divulgar un material espúreo que, al mismo tiempo, les habría dado pingües ganancias. Intentaban matar verdaderamente al Che aniquilando su memoria, hundirlo para siempre en el olvido. La diabólica operación fracasó estrepitosamente. Y en ello Punto Final desempeñó un papel decisivo.
Alguien se arriesgó haciendo llegar clandestinamente a P.F. una copia fiel del Diario. Los responsables de la Revista, arrostrando también riesgos y dificultades, la enviaron a Cuba que lo reprodujo en una edición masiva la cual tendría también una importante difusión en Europa.
El número 59 de P.F., correspondiente a la primera quincena de julio de 1968, entregaba por primera vez a los lectores latinoamericanos el excepcional documento, testimonio irrecusable de su autor, el último texto del Che, escrito y rubricado con su propia sangre.
La autenticidad del Diario tuvo que ser admitida por los militares bolivianos después de fracasar también en vanos intentos para ignorarlo.
Traducido a numerosos idiomas, reproducido una y otra vez, el mensaje del Che ha sido y es fuente de inspiración para millones que nacieron después del crimen de la Higuera.
De la Esperanza a la Barbarie y a la Nueva Esperanza.
Punto Final fue indispensable al auge del movimiento popular que culminaría en la elección del Presidente Salvador Allende cuyo equipo de gobierno integraron algunos de sus redactores. La revista mantuvo su actitud independiente dando pleno apoyo al nuevo gobierno al tiempo que criticaba errores e inconsecuencias, alertaba sobre los peligros y movilizaba a las masas frente a las conspiraciones del imperialismo y una derecha recalcitrante.
El 11 de septiembre de 1973 apareció, en algunos quioscos, la edición No. 192 de Punto Final en la que denunciaba, en diversos artículos, las acciones represivas de las fuerzas armadas, preámbulo al golpe de estado fascista que se produciría esa mañana. Sucesivos Bandos de la Junta militar darían cuenta de la despiadada represión desatada por los usurpadores que, de un manotazo, destruyeron la institucionalidad, implantaron el terror generalizado, sitiaron y bombardearon La Moneda, donde resistió heroicamente el Presidente Allende.
La prensa fue un objetivo prioritario para los sublevados. Augusto Pinochet, el traidor devenido dictador, emitió, en su propia voz, órdenes terminantes: «además de las medidas que existen sobre radio y televisión, no se aceptan, repito, publicación de prensa de ninguna especie. Y aquella que llegara a salir, además de ser requisada, motivará la destrucción de las instalaciones en las que fue editada. Cambio… Ehhh, justamente, el personal que trabaja allá en Punto Final, todo el mundo ahí debe ser detenido. Cambio».
Comenzaba el período más triste y doloroso de la historia chilena. Incontables fueron los asesinados, los torturados, los desaparecidos, los perseguidos. Entre ellos los que hicieron posible Punto Final a quienes rendimos nuestro homenaje de gratitud y admiración.
Ellos viven porque Punto Final, pese a todos los pesares, no murió. Reapareció más tarde en el exilio mexicano. Y regresó a Chile a dar nuevas batallas, siempre con el pueblo humilde, en una etapa compleja y contradictoria, en la que nada sustituye a «la Revista que ayuda a pensar».
En este aniversario escuchemos la voz de quienes cayeron en el largo y duro camino pero aún nos convocan: «Hasta la Victoria Siempre».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.