TRAFICANTES DE INFORMACIÓN. Pascual Serrano. Foca, 201. 335 págs.
Los medios de comunicación han constituido tradicionalmente un pilar fundamental de la democracia representativa y han actuado como bastión de sus ideales de libertad, pluralidad e independencia del poder político, sirviendo de contrapeso al mismo. Sin embargo, el llamado «cuarto poder» ve diluirse buena parte de los principios originales del periodismo a la velocidad con la que grandes corporaciones industriales o financieras entran en el accionariado de los grupos mediáticos y estrechan sus lazos con grupos de poder.
Como se ha señalado, en la sociedad global los medios convencionales suponen algo aún más crucial que meros altavoces de los poderosos porque se han convertido en un espacio donde se genera el poder. La consecuencia inmediata es que la información se convierte en mercancía que se fabrica de la forma en que mejor satisfaga los requerimientos empresariales y del poder. Esto tiene un efecto devastador sobre la información, ya que no sólo incide sobre la calidad de la misma, sino que se ofrece a la audiencia un ángulo de visión muy esquinado desde el que mirar el mundo, unas lentes unificadas y unificadoras que oscurecen más que aclaran las claves para interpretar la realidad.
Los medios convencionales ponen en entredicho de forma creciente uno de sus principios fundamentales de su labor, y es su función social, que queda como un valor relegado a algún que otro resquicio de los medios públicos y un puñado de voluntariosos y encomiables profesionales y/o medios críticos. La función social del periodismo implica elaborar información de calidad que permita a los ciudadanos formarse una opinión bien informada con la que ejercer su participación en la sociedad democrática. O como sintetiza el veterano periodista José Manuel Martín Médem, «el buen periodismo es el que potabiliza la información para nutrir democráticamente a los ciudadanos». [1]
Esta tendencia, sin embargo, no es nueva. Hace ya tres décadas que empezó a revertirse el enfoque social y comprometido de la información en los grandes medios informativos. El punto de máximo auge de la perspectiva social coincidió con la publicación del Informe McBride por la UNESCO en 1980. En él se hacía un llamamiento para frenar los procesos de concentración y monopolio cultural, eliminar los desequilibrios informativos Norte-Sur y estimular políticas nacionales de acuerdo al «derecho a la comunicación», lo que implica que todos los ciudadanos puedan acceder y participar en los procesos comunicativos. La reacción no se hizo esperar y ciertas empresas informativas arremetieron contra este modo de entender la comunicación. Lo que siguió fue la peculiar manifestación de la ofensiva neoliberal en el ámbito de la comunicación. De sus resultados, tres décadas después, es precisamente de lo que habla Pascual Serrano, un concienzudo (y concienciado) periodista de investigación, impulsor y, hasta recientemente, responsable de la página informativa Rebelión, en sus libros Desinformación (2009) y Traficantes de información (2010).
En contraste con la extendida tendencia entre el colectivo de periodistas a eludir mirarnos y evaluar el mundo de la información con ojos críticos, en sus dos últimos trabajos Serrano enfoca su atención en los medios y, en concreto, en las empresas informativas tradicionales, haciendo un ejercicio de autoexamen desde dentro de la profesión. Serrano continúa en estos dos títulos la senda de análisis crítico de los medios en España que en los años setenta y ochenta alimentaron autores como Vicente Romano y Enrique Bustamante.
La mirada crítica e incisiva del autor arroja luz sobre aquello que las empresas informativas prefieren mantener oculto: su forma de operar, de manejar y moldear la información, su connivencia y colaboración con el poder, los entresijos accionariales de sus negocios… todo ello nos permite asomarnos a las «alcantarillas» del sistema y ver cómo funciona a través de uno de sus principales pilares, los medios de comunicación.
En Desinformación , que lleva el sugerente subtítulo «Cómo los medios ocultan el mundo», a lo largo de las más de 600 páginas, Serrano desarrolla un análisis sobre el tratamiento de la información en los medios dominantes, ocultando, desvelando o simplemente falseando, según conviene, a través de prácticas como la selección sesgada de la información, la frecuente omisión de contexto, antecedentes o consecuencias -lo que impide que la audencia aprehenda las claves de un acontecimiento-, el fomento de la ilusión de objetividad -cuando toda información, desde el momento en que es selección de la realidad, implica subjetividad-, y el modo en que se enarbola una supuesta asepsia e imparcialidad informativa que a lo largo de los numerosos casos que recoge el libro se demuestra falsa. Otro tanto cabe decir de la utilizacion interesada que los medios hacen del lenguaje para servir sus propios fines, o, en palabras del autor, «el uso de un lenguaje aparentemente neutral cuando se está opinando, neutralidad cuando hay parcialidad y distanciamiento cuando el medio se está implicando» (p. 52).
Después de (d)enunciar las bases de funcionamiento del modelo de desinformación al que nos someten los medios convencionales, el autor realiza un repaso minucioso de la complicidad entre poder económico, poder político y medios convencionales a través de ejemplos informativos concretos.
Utilizando una estructura con criterio geográfico, Serrano repasa, continente por continente y a través de un exhaustivo análisis, las principales claves de la política internacional de cada región para luego introducirnos en los casos más lacerantes de desinformación, poniendo blanco sobre negro entre lo que se nos dijo y lo que realmente fue. El autor no olvida incluir un capítulo final con propuestas sobre qué hacer que devuelve al lector al camino de la acción, después del estupor producido por los manejos informativos de medios bien asentados.
A lo largo de estas páginas se pone de manifiesto el monocromático panorama informativo que atravesamos -con alguna gama de grises-, y que desmiente la aparente diversidad mediática. La exuberancia de cabeceras, emisoras y canales televisivos, lejos de aportar diversidad de foco, generan una sobreabundancia de información que aturde . Además, disimulado bajo la ficción del pluralismo informativo, en realidad, un puñado de grandes corporaciones de comunicación globales con intereses en otros sectores -inmobiliario, financiero, de telecomunicaciones, energético…- se reparten el pastel de la información. O quizá es más bien al revés: enormes conglomerados industriales o financieros que controlan medios de comunicación. Este es el triste punto en que nos encontramos.
Conocer los entresijos de los negocios de comunicación que nos tocan más directamente es el objetivo de Traficantes de información, el título más reciente de Serrano en el que aborda «La historia oculta de los grupos de comunicación españoles», como indica el subtítulo del libro. El autor realiza un análisis de los nueve principales grupos de comunicación españoles (Prensa Ibérica, Vocento, Antena 3-Planeta, Grupo Zeta, Godó, Prisa, Telecinco, Unidad Editorial, Mediapro-Imagina) y de algunos otros de menor tamaño (COPE, Intereconomía, Libertad Digital, Promecal). En palabra del propio autor, si en Desinformación «presentaba la distancia entre la realidad y la información que nos llega a través de los medios», en Traficantes … se trata de «saber quiénes son esos que no nos informan».
Entre otros puntos, el libro pone de manifiesto la elevada concentración del panorama comunicacional español en unas pocas manos que controlan la mayoría de las audiencias a través de distintos canales: son grupos que dominan los principales ámbitos multimedia, ya sea prensa, radio, TV, contenidos digitales, editoriales o agencias de publicidad. Igualmente, llama la atención la interconexión de sus capitales, lo que da como resultado que grupos que son feroces competidores en un sector mediático, son socios en otro. Esto, junto al hecho de que algunos grupos cotizan en las bolsas de valores, resalta hasta qué punto la comunicación se ha convertido en un negocio más, desatado de los principios originales del periodismo y de su responsabilidad social. Llama también la atención la frecuencia con que los empresarios de la comunicación tienen asuntos pendientes con la justicia, lo que en algunos casos raya con el «mafioseo».
La desoladora sensación que puede embargar al lector cuando concluye la última página bien pudiera actuar como revulsivo para decidir dejar de ser intoxicado cada mañana con la información al uso y buscar medios de comunicación «alternativos» con los que informarse, medios que buscan la calidad y escapan de los meros intereses comerciales. Muchos de ellos se publican a través de internet, donde el control de los grandes grupos mediáticos está más diluido, pero existen otras experiencias -en Francia o Estados Unidos- de prensa financiada por los propios lectores que abren nuevas perspectivas a las empresas informativas sin caer en la comunicación como negocio.
En síntesis, ambos libros constituyen una herramienta útil y hasta necesaria para todos aquellos involucrados en el mundo de la información, la educación, los movimientos sociales o, simplemente interesados en conocer más a fondo los resortes del poder.
Nuria del Viso. Área de Paz y Seguridad de CIP -Ecosocialy coordinadora del boletín ECO.
[1] N. del Viso, «Buen periodismo, o la vuelta a los orígenes», Boletín ECOS nº 13, enero-febrero 2011. http://www.fuhem.es//media/ecosocial/file/Boletin%20ECOS/Boletin%2013/Buen_periodismo_o_%20la_vuelta%20a%20los%20origenes_conversacion_coral.pdf