Leo en El País que la cotizada modelo alemana Heidi Klum ha asegurado sus piernas como parte de una campaña para la marca de electrodomésticos Braun (1). Es una noticia banal (no ocupa más de dos parágrafos) y menor. No es el tipo de cosas que uno retiene cuando las noticias sobre la inflación y […]
Leo en El País que la cotizada modelo alemana Heidi Klum ha asegurado sus piernas como parte de una campaña para la marca de electrodomésticos Braun (1). Es una noticia banal (no ocupa más de dos parágrafos) y menor. No es el tipo de cosas que uno retiene cuando las noticias sobre la inflación y el paro han saltado de las páginas de economía a la portada de los diarios. Pero en el detalle está el diablo.
El ardid publicitario de Braun dista mucho de ser nuevo: la 20th Century Fox ya hizo asegurar en su día las de la pin-up, actriz, cantante y bailarina estadounidense Betty Grable (1916-1973) por un millón de dólares en la aseguradora Lloyds de Londres. Las piernas de Klum, en cambio, han sido tasadas con dispar fortuna: la derecha lo ha sido por 1.200.000 dólares, mientras que la izquierda se ha quedado en un millón, porque presenta una pequeña cicatriz sobre la rodilla. «Me examinaron en Londres. Vino un tío e inspeccionó detalladamente cada una de mis piernas», ha declarado la modelo alemana.
Como la cosificación de la mujer que se desprende de esta operación comercial resulta muy obvia, creo que me puedo ahorrar el comentario. Lo que ya me suscita serias dudas es el criterio económico empleado: ¿Por qué un millón doscientos mil dólares? ¿Por qué no un millón trescientos mil, un millón cuatrocientos mil o un millón quinientos mil? ¿A cuánto se debe de pagar un brazo? ¿Existirán tablas para estas cosas? La respuesta a algunas de estas preguntas es, me temo, bastante más fácil de lo que pudiera parecer. Pónganse en la mente de un publicista: un millón es una cifra fácil de memorizar, pero como otras actrices y modelos ya habían puesto ese precio a ésa u otras partes de su cuerpo, había que superar ligeramente el listón. Algo tan absurdo como una penalización crematística por una cicatriz apenas perceptible no puede obedecer más que a una táctica publicitaria por intentar hacer parecer menos inalcanzable el modelo físico propuesto por las pasarelas, como si dijeran que, al fin y al cabo, hasta las top–models tienen sus (pequeños) defectos.
Ni que decir tiene a estas alturas que el capitalismo es -según célebre imagen de Walter Benjamin- una locotomora fuera de control. Mucho menos que, como aseguraba Marx, la suya es una realidad invertida, donde los sujetos y sus relaciones sociales tienen los papeles intercambiados. Fíjense bien: las piernas de Heidi Klum no son noticia por su particular belleza, ni porque gracias a ellas haya conseguido una hazaña como, pongamos por caso, escalar una montaña. ¿Por qué durante todo el tiempo en que Heidi Klum ha estado ejerciendo de modelo -una actividad asociada a la belleza física- no han sido noticia sus piernas? Bueno, si las piernas de Heidi Klum son ahora noticia es porque, sumadas, valen 2.200.000 dólares. ¿Valen las piernas de Heidi Klum 2.2000.000 dólares porque son hermosas, o por el contrario, son hermosas porque valen 2.200.000 dólares? ¿Nos parecerían más hermosas las piernas de Heidi Klum si en vez de 2.200.000 dólares valieran 3 millones o más? «Las cualidades del dinero son mis -de su poseedor- cualidades y fuerzas esenciales», escribió en una ocasión Marx (2).
Dinero llama a dinero: es sabido que el mismo criterio por el cual las piernas de Heidi Klum han sido recientemente noticia lo encontramos, por ejemplo, en las promociones publicitarias de las películas. Periódicamente llegan a nuestras pantallas superproducciones cinematográficas cuyo principal reclamo puede ser tanto su elenco interpretativo como (a veces más) el dinero invertido en ellas. Los efectos especiales más novedosos y espectaculares, o filmar en localizaciones exóticas y con lujosos decorados y miles de figurantes requiere de fuertes inversiones, cuyas cifras se airean orgullosamente como signo de poderío de los grandes estudios de cine. La mitad del cartel de Cleopatra (Joseph Mankiewicz, 1963) estaba dedicado a detallar el despilfarro de medios de la que se anunció como la película más cara de toda la historia. Luego vino Titanic (James Cameron, 1997) y la superó. La proeza fue debidamente publicitada. Tanto vales, tanto eres. Uno de los argumentos más comunes con los que se suele descalificar a una película es «pues no se han gastado mucho dinero.» Dicho lo cual, acaso los 2.200.000 de dólares que cuestan las piernas de Klum puedan encontrar su explicación en que la modelo ha invertido mucho tiempo y dinero (léase: cirugía, cosméticos y, quizá, depiladoras Braun) en ellas.
Hace años leí otra noticia, también menor, pero de sociedad: un pobre diablo, queriendo engañar a su aseguradora, convenció a un familiar para que le cortara una pierna con una sierra mecánica y luego camuflar el incidente como un accidente laboral. Murió desangrado en su garaje, lugar escogido para realizar la operación clandestina. Si David Ricardo, uno de los padres del actual sistema económico, pudo llegar a la conclusión de que un obrero valía tanto como el sombrero que manufacturaba, entonces quizá sí que una pierna pueda costar 1.200.000 dólares. Pero así como hay ladrones de guante blanco y delincuentes de poca monta, también en esto de las piernas hay clases: unos mueren en la mugre, sin cobrarse la pieza y rodeados de neumáticos y tornillos, otras, mientras tanto, cruzan una nube de flashes fotográficos en el catwalk de Milán, París o Berlín.
(1) » Las millonarias (y desiguales) piernas de Heidi Klum «, El País (22/07/08)
(2) Karl Marx, Manuscritos de economía y filosofía (Madrid, Alianza, 2005), p. 175