El ejercicio de ciudadanía es un proceso de aprendizaje al que contribuyen las diferentes instituciones presentes en la sociedad, entre ellas los medios de comunicación. Desde un medio de comunicación siempre se construye ciudadanía: se puede ayudar al fortalecimiento de una ciudadanía activa y participativa o se puede fomentar también una ciudadanía pasiva vinculada únicamente […]
El ejercicio de ciudadanía es un proceso de aprendizaje al que contribuyen las diferentes instituciones presentes en la sociedad, entre ellas los medios de comunicación. Desde un medio de comunicación siempre se construye ciudadanía: se puede ayudar al fortalecimiento de una ciudadanía activa y participativa o se puede fomentar también una ciudadanía pasiva vinculada únicamente con el consumo. Pero, queda claro, que sin la ciudadanía activa la Nación como conglomerado soberano, no existe.
Estamos frente a un sistema de comunicación, y por lo mismo, los derechos de la comunicación deben considerarse derechos sistémicos. Este sistema involucra un ciclo, que pasa de la creación del conocimiento, a su diseminación y uso, la educación social y la retroalimentación del conocimiento. En las diferentes fases de este ciclo, se encuentra una situación de debilidad en materia de derechos, frente a las nuevas tendencias en esta área, que plantean serias amenazas.
Entre estas tendencias hay que destacar la concentración en el sector de los medios, y su mercantilización, las implicaciones del actual régimen de derechos de propiedad intelectual, el enfoque predominantemente neoliberal en el desarrollo de las tecnologías de información y comunicación (TIC), la privatización del espacio electrónico, entre otros (*nota1).
Por ello, cuando los uruguayos abandonamos nuestra potestad de fijar pautas como Nación para regular a los medios de comunicación, cuyas ondas les cedemos a privados para que hagan sus negocios de los que los mismos uruguayos somos nada más que clientes cautivos, parece poco seria la discusión que se esta verificando en el país, que no va más allá de la epidermis de un problema que es esencial para el Uruguay como Nación soberana.
En una exposición que tuvimos la responsabilizar de realizar en el marco del Forum de la Culturas de Barcelona 2004, manejamos algún ejemplo que asombró a muchos representantes de los medios audiovisuales allí presentes, vinculado a la liviandad con que en el Uruguay se sigue manejando la relación entre el Estado y los medios, sobre los que no existe regulación alguna: de las contrapartidas que los mismos deberían otorgar por ser permisionarios de ondas que son de todos.
Hablamos en la oportunidad de la única regulación que estuvo en vigencia y caduco por desuso, que tiene que ver con el «horario de protección al menor». Inaplicable e insustancial: sin ingresar en las telarañas mentales de quién impuso ese arbitrio vinculado eventualmente al sexo, regulación de hecho inaplicable porque mientras algunos medios locales acataban la modalidad del horario de protección al menor, la tecnología hoy existente permitía la recepción de innumerables canales (por vía de los «paquetes» de cable), que impide en los hechos que esa única regulación horaria de contenidos sea aplicable.
Este es un punto de tantos otros que muestra las dificultades tipo de regulación restrictiva. Especialmente cualquiera que se quiera aplicar en el marco del descontrol que ha significado, desde siempre, el otorgamiento de ondas del Estado, en base al favor político.
El fenómeno planetario
Dice Ignacio Ramonet que «en muchas regiones del mundo los dirigentes políticos han cedido poder a los grupos con influencia mediática, capaces de manejar la información a nivel local y planetario». Esa caracterización se puede aplicar, perfectamente, a la situación que se verifica en nuestro país.
El fenómeno de las privatizaciones no es más que una transferencia de poder del Estado al sector privado, proceso que se puede definir como el gran enfrentamiento en esta época de la globalización.
Nuestros sucesivos gobiernos, mucho antes de que la privatización fuera considerado un valor paradigmático, cedieron ondas de radiofonía y TV, sin dejar ningún punto del país descubierto. TV abierta, por cable, radio AM y FM. Fue un continuo traspaso para el usufructo de la actividad privada de ondas estatales.
Cientos de frecuencias que se entregaron a correligionarios políticos de los gobernantes de turno y también a algunas empresas «madres,» que, por la vía de los hechos, terminaron por configurar un monopolio que, obviamente, distorsionó la transmisión informativa y, además, dejó cautiva a la población de empresas que además de buscar el lucro, elemento vinculado a la lógica del sistema, apoyaron casi siempre a los gobiernos de turno, dejando de lado al pluralismo informativo.
Como un Caballo de Troya en el Estado se introdujeron políticos con mentalidad privatizadora que, en realidad, lo han vaciando de muchas de sus prerrogativas, en particular de su función de regulador de contenidos.
Obviamente los medios, como grupos económicos beneficiados de esas políticas, consolidaron una alianza entre el mensaje de la globalización en favor de lo privado y grupos mediáticos que encuentran su provecho difundiéndolo.
Pocas veces en la historia ha habido una democratización de la información que se haya verificado por la vía de los hechos ni más allá de la índole de algunos propietarios de medios de comunicación y de regímenes de concesión de ondas, como el uruguayo, claramente antidemocrático por el privilegio que consagra.
Sin embargo vivimos una situación cambiante sorprendente fluidez que hace caducar esas propias prácticas de política menuda. Los medios, afines a los gobiernos blancos y colorados, ya no pueden mantener el férreo monopolio informativo Hoy, además de la prensa escrita, la radio y la televisión, ha venido a añadirse Internet, un verdadero inconmensurable continente nuevo.
En los últimos años, la propia televisión ha conocido un desarrollo cuantitativo extraordinariamente importante. Esto quiere decir que en un hogar de clase media existe una capacidad de recibir información como nunca en la historia. Ello provoca una modificación esencial en el manejo informativo, pues las cortapisas de otrora ya no tienen la misma efectividad. Los flujos informativos se convierten en imparables y los manejos mediáticos se hacen cada vez más ineficaces.
Ramonet afirma que en esta época de la globalización las empresas de los medios de comunicación tienden a querer dominar un mercado cada vez más importante. Esto hace que los grupos mediáticos, que antes eran locales o nacionales, hoy tienden a ser por lo menos regionales, continentales o a veces, planetarios, como es el caso de la CNN.
Este es el panorama que hace cada vez más difícil que definamos una política nacional de comunicación, pues el concepto de Nación, obviamente, se lesiona a cada minuto por las nuevas modalidades del mercado globalizado.
Y menos aún si buscamos, como ocurrió en este país, esas definiciones en reuniones de «amigos,» sin darle participación a los profesionales de la actividad y por supuesto tampoco a los receptores, que tienen mucho para decir.
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(1) Sally Burch. Ponencia presentada en el Foro Social de Porto Alegre.
Carlos Santiago es Secretario de redacción del diario LA REPUBLICA y del semanario Bitácora.