La mitificación y sacralización de los medios de comunicación puede llevar a sociedades, grupos políticos y gobiernos a obviar toda clave que no sea la del show televisivo. No sólo las instituciones se han vaciado de debate político que ha sido trasladado a las ruedas de prensa, sino que parece que lo único importante es […]
La mitificación y sacralización de los medios de comunicación puede llevar a sociedades, grupos políticos y gobiernos a obviar toda clave que no sea la del show televisivo. No sólo las instituciones se han vaciado de debate político que ha sido trasladado a las ruedas de prensa, sino que parece que lo único importante es lograr presencia en los medios. El caso de Venezuela ha sido en los últimos años emblemático como ejemplo de agresividad y politización de los medios de comunicación, pero también lo está siendo ahora sobre cómo la devoción hacia los medios está consiguiendo fagocitar toda la vida política, social y cultural del país. No es que se produzcan acontecimientos que son recogidos por los medios, es que el único acontecimiento es el contenido de estos medios. El resultado es que, entre todos, están convirtiendo el país en un plató de televisión.
Hace una semanas el opositor Leopoldo López, en respuesta a una supuesta agresión policial en el aeropuerto, inmediatamente convocó a los medios de comunicación para denunciar el maltrato policial. Desde el entorno gubernamental se respondió con la filtración a los medios del vídeo recogido en las cámaras del aeropuerto donde quedaba constancia de que no se produjo agresión alguna. Nunca se supo nada más de denuncia ante los jueces, ni resultado de investigación. Fue un combate de shows televisivos.
En la noche del 10 de septiembre, un emblemático programa de la televisión pública difunde unas conversaciones de ex militares tramando un golpe de Estado con asesinato del presidente incluido. Terminan diciendo en pantalla -menos mal- que el vídeo será puesto a disposición de la Fiscalía General de la República para que se adelanten las investigaciones pertinentes al caso. De nuevo el show primero, como si fuese más importante difundir las imágenes del crimen que detener al criminal. El lógico funcionamiento de las instituciones hubiese sido que se investigaran esas grabaciones, se detuviesen a los implicados y entonces se convirtiese en una importante noticia. Pero la perversión mediática ha provocado que primero se emita en televisión una conspiración golpista, que las autoridades sin duda conocían puesto que se trata de un medio estatal, para que luego se pongan a disposición de jueces e investigadores.
Tal y como sucedía en la película El show de Truman con la vida personal de un ciudadano, estamos haciendo ahora con la actualidad política de un país, convertirla en un estudio de televisión. Venezuela dejará de ser el país de las telenovelas para convertirse en el de los reality-shows. Las consecuencias pueden ser muy graves, las generaciones formadas en ese modelo llegarán a pensar que sólo sucede lo que aparece en televisión y que todo lo que sucede en la televisión es real, cuando precisamente ese es el formato de mentalidad que debemos combatir.
No pretendo evitar transparencia informativa a lo que sucede en el país, sino llamar la atención sobre el hecho de que la única trascendencia de hechos tan graves sea exclusivamente mediática sin que haya verdaderas consecuencias reales fuera de las televisiones.